Campanas

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(Wammy’s House, 25 de febrero del 2000)

Campanas. Otra vez campanas. No podía dejar de oírlas, aunque  no quisiera; y ahora, como tantas otras veces, no lo dejaban dormir.

Era media noche, la luna brillaba en el cielo, acompañada por los pequeños copos de nieve que caían, como un manto blanco, sobre Londres. Llevaba acostado desde las 10:00, tratando de conciliar el sueño, pero, como solía suceder, no podía. A pesar del frío que hacía afuera, la cama estaba caliente, por todas las vueltas que había dado en ella.

Poco después escuchó pasos cerca de la puerta de su habitación. ¿Quién sería a esa hora? A pesar de la sorpresa al pensar que había alguien despierto y en movimiento a esa hora tomó una decisión: se quedaría quieto, fingiría estar dormido y vería qué pasaba. Sin embargo, cuando la puerta se abrió, dio paso a una silueta pequeña que, si bien, en parte por el color de su pelo y en parte por el tono pálido de la ropa que le daba un aire fantasmagórico, la conocía de sobra y no auguraba nada malo.

–¿L?– lo llamó desde la puerta el individuo

–Near… ¿eres tú? –preguntó; sólo hasta ese momento se dio cuenta de que estaba llorando–. Son tus padres, ¿no es cierto?

En vez de contestarle entró en la habitación y se quedó junto a la orilla de la cama, lo más cerca que podía sin estar en ella.

–Cálmate –le dijo L a la par que salía de la cama y se acuclillaba para quedar a su altura–. Nada es real… –puso su mano derecha en el hombro izquierdo de Near, en señal de apoyo–. Tienes que aprender a superarlo –le dijo, mientas se inclinaba hacia delante para abrazarlo.

Tal vez no eran las palabras adecuadas, las palabras correctas, pero a Near le bastó con eso, con saber que podía confiar en él para desahogarse.

–¿Quieres pasar aquí la noche? – le preguntó L mientras se levantaba–. Yo cuidaré que nadie venga.

Al poco tiempo Near ya estaba dormido otra vez.

“Nada es real” se repitió a sí mismo. A veces ése era el problema, él lo sabía, vaya que lo sabía.

Desde que sus padres habían muerto, él había soñado con ellos muchísimas veces. Cómo los habían asesinado, el olor a sangre, los gritos… Pero ésas pesadillas sólo eran recuerdos del pasado, recreándose en su mente, cuando bajaba la guardia y no podía impedirlo; en cambio, lo peor, lo que más lo hería eran esos sueños donde sus padres vivían, estaban juntos, donde su estadía en Wammy’s House y todas ésas noches en vela ni siquiera existían. Pero despertaba, debía despertar, para darse cuenta de que ésa era la verdad, la única verdad y para ver una vez más cómo, a pesar de eso, debía ser fuerte.

Sabía muy poco acerca de la infancia de Near, a decir verdad de él y de todos los demás en Wammy’s. Si bien el lazo que tenía con ése lugar y con las personas con las que había compartido los últimos doce años de su vida era uno de los más estrechos que llegaría a formar, no eran  precisamente cercanos. No sabían mucho los unos de los otros. Y él sabía que preguntar no era la mejor idea.

Near, con siete años, era el más pequeño de los niños que Watari había traído a la Wammy’s House, en tanto que él, con dieciocho, era el mayor, entre ambos, estaban  Mello y Matt, ambos con cerca de trece años.

 Hora y media después, él seguía despierto. Había dejado de nevar, y, aunque seguía sin poder dormir, se sentía mejor. De pronto se dio cuenta de que el día siguiente era 26 de Febrero.

  26 de Febrero.

  «Mañana se cumplen 12 años de la muerte de mis padres» pensó L.

 Sus padres habían sido españoles, que emigraron a Japón dos años antes de que él naciera. Sin embargo su padre aún ocupaba un rango alto entre los diputados de Madrid.

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