CAPÍTULO I

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Las gotas de sudor recorrían su ya agotado cuerpo, llevaba trotando aproximadamente tres horas y aquella resistencia de la que tanto alardeaba se había agotado por completo dejando a un chico derrotado y sentado en una de las tantas bancas del parque.

El viento soplaba con fuerza y aunque la mañana estaba fría y los transeúntes desconocidos para él caminasen envueltos en buzos gruesos y abrigadores, él solo contaba con una camisa esqueleto blanca, sencilla y delgada, una pantaloneta deportiva negra con una línea gris clara y zapatos deportivos, además de hallarse completamente empapado de sudor.

Luego de algunos minutos de descanso en donde pudo recuperar algo de energía, camino directamente a su auto, su mayor orgullo y sin duda uno de los pocos lujos que había podido darse a sí mismo, un chevrolet corvette stingray de negro brillante, toda una maravilla en lujo y comodidad.

Al llegar a su apartamento, tiró sus cosas sobre la cama y entrando al cuarto de baño se despojó de su ropa aún húmeda del sudor y colgándola en un gancho tomó una ducha rápida, no contaba con mucho tiempo, debía cambiarse e ir a su bibliocafé, sin embargo, su afán no le impedía disfrutar de cómo las gotas refrescaban y brindaban un alivio a su piel al contacto.

Al terminar su ducha, caminó al cuarto, saco del armario un pantalón negro, una camisa manga larga de botones blanca y vistiéndose rápidamente tomó nuevamente sus cosas, luego de asegurarse de dejar todo perfectamente cerrado volvió al parqueadero en busqueda de su auto y partir.

Tan solo eran las siete y media de la mañana y el tráfico ya era un problema, encendió la radio intentando alivianar un poco el estrés y migraña que le ocasionaban los incontables pitos de los demás autos, lo cual no comprendía, total, aquella acción no ayudaría en avanzar el gran trancón. Sin embargo, su mayor preocupación era el reloj quien lo seguía torturando con su tic tac, si aquello seguía así llegaría tarde, su fuerte sentido del orden y de llevar su vida estrictamente estructurada lo llevaba a vivir atado a su reloj de pulsera, y como si aquello no fuese suficiente, en cada cuarto tanto de su casa como lugar de trabajo había un reloj de pared colgado, un tanto extremo pero que de algún modo le brindaba paz a su alma.

A solo cinco minutos para las ocho logró llegar a su destino, mientras se acercaba a la puerta de madera oscura con estilo un poco antiguo y buscaba la llave correcta para poderla abrir, un joven de tez blanca, cabello café claro y ojos azules se acercó a él, su aire despreocupado lo hacía lucir más joven de lo que realmente era y aunque no era muy amigo de llegar a tiempo al trabajo era siempre el primero en aparecer, luego de un corto saludo e intercambiar palabras de cosas sin sentido entraron al lugar.

-Morgan, me encargare de hacer lo mismo de siempre, tu empieza a preparar el café que es tu especialidad- comentó Aiden desde el otro lado de la barra, el contrario asintió con la cabeza y caminando a la cocina comenzó la magia.

El aroma del café inundó el lugar, Aiden respiro profundamente encantado y humedeciendo nuevamente la toalla en sus manos siguió limpiando las mesas, mientras en la cocina, Morgan, colaba el café y terminaba de preparar algunos cupcakes antes de hornearlos.

Interrumpiendo en la cocina, una chica de cabellera un poco alborotada y un tanto rojiza, con pecas en toda su cara, mejillas rosadas y ojos café oscuro, de nombre Clarise, amiga de la infancia y una de las más confiables y locas colegas de trabajo hizo acto de presencia.

Su energía se sentía en todo el lugar gracias a lo ruidosa que esta era, su entrada consistía no en una normal "hola" como cualquier persona decente y pensante lo haría, si no en un "aquí me tienes nene" a todo pulmón casi ensordecedor, acompañado de una rara pose que no sabría bien cómo explicar; tanto su personalidad como su forma de vestir estaba fuera de este mundo, unas medias largas de algodón color azul, unos zapatos de tacón grueso un poco altos intentando tapar su escasa, tal vez baja o quizá nula estatura, una falda plisada naranja acompañada un suéter grueso del mismo color de sus medias, dos trenzas estilo campesina que daban por finalizado su complejo conjunto de locura que solo daba vueltas en la mente de Morgan la siguiente pregunta ¿Cómo había sobrevivido a ella tantos años?

Sin embargo, jamás dudaba de su cocina, la habilidad de su amiga en los postres era más que maravillosa y solo con ver una vez la receta era capaz de recrearla sin ningún problema y a la perfección. Al verla, Morgan abandonó instantáneamente la cocina dándole espacio a la profesional, por otro lado, Aiden era el encargado de la caja, su capacidad de interactuar con los clientes era envidiable, y al no estar mal físicamente, la mayoría de clientes eran chicas que venían a contemplarlo e intercambiar así sea una que otra palabra con él, bastante extraordinario.

Morgan como el dueño del lugar no sentía que tuviese algo extraordinario que mostrar, no era tímido al punto de querer esconderse y no salir, sin embargo, tampoco era el hombre más social del universo, su especialidad no era la cocina aunque no se quejaba, era un hombre normal, organizado, amante de la lectura y el café, lo suficiente como para vivir de aquello

A las ocho y cuarto el lugar estaba más que lleno, desde los más niños hasta los ancianos disfrutaban de un café cargado mientras sostenían en sus manos un buen libro para leer, para aquel hombre a cargo del lugar, aquel paisaje era más que alentador y llenaba de alguna forma su corazón.

A medio día las ventas bajan un poco, en el almuerzo podían tanto sus amigos como algunos empleados y él descansar de la ajetreada mañana y estar como nuevos para la ajetreada tarde; al final del día, acomodaban el lugar y cada quien tomaba caminos distintos a su hogar; Morgan volvía a su apartamento, tomaba nuevamente la ducha, leía un poco y cuando estaba totalmente agotado se tumbaba en la cama y dejaba que Morfeo lo acogiese en sus brazos.

Aquella era su rutina diaria, siempre igual y sin cambios, para él todo estaba tan ordenado que nada quedaba al azar, sin embargo, aquello no le duraría mucho.

UNA TAZA DE AMOR PARA EL ALMA Donde viven las historias. Descúbrelo ahora