parte 1: el comienzo

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Estaba sentada en una de las antiguas bancas del patio, bajo la sombra pesada de los árboles que rodeaban la vieja escuela. El aire olía a tierra húmeda y a hojas secas, como si el tiempo allí se hubiese detenido. Observaba con desinterés cómo algunas de mis compañeras revolvían el contenido de sus mochilas con la ansiedad de quien oculta un secreto.

—¿Quieres un poco, Tn? —preguntó una de ellas, la del cabello negro, extendiéndome una pequeña botella envuelta en un trapo.

Negué en silencio, sin apartar la mirada.

—¿De dónde sacaron eso? —inquirí, señalando la botella de ron que otra sostenía con descaro entre los dedos.

—Lo encontramos en la oficina del padre Seung —dijo una de ellas, riendo con picardía, como si el pecado fuera solo parte del juego.

—¡Le robaron al padre Seung! —exclamé, incrédula, antes de que una de ellas me cubriera la boca con brusquedad.

—Tn, por poco y nos delatas —espetó con el ceño fruncido—. Vamos, solo serán unos tragos. No es como si fuéramos a embriagarnos.

Cuando retiró su mano, me aparté con desdén.

—Están completamente locas —musité mientras me levantaba de la banca, sacudiendo la falda de mi uniforme.

El sol del atardecer teñía de rojo las paredes antiguas del internado, proyectando sombras largas y deformes a lo largo de los pasillos. Caminé en silencio, ignorando las risas apagadas detrás de mí.

Este lugar una escuela solo para niñas, regida por estrictas normas religiosas tenía algo perturbador en su perfección forzada. Un colegio de monjas, sí, pero los pasillos escondían más que rezos. Aquí, las apariencias eran máscaras, y detrás de ellas, cada una de nosotras albergaba algo oscuro. Algunas traían licor y cigarrillos escondidos entre sus libros de catecismo; otras, secretos aún más profundos.

Yo no era diferente. Mis padres me habían enviado aquí con la esperanza de que Dios me moldeara a su imagen. Querían que fuera una santa. Una monja. Pero lo que este lugar despertaba en mí era todo menos pureza.

Entré en mi habitación o una celda compartida con otras tres chicas y cerré la puerta tras de mí con suavidad. Me descalcé en silencio y me dejé caer en la cama, exhausta. El colchón frío me recibió como un abrazo que no consuela. Cerré los ojos, dejándome arrastrar por el peso del sueño, como si así pudiera escapar, aunque fuera por unas horas, de la falsa santidad que nos envolvía.

{...}

—Estoy agotada —murmuró Eunji, estirándose con pereza felina.

—Eunji... si ni siquiera han empezado las clases —reí suavemente, divertida por su dramatismo.

Ella me lanzó una mirada rápida, casi exasperada.

—Tn, solo de pensar en tener que escuchar a todas esas ancianas decir sus tonterías ya me da sueño —dijo, dejando caer los brazos con resignación.

—Lo entiendo —respondí entre risas apagadas.

Caminábamos por los interminables pasillos del colegio, adornados con vitrales y techos altos que hacían eco a cada paso.

—Señoritas —la voz del padre Seung nos alcanzó desde el final del pasillo. Se acercaba con su habitual sonrisa serena.

Eunji y yo nos detuvimos, haciendo una reverencia respetuosa.

—Buenos días, padre Seung —dijimos al unísono.

Pero no fue él quien capturó mi atención. Detrás del padre, caminaba un chico desconocido. Alto, con el cabello negro como tinta recién derramada y la piel tan pálida que parecía esculpida en mármol. Y sus labios... gruesos, perfectos, suaves incluso desde la distancia. Hipnóticos.

Las Oscuras Tentaciones [Reescrito]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora