En el inicio de los tiempos el mundo se caracterizaba por su belleza; sus hermosos paisajes, el resplandor del amanecer, las cristalinas aguas que bañaban las praderas y las infaltables estrellas, que posaban cada noche en lo alto del cielo para crear un espectáculo maravilloso. Sus espectadores; los dioses, admiraban aquella danza durante toda la noche, jamás se aburrían de observarlas. Si bien todos los días las estrellas realizaban lo mismo, para los dioses era cada día algo distinto, algo nuevo por ver, es así como durante cientos de años, generaciones tras generaciones asistían cada noche a verlas. Pero no todos pensaban lo mismo con respecto a las protagonistas del cielo.
Herjéfone una joven diosa, cuya preciosidad había heredado de su madre Hirestima, diosa de los polvos estelares e hija de Poseidón, dios del mar, no estaba de acuerdo que recibiesen tanta atención por el simple hecho de tintinear en la cumbre del paraíso azul. Es así, como desde muy pequeña había sido obligada a presenciarlas, tomándoles cierto recelo. Eso perduro a lo largo del tiempo, e incluso se fue haciendo más fuerte, ya que muchas veces había sido aplazada por sus padres, pero al adquirir su estatus celestial (que era reciba por los dioses simbólicamente al pasar a ser independientes), había podido empezar a tomar decisiones por ella misma, lo que fue bastante grato, porque por fin podría liberarse de aquella rutina de todos los días.
La joven diosa era libre, podía hacer todo lo que quisiese. Su primera decisión había sido abandonar la tierra, quería descubrir nuevos mundos, nuevos seres y borrar de su mente aquel “rito” de todas la noches.
Herjéfone adoraba la sensación de sentir el viento acariciando su bello rostro, mientras ella volaba a toda velocidad por los aires, volaba por largas horas, aunque a veces paraba en las lunas de algunos planetas para descansar y beber algo de agua, luego se recostaba y cerraba aquellos ojos esmeralda que la hacían tan parecida a su madre. Un día mientras estaba tendida en el bello césped de Lucia, una pequeña luna que quedaba cerca de Júpiter, sintió una fuerte ráfaga de viento, no supo de donde vino, pero le llamo la atención, por lo que se levanto rápidamente y trato de ver que lo había causado, voló un par de minutos pero nada, fuese lo que fuese era muy rápido, lo único que pudo visualizar fue un haz de luz, que vio muy a lo lejos. Luego de eso quedo pensando un rato en como estarían sus padres y si pensaban en ella en ese mismo instante, tras aquella reflexión se elevo por lo aires y se marcho.
Al día siguiente muy temprano por la mañana, la hermosa diosa había parado en un planeta que jamás había visto, era muy grande y tenía un bello rio, de aguas tan claras que se podían ver los pececitos que nadaban allí. Se acerco y bebió un sorbo de agua, al levantar la mirada vio su reflejo, se quedo un instante así, cuando de un momento a otro juro haber visto algo muy brillante a su lado, volteo rápidamente su cabeza pero no había nada, solo pudo percibir una pequeña brisa, entonces pensó que quizás solo había sido parte de su imaginación, se recostó y cerro sus ojos, permaneció así durante un rato, cuando de un momento a otro sintió algo en sus labios, un roce, unos labios muy finos estaban tocando los de ella, esa sensación jamás la había sentido, era agradable, sin embargo no podía seguir manteniendo sus ojos cerrados, debía abrirlos, tenia que ver qué era, por qué estaba haciendo eso. Los abrió algo esperanzada pero con mucha más curiosidad, pero nada, estaba totalmente sola en el rio, quizás esa sensación había sido solo un sueño, se sintió algo defraudada, pero decidió por ese día quedarse en aquel planeta, sentía que algo ocurriría, no sabia que, pero tenia un presentimiento, además el lugar era espectacular con esas aguas cristalinas que a Herjéfone le encantaban.
*** Hola, bueno si están leyendo esto quiero decirles que este es mi primer escrito, que iré subiendo de a poco, espero que les guste, si tienen sugerencias o dudas no duden en hacerlo saber***
