La Bruja Emplumada

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Se encontraba perdido en medio de la neblina, la luz de su tosca linterna no atravesaba la oscuridad de la noche y el ulular del viento se asemejaba cada vez más a los silbidos de un espectro. Algo andaba mal y Juan lo sabía, el joven andino no recordaba haberse adentrado a las tinieblas del valle del muerto solo con una lámpara de querosén y sin su abrigo, tampoco veía la ruta en ningún lado y la gélida brisa le azotaba con inclemencia mientras vagaba sin rumbo entre los arbustos y frailejones marchitos. Se preguntaba que hacia allí y hasta donde alcanzaría aquel terreno pedregoso, pero su mente estaba abotargada y su cuerpo se movía ignorante del frio a pesar de tener ya los dedos entumecidos. Trataba de hacer memoria, pero parecía como si la niebla invadiera sus pensamientos, no entendía nada además de que el frio lo mataría, de eso estaba seguro. Pero algo comenzó a murmurarle a través del viento susurros que apenas podía distinguir, estos le invitaban a continuar e infundían un extraño calor en su pecho, el frio de pronto ya no le importaba y solo quería más de aquella calidez.

"Ven... acércate a mí y unámonos en las tinieblas... compartamos nuestro calor, joven perdido..." Escucho como le murmuraba la trémula voz de una mujer, su tono era perverso y misterioso, pero la promesa carnal con la que iban cargadas sus palabras le embriago los sentidos al moribundo Fernando.

No tardo en echar a correr por los páramos cuando el calor se disipo en él y la gélida desesperación se apodero de su cuerpo, deseaba encontrarla entre la bruma esperando por él, necesitaba de su calor como el sediento al agua. Dejo de prestarle atención a los alrededores y se concentró en escuchar otra vez aquellos susurros en el viento, pero aparte de sus propios pasos no percibió nada más que un abrupto silencio. Siguió corriendo entre la neblina dejando que su obsesión le guiase, pero su deseo se vio frustrado cuando colapso encima de unas piedras enrojecidas, estaba agotado y sentía como la vida se le escapaba con cada exhalación, el vaho de su respiración agitada se mezclaba con la niebla que le rodeaba y el miedo crecía en el con cada punzada del gélido aire que respiraba.

"Un poco más... no te falta nada... ¿te rendirás ahora sin conocer el sabor de mis labios o el calor en mi pecho?... acércate más y seré tuya Juan... al igual que tu mío... – Las palabras resonaron en sus oídos como el reproche de una amante y el joven alzo la vista en busca de su origen, pero todo lo que vio fue el débil destello de su lámpara volcada al lado de una lápida, a esta la cubría un lúgubre liquen carmesí que se extendía a las enormes piedras a su alrededor y sobre ellas crecían frailejones retorcidos de flores blancas. La lapida era de piedra negra y tenía una curiosa inscripción en ella que Juan no lograba distinguir pero que le daba un mal presentimiento.

El tembloroso joven se arrastró como pudo hacia la luz y la extraña tumba que esta revelaba, pero antes de que pudiera leer su inscripción sintió como unas cálidas manos le recorrían la espalda y escucho el batir de unas alas seguido por los dulces susurros que tanto anhelaba – "Oh Juan, por fin estas aquí... no te preocupes, yo cuidare de ti..." – Su tono sugerente iba acompañado de caricias y el derrotado joven, ya incapaz de pensar y dominado por sus ansias, se dio medio vuelta para ver como la figura casi fantasmal de una voluptuosa mujer se posaba sobre él.

Sus rizos eran tan negros como la noche y se mecían libres con la brisa gélida al igual que las delgadas sedas blancas que apenas cubrían su tersa piel morena. Parecía brillar con la luz mortecina de la lámpara y sus hermosos pechos descubiertos eran más perfectos de lo que Juan pudiera haber imaginado – "¿Qué pasa?... ¿acaso no me deseas?... ¿es que ya no me quieres? "- Le dijo mientras una risa maliciosa escapaba de sus atractivos labios, el aferro con todas sus fuerzas los gruesos muslos que le apresaban la cadera y sintió como sus dedos entumecidos recuperaban el tacto a medida que un calor abrasador los recorría, ella le sonrío con diversión en sus ojos escarlata – "Vamos... no te contengas..." – Le reprocho mientras el comenzaba masajearle los pechos y juguetear con sus pezones – "Hmnn... así es... más fuerte... mas, no seas tímido" – Su voz sonó febril por un momento y Juan se sobresaltó – "Jeje... Inclusive los dioses te envidiarían ahora mismo, hijo del hombre..."- Fue todo lo que le dijo antes de besarlo y el tiempo se dilato a medida que ambos se entregaban el uno al otro entre la brumosa y debilitada luz de la lámpara, sin embargo, el joven tuvo otro mal presentimiento, algo casi imperceptible lo turbaba y no pudo evitar volver un momento su mirada hacia aquella inscripción en la lápida, fue algo fugaz pero logro distinguir un nombre en aquella piedra negra, uno que reconoció con horror pues era el suyo y de él manaban hilillos de sangre coagulada.

La realidad se torció en un parpadeo y un miedo primigenio se apodero de el ante la visión de su propia tumba, Juan seguía sin entender lo que veía cuando de pronto el placer que encontró en los labios de aquella mujer se convirtió en agonía, volvió la mirada y observo aterrado como ella mordía su lengua con un pico dentado que poco a poco reemplaza su boca, entonces escucho como sus huesos comenzaron a quebrarse y vio impotente como aquella figura femenina se alargaba de forma antinatural mientras que de su piel pura brotaban grotescas plumas negras. Él quiso gritar, correr o tan siquiera moverse, pero la criatura le apreso hincando unas monstruosas garras en su abdomen y le arranco el esófago de un picotazo, el dolor era inmenso y la sangre comenzó a manar a chorros de su cuerpo, sin embargo, su atención no estaba en la vida que se le escapaba sino en la mutada criatura con forma de ave negra y en la diversión con que ahora lo miraba desde sus seis ojos escarlata.     

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