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Shia despertó sintiendo frío. Ser la cuchara pequeña no era fácil, por supuesto. Una vez que su señora se levantaba Shia quedaba a la deriva en una gran cama que sentía la ausencia casi tan rápido como se calentaba. 

Aun con los sentidos medio apagados logró escuchar el suave roce de las pisadas de su señora contra la fría baldosa. Era hipnotizante verle moverse de un lado a otro, con toda esa elegancia y su ceño fruncido.

El cuerpo de Shia se estremeció, tal vez por el frío o tal vez por el recuerdo de ese ceño en otro contexto. Sin pensarlo demasiado su mano bajó hasta su entrepierna y tomó su miembro suavemente, tal como lo hacía su señora. Recorrió la punta con el pulgar y presionó la uña en el orificio de la uretra antes de desplazarse a la base. Con la otra mano tomó el lubricante de la mesita de noche y abrió las piernas para llegar a su ano de manera más cómoda. Obtendría un castigo, por supuesto, pero a ese punto estaba tan caliente que no importaba. Fuera de la habitación sonaban los trastes chocando entre sí. Su amada señora le preparaba el desayuno mientras Shia metía tres dedos en su ano y apretaba sus testículos fuertemente. 

Llevaba años de entrenamiento, podía disfrutar sin emitir ningún sonido. Su señora tenía oídos sensibles y odiaba por completo el ruido.

Shia levantó una de sus piernas y la puso tras su cabeza, de esa forma los tres dedos que se habían convertido en la mano entera llegaba más profundo. Empezó a tener espasmos, le ardía el ano y en algún punto su mano había dejado los testículos para apretar su pene que ahora estaba por volverse violeta. Al momento en que tocó su próstata aflojó el agarre de su tronco y volvió a presionar la uña en el orificio uretral. El semen salió cálido y poco espeso. Acababa de despertar y la noche anterior había gastado sus reservas.

Al salir de la habitación, siguió con la mirada la espalda desnuda de su señora. Su piel era besada esporádicamente por los rayos de luz que se colaban en la cocina desde el ventanal. Se acercó lentamente hasta posicionarse a su lado con la cabeza gacha y el cuerpo rebosante de culpa. Antes de que ella pudiese tomar su cuello para saludarle, Shia desvió el rostro y levantó su dedo índice pidiendo permiso para hablar. Su señora lo observó con perspicacia mientras movía su cuerpo para tenerlo de frente y posando, esta vez si, la mano en su cuello le dijo con voz suave:

—¿Qué te aflige, cariño?

Shia soltó un suspiro tembloroso.

—Merezco un castigo, mi señora —tomó la mano libre de su señora y la guió hacia su trasero mientras continuaba—, yo sentí frío al despertar y luego la escuché fuera de la habitación.

Shia dejó la mano de su señora sobre uno de sus glúteos y antes de seguir hablando sintió como uno de sus dedos llegaban a su ano para acariciarlo con parsimonia.

Ahogó un gemido.

—Yo pude evitarlo, mi señora, pero de-deliberadamente elegí seguir —su respiración empezó a tornarse errática al percibir dos dedos estirándolo. Mordió su labio cuando un tercer dedo se hizo presente y todo el cuerpo le vibró al escuchar  la voz aterciopelada y con un deje de burla de su señora cercana al oído.

—Creí que después de todo este tiempo tu cuerpo era libre de egoísmo —dijo mientras le dejaba una lamida en la mejilla—. Ya que te gusta ser una pequeña puta egoísta, ¿Por qué no alardeas de ello?

Con una fina mordida en el lóbulo, su señora se alejó quitando bruscamente los dedos de su interior. ¨Mírame¨, dijo y Shia hizo caso de inmediato, su vista revoloteo sobre senos antes de descansar en su rostro, sin embargo su señora no lo miraba. Ella era fuerte y capaz de soportar gran cantidad de cosas, pero hace mucho tiempo había aceptado que su firmeza titubeaba ante los ojos de cachorro de su amante. Dio la orden sin dudar.

—Primero desayunaras —Shia estaba expectante. Era cierto que se arrepentía de su mal comportamiento pero también era cierto que una gran parte de sí disfrutaba de los castigos—, irás a asearte y luego pondrás tu lindo culo al aire sobre la mesa de la sala. ¿Me entendiste?

—Sí, señora —Shia respondió sin vacilar, sin embargo recordó algo que le detuvo mientras seguía a su señora que empezaba a caminar hacia el comedor—. Mi señora —llamó con una voz que oscilaba entre el horror y la excitación—, ¿no vendrá hoy el amo Jhon?

—¿Y qué con eso? —preguntó mientras tomaba asiento, sonaba realmente curiosa.

Shia tomó asiento a su lado y balbuceó observando su plato.

—Él... él me verá, mi señora.

Su señora suspiró dramáticamente y Shia le observó en seguida.

—Tú sabías eso antes de portarte mal. 



La mañana transcurrió en un silencio tortuoso. Al acabar el desayuno su señora le acarició el cabello para al momento siguiente encerrarse en su despacho.

Shia masticaba despacio mientras en su cabeza los pensamientos se arremolinaban como nubes en un día tormentoso.

Pensaba en su señora, en el castigo, en las cosas que tendría que aplazar ese día y por supuesto, en el amo Jhon, más específicamente en su molesta mascota: Cristina.

Esa pequeña chica disfrutaría mucho verle con el culo al aire. Se estremeció cuando como una estrella fugaz, una idea lo descolocó.

<<Ella querrá lamerme. ¡Maldición!>>

Estaba perdido. Con el ánimo por los suelos y el estómago cerrado a cal y canto se levantó del comedor. Debía limpiar los platos y luego limpiarse... La próxima vez que su señora le mirara, Shia ya tendría que estar sobre la mesa. 

2213Donde viven las historias. Descúbrelo ahora