ÉL

253 19 7
                                    

Mi abuela, días antes de morir me dijo unas palabras: “si mientras duermes te despiertas sin ninguna razón alrededor de las tres de la mañana Él seguramente te estará observando. No lo verás, pero sentirás como su presencia contamina el ambiente. Nunca lo hace sin alguna razón. No preguntes, no puedo decir nada más, ya lo descubrirás sola.” Sólo era una adolescente con sus típicas preocupaciones, no les di importancia. Creí que solo eran fruto de su mente debilitada por la edad.

      Veinte años después de aquello mi vida era muy tranquila, buen trabajo, casa privilegiada en primera línea de playa, el mejor marido del mundo y dos hijos tremendamente encantadores. Todo era perfecto, hasta que un viaje en solitario por motivos de trabajo a Salem, el pueblo de las brujas, desmoronó mi vida por completo.

      Este ya era el segundo día que caminaba sin cesar por las calles de Salem, con unas ganas inmensas de llegar a la habitación del hotel, pagada en su totalidad por la empresa. Por lo menos no la tenía que pagar yo, eso sería el colmo encima que he recorrido numerosos kilómetros en contra de mi voluntad para no ser echada y salvarle el cuello a mi jefe, a punto de caer en banca rota. La sensación de ser vigilada me puso los pelos de punta, pero al girarme nadie había a mí alrededor. Llegué a la habitación lo antes posible por miedo, ya había presenciado antes vandalismo callejo. La cama estaba friísima, mi deseo de acurrucarme al lado de mi chico junto a la chimenea incrementaba, pero con el sueño tan grande nada impidió quedarme dormida. Para mi molestia, cerca de las tres me desperté súbitamente. Ese fue el primer día que noté cosas extrañas, tanto en la calle, como en la cama. No sería hasta el cuarto día que me ocurrían sucesos sorprendentes cuando recordé aquellas palabras dichas por mi abuela. ¿Me estaba volviendo loca? ¿Tenía razón ella?

      Las cosas empeoraban,  ya no sólo notaba a alguien mirándome, si no que empezaba a ver sombras. De hecho, me pareció distinguir a un hombre alto y de hombros anchos mirándome desde el banco de un parque, pero a la que volví mi cabeza hacia atrás para echarle un vistazo, había desaparecido. El hotel tampoco estaba en calma, las cosas se cambiaban de sitio y escuchaba ruidos extraños. Los medicamentos para controlar la enfermedad que hacía poco me diagnosticaron y siempre guardaba en mi neceser de viaje, aparecían esparcidos por el suelo. Llegué a pensar que habían entrado a robar, pero al comprobar todos mis objetos no me faltaba nada. Las noches cada vez eran más tenebrosas. Despertarme a las tres ya era familiar, al igual que esa respiración tan pesada y escalofriante junto a mi cabeza que siempre me asfixiaba y atormentaba. Pero era incapaz de abrir los ojos y ver si en realidad todo eran invenciones mías por el terror.

      El viaje terminó y volví a casa. Deseaba que al regresar a mi hogar todo llegara a su fin. El hecho de que me ocurrieran sucesos paranormales justo en la ciudad de las brujas no me había pasado desapercibido. Pensaba que al dejar ese lugar todo lo maligno se quedaría allí. Nunca había sido creyente, para mí ni los fantasmas, ni brujas o brujos, ni Dios o Lucifer, ni los ángeles existían. Programas de televisión como Cuarto Milenio o Buscadores de Fantasmas nunca los veía porque me parecían trolas. Ahora ya dudaba de todo. Pero para mí desgracia, las cosas no acabaron ahí.

      No quise decir nada a mi marido y mis hijos de mis experiencias porque no quería preocuparles por algo que ni siquiera yo entendía. Las cosas empeoraban, la sensación de no estar sola era mayor. Todas las noches seguía despertándome, incluso ahora se había vuelto algo físico, las sábanas se movían hacia los pies de la cama, como si algo las empujara, pero mi pareja seguía dormida. Aún era incapaz de abrir los ojos.

      Pasada una semana después de mi regreso me arme de valor y miré a mi alrededor a ver qué era el causante de tanta angustia, pero aunque notara esa presencia atormentadora,  no vi nada. Entonces pregunté: “¿Quién eres? ¿un espía?, ¿un acosador que quiere robarme o alguna cosa peor?, ¿Un fantasma en busca de venganza? ¿O eres más un ángel caído que busca sus alas? O si no ¿algún brujo?, ¿vampiro? Si has venido por alguna de esas razones te diré que no sirvo como ayuda o como comida”  y añadí: “por favor, dime a qué has venido”. No esperaba respuesta pero en el proceso de acurrucarme tan cerca como pudiera de mi marido para notar efecto de protección, una risa masculina inundó toda la habitación, y seguidamente hubo una contestación “¿cómo puedes creerte esas cosas?, todo son cuentos de niños. No te puedo decir quién soy ni qué quiero de ti, pronto lo descubrirás. Volveré” Cuando quise contestar, ya se había esfumado cualquier rastro de maldad, Él ya no estaba.        

      Ahora, mi enfermedad ha empeorado, estoy desde hace semanas en una cama de hospital. Después de aquello, ya todo es normal, sin hechos fueran de lo común. Es hora de acostarse. Duermo. Una sensación de perversidad contamina el ambiente, son las tres de la mañana. El corazón me bombea muy fuerte, miro a los pies de la cama, una sombra empieza a cobrar forma. Es un hombre, no puedo resistirme a mirar a sus ojos.

Mis pupilas chocan contra las suyas. Son como dos llamas y me quedo embelesada, sin poder articular palabra, Él me controla. Escucho sus palabras: “te dije que regresaría y lo he hecho. Nadie sabe cómo ni cuándo acaba, es decir, nadie sabe de mí hasta su último momento. Yo estoy destinado a recoger las almas porque soy La Muerte y ahora me toca la tuya. Vengo a por ti, ya ha llegado tu hora”. Me pilló de sorpresa, entonces le pregunté: “¿tan pronto?, ¿estará bien mi familia?, ¿Dolerá?”. “Tranquila, todo saldrá bien, no hay que asustarse de morir, al fin y al cabo, es algo que ocurrirá en algún momento. No hay que temerle, sino, haber sabido vivir bien y a gusto todo el tiempo del que hayas dispuesto. Y eso noto en ti que lo has hecho. Hay personas ancianas que han vivido menos que tú. Ahora mírame a los ojos y te sentirás mejor”. Le obedecí, miré y vi en ellos una calma que enseguida me llenó y alivió todos los males que el cáncer me hacía sufrir. Tenía razón, mi vida había sido plenamente feliz y no me importaba lo que ocurriese ahora. Poco a poco fui cerrando los ojos. Fue una muerte muy dulce. 

Nadie Sabe de ÉLDonde viven las historias. Descúbrelo ahora