Rutina celeste

0 0 0
                                    


Como cada día, esta mañana me he levantado, me he lavado la cara, y he mirado por la ventana. Lo primero en lo que me fijo es en el cielo, azulado como siempre y sin ninguna nube. Me quedo un rato fijándome en él y me dirijo a la cocina, a prepararme el desayuno. Para cuando llegué, ya le estaba dando vueltas a cuántas personas se fijan en el mismo cielo al que he mirado cuando se levantan, cuando miran por la ventana, cuando pasean por la calle o cuando se aburren.

Por lo general no solemos ver a mucha gente deteniéndose a observar nuestro despejado mar celeste que se nos muestra la mayoría de días, y la verdad es que es normal, al fin y al cabo tampoco hay mucho que descubrir. Mismo color, todo monótono y por lo general hay pocas nubes, excepto cuando hay suficientes como para cubrir todo el cielo. Pero sigue siendo indiferente. A nadie le preocupa lo que ocurra ahí arriba, siempre que no se mojen o no caiga algún objeto peligroso. Por supuesto, siempre hay quien se para a mirarlo y, quizá, piense las mismas cosas que estoy escribiendo aquí, pero ni esas personas ni yo somos especiales. Después de desayunar he seguido con mi rutina, no adulando la querida atmósfera de nuestro planeta como lo estoy haciendo ahora. Ni siquiera aquellos que tratan de observar más allá con telescopios, ya sea porque viven de ello o porque les entretiene, son personas más válidas que los demás. Aun así, normalmente pienso que a todos nos hace bien el pararse, y fijarse en algo que es externo a nosotros. Que siempre está ahí, pero que actuamos como si no fuera así. Mirar un poco, para, aunque sea durante unos segundos, ver cuán bonito es el fondo del escenario de nuestra vida. Vida sólo hay una, y está bien valorarla como algo único e irrepetible. Y a veces, sólo a veces, me gusta pensar que hay a quien le ayuda a dar las gracias por vivir, con simplemente mirar al cielo.

En contadas ocasiones he asumido que, una vez despejado, envidio este cielo del que os hablo. Parece muy apacible, manso, tierno, amable, y no siempre consigo que mis pensamientos sean así. Claro que, entiendo que no podemos ser felices constantemente, que ninguna vida es perfecta y que es normal no pensar en positivo siempre, o incluso el tener pensamientos intrusivos, que todo el mundo tiene. Pero aun entendiéndolo, a veces me identifico más con un cielo lluvioso, con nubes negras, o simplemente encapotado completamente con nubes blancas. Y aunque no me gusta reconocerlo, muchas veces es por alguna preocupación innecesaria, por lo general con respecto a otras personas de mi entorno o incluso a mí mismo. Si esto pasa y, una vez me he cansado de revolverme en pensamientos que no llevan a ninguna parte, me pongo a pensar en el cielo. ¿Alguna vez alguien ha visto una nube que no se mueve? ¿Una tormenta que no pasa o, un sol que no amanece? La respuesta a estas preguntas me tranquilizan, y me pongo a distraerme para dejar atrás lo que quiera que haya causado todos esos pensamientos inútiles. 

Debo confesar que una de estas distracciones, es escribir. Recientemente he descubierto el bien que le hace a una persona ponerse a plasmar por escrito lo que lleva dentro, a quien le apetece. Animo encarecidamente a quien quiera que lea esto, a, como mínimo, intentarlo. Sin importar su edad, claramente. Siguiendo con el tema, voy a escribir estos pensamientos por aquí. Quizá a alguien le ayuda a distraerse o, quién sabe, a lo mejor incluso se corresponde con algunas cosas que se le pasan por la cabeza. 

Ah, y recordad mirar al cielo de vez en cuando.

Pensamientos tortuososDonde viven las historias. Descúbrelo ahora