Las prendas más hermosas

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El verano estaba terminando y en el viento se podía detectar el inconfundible aroma del otoño. La gente mayor solían contar a los más jóvenes que en el viento se podían revivir los recuerdos de los muertos, pero una joven particular no estaba segura de desear eso.

A Ryūko sentía de golpe el viento en la cara mientras posaba su cabeza en el marco de la ventana. Pudo haberse dado cuenta del aroma del viento indicaba el futuro cambio del clima, pero su sentidos estaban completamente desconectados de su mente. Todo su ser encontraba perdido en la melancolía. Su estado de ánimo pesimista se había extendido por varias semanas después de aquel día definitivo, en que se quedo sola.

Ryūko no estaba físicamente a solas; amigos y seres queridos la rodeaban. La vida en la casa de los Mankanshoku regresó a una relativa tranquilidad, su relación con Satsuki había mejorado enormemente y las peleas habían desaparecido de su vida. Pero a pesar de ello, Ryūko sufría... sufría la pena y el dolor de la perdida de Senketsu.

Él dio su vida para salvarla... de muchas maneras.

Todos los que rodeaban a Ryūko comprendían el sufrimiento por el que estaba pasando, por lo cual ninguno había intercedido ante la actitud pesimista y antisocial que había adquirido. Eso no significaba que no se preocuparan por ella, solo deseaban darle un poco de espacio y tiempo para sanar.

Pero Ryūko no estaba segura si sanaría algún día la profunda herida en su corazón, tal vez la única que las fibras rojas de su cuerpo no podrían regenerar. La joven maldecía una y otra vez esas fibras; eran las culpables de su sufrimientos, casi había destruido al mundo, acabado con su familia y arruinado con la vida de sus amigos. Pero sin ellas, nunca habría conocido a Senketsu, su mejor amigo, compañero y alma gemela.

Ryūko no se sentía en soledad porque había perdido a Senketsu, era por la simple razón de encontrarse sola en el mundo. Al haberse extinguido la fibra viva original, se había convertido en el único ser existente en el mundo que las llevaba en su cuerpo. Nunca nadie comprendería su situación, las cosas por las que había pasado y las que viviría en el futuro.

Satsuki podría apoyarla, Mako animarla y los demás brindarle su amistad, pero solo aquel uniforme de marinera había sido el único que entendía, lo que era ser ella. No eran ropa, no eran personas. Simplemente eran ellos. Ryūko no estaba segura si lo percibió desde un inicio, pero estaba convencida que desde el primer momento que vistió a Senketsu, un lazo poderoso los unió en una fusión que nadie jamás poseería. Y ahora estaba roto, y Ryūko sangraba profundamente del dolor provocado por esa herida.

Una triste lágrima recorrió su mejilla mientras su vista continuaba perdida en el lastimero jardín de la casa de los Mankanshoku. Era una de las muchas lágrimas que había llorado por Senketsu, y no sería la última.

Mentalmente maldijo al uniforme por sacrificarse por salvarla. En momentos como esos deseaba mil veces que hubiera ardido con él, mientras descendían a la tierra; en cambio él se había ido y ella sufría su ausencia.

– ¿Usar otra ropa más linda que tú? –murmuró Ryūko entre dientes sujetando con fuerzas el cuello de la piyama de Mako que llevaba puesta –. No... no existe ropa más hermosa que tú –agregó débilmente mientras comenzaba a llorar incontrolablemente.

Daba gracia que los Mankanshoku no se encontraran en casa en esos momentos, no quería de nuevo dar explicaciones de su depresión y recibir dulces consuelos afectivos, que sabía que eran bien intencionados, pero en ese momento no los quería.

En su llanto, le resultó imposible en un principio percibir los extraños chirridos proveniente de un extremo de la habitación, pero a como el sollozo de la chica fue escaseando, pudo darse cuenta de ellos. En un principio, trató de ignorarlos, pero los ruidos eran cada vez más consistente que le resultó imposible.

Las Prendas De La familiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora