El misterio de Bride

Contesta con la verdad

El timbre sonó de repente, y Bride cogió su bolso y salió del salón, superando el pisoteo de sus colegas que querían pasar por la puerta estrecha. Se abría camino en medio de la estampida de compañeros inconscientes que se apartaban unos a otros entre empujones y codazos. La clase del profesor Killiam los tuvo en minutos interminables mirando el reloj. No era para menos, pues Killiam daba la clase de administración a la hora más pesada del día: a las tres de la tarde menos un cuarto.

Bride corrió con ímpetu escaleras abajo hacia el pabellón del primer piso de la universidad, por poco se enreda en sus propios zapatos de tacón. Tenía una cara de desesperación que no le importaba apartar de un bolsazo a quien se le pasará por en medio. El cabello le volaba como si un tren bala le hubiera pasado de cerca, deslizaba su mano izquierda agarrada del barandal, mientras miraba con intranquilidad la pantalla del teléfono celular. Luego, al bajar a la primera planta subió lentamente la cabeza. De golpe y portazo la abrumó ver la anatomía masculina y atlética del corpulento Baris que estaba de pie frente a las escaleras. Estaba a punto de dar un paso atrás por su propia voluntad, antes de que él se diera cuenta, pero Baris ignoró la conversación que estaba teniendo con sus amigos y volvió sus ojos negros en movimiento hacia ella, clavándole una mirada profunda y seductora. Ella sintió morir de vergüenza, por sus pies subió una corriente eléctrica de nervios que le erizaron hasta las cejas. Los hermosos ojos de Bride, que eran uno de sus mejores atributos físicos, se agrandaron dejando expuesto el color miel envolvente que robaba miradas. Era difícil que una joven apuesta pasará desapercibida, en especial si se trataba de asistir a la mejor Universidad privada de la ciudad de Estambul.

«No puede ser, es la segunda vez en esta semana que me lo encuentro junto a sus amigos y en ambas ocasiones se queda mirándome. Me pregunto por qué lo hace. Tal vez debería acercarme y saludarlo, pero creo que eso no estaría bien», pensó Bride mientras se miraban.

—Bride Hills, ¿cierto? —le preguntó una chica de cabellos azules con mechas descendientes en un difuminado color de sirena.

—Claro, soy yo. Tú debes de ser Dilara —sus mejillas todavía estaban rosadas, apartó su mirada del hombre.

—Sí, la misma que estudia en el salón contiguo al tuyo. Te doy la bienvenida, supe que eres nueva en administración. Espero que no te impresione el ambiente universitario, tú solo relájate y disfruta del largo camino que te espera. Por cierto, lo estabas mirando—dijo Dilara, observó a Baris—, olvídalo, él es un...

—No quiero saberlo. Llevo prisa —fingió no tener interés.

—Él es —continuó describiéndolo como producto en venta—, el mejor futbolista que hay en el equipo oficial de esta Alma Mater. Aunque... estudia en esta Universidad gracias a una beca que se ganó por ser muy disciplinado en el deporte. Pero eso no borra el hecho de que sea un pobre diablo. Como ves, no es de nuestro nivel social. No es como tú o como yo, y sí, al menos le doy el mérito de que ha logrado llegar hasta donde está. El guapo Baris está en su último año de la carrera.

Bride agachó la cabeza, luego se pasó una mano por el pelo y empezó a caminar. Para ese momento el juego de miradas inquietas e insinuantes ya se había acabado. Ni siquiera se dio cuenta cuando Baris se fue primero que ella.

—Tengo que irme —huyó de la conversación.

—Estúpida, se cree la señorita importante. Siempre se va de la universidad como si fuera cenicienta antes de que se le termine el encantó. ¿Qué le hace falta, que se le quede olvidada la zapatilla de cristal? —dijo Dilara pensando en voz alta, puesto que no había quien atendiera su conversación—, pero un día voy a descubrir cuál es el misterio que escondes, Brinde Hills, así que no te confíes. Odio que con solo unas cuantas semanas estés en la boca de todos y que algunos se ofrezcan a llevarte hasta tu casa. Te permites el placer de menospreciarlos como si fueras una diosa.