Capítulo 1.

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Amber despertó. Estaba en un hospital. Lo supo por el fuerte olor a desinfectante que aspiró nada más abrir los ojos. Tuvo que parpadear varias veces para conseguir ver nítidamente antes de echarle un rápido vistazo a la habitación. La luz anaranjada de los primeros rayos de sol del día bañaban la habitación. Era un cuarto pequeño, con las paredes de un color blanco inmaculado y estaba ocupado únicamente por una simple e incómoda cama. En una esquina, camuflándose con el tono blanquecino de las paredes, se encontraba agazapada una huesuda figura con la piel pálida como la de un muerto y el andrajoso pelo cayéndole sobre los hombros. Entre sus esqueléticas manos sujetaba un tosco reloj de arena algo deforme. Toda la tierra, que era de un color negro azabache, se acumulaba en la parte superior del objeto, hasta que, sin previo aviso, una de las diminutas piedras cayó al otro lado. Amber se sobresaltó, pues se sentía presionada por una especie de cuenta atrás. Entonces, recordó su angustiosa pesadilla. ¿Por qué tenía aquella agobiante sensación de que su sueño era real. Se precipitó a la ventana y contempló su pequeño y apacible pueblo, tal como lo recordaba. Decidió salir al pasillo para reunir algo de información sobre qué hacía allí y qué le había pasado. Sólo pudo saber que había estado dos semanas allí y que ya debía volver a casa. Nada más. seguía igual de perdida que antes, incluso más. Aún así, inició su camino de regreso a casa.

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Amber se detuvo ante, seguramente, la casa más antigua del pueblo. La casa de su abuela. Aquella anciana esquizofrénica nunca había sido especialmente querida en su familia, pero Amber sabía que esa vieja loca tenía respuestas a sus preguntas. Se dirigía a la imponente puerta cuando ésta se abrió, dejando entrever a una niña de unos cuatro años abrazada a unos despeluchados muñecos. Era la hermana de Amber, Feli. Ambas se quedaron mirándose fijamente hasta que algo en el interior de la casa arrastró a la pequeña hacia sí cerrando a su vez la puerta con un golpe seco. Amber se abalanzó sobre la puerta y empezó a aporrearla suplicando desesperada que le devolvieran a su hermana. Una señora mayor, que perfectamente habría podido ser la figura de hospital, salió y miró a la muchacha con sus ojos hundidos y legañosos. La anciana se llevó un dedo a los labios resecos para indicarle a la joven que guardara silencio.

- ¿Por qué has vuelto aquí? ¿No tenías bastante con matar a tus padres? ¡Vete, engendro del mal!- dijo la abuela con un gesto tranquilo e impasible y una voz ronca cargada de odio.

-Yo no maté a mis padres.- aseguró Amber, que no recordaba nada, pero no se veía capaz de aquello.

- Sí lo hiciste. Y ahora quieres acabar con todos. Ya ha empezado la cuenta atrás para que lo destruyas todo... ¡Ahora vete! Tal vez sea mejor que no recuerdes nada.¡Escoria!- le chilló.

Amber con los ojos bañados en lágrimas sentía rabia. En el suelo alrededor de la anciana empezó a marchitarse el césped y a salir humo. La señora miró la hierba chamuscada y entró en la casa con auténtico terror reflejado en la cara. Una voz masculina habló a espaldas de Amber:

- Yo tengo respuestas, chica del fuego. Pero promete no freírme como has intentado con la vieja.

Más allá del fin.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora