En lo alto de unas colinas vivía una anciana alejada de la aldea a la cual pertenecía. No era muy especial a pesar de ser muy popular en el pueblo. No era una persona excesivamente amable, ni tampoco muy generosa, tampoco era cruel, era bastante simple. Ella no pudo disponer de una educación básica, lo único que conocía y sabía era lo q le había enseñado su madre en su infancia. Su marido murió hace unos años y lo único que le quedaba era su triste corazón, su humilde techo y su creencia al Dios de la Luna. Su madre le había enseñado a agasajar a aquel Dios de la noche. Cuando el sol se iba dormir ella debía dejar un delicioso pastel junto a la ventana para que los animales del bosque le llevaran el pastel al Dios para que su luz fuera más intensa y eliminar los malos espectros de la noche.
Los aldeanos eran muy ruines y conocían esta creencia de la anciana y lo deliciosos que eran sus pasteles. Era como si las mismas nubes se hubieran derretido y se hubieran convertido en una deliciosa crema que ablandaría hasta el más rudo de los hombres.
Por ello, a medianoche se acercaban a la humilde caseta y robaban aquel manjar.Una noche el Dios de la Luna se enfureció por no poder disfrutar aquellos dulces, ni de poder sentir el amor de aquella anciana.
Por ello decidió ir a la tierra.
Aquella noche fue la más oscura de la historia para los aldeanos y la más luminosa para los sirvientes del Dios de la Luna. El viento se sentía como un susurro en la lejanía y las plantas adquirían un hermoso color blanquecino cuando el Dios se acercaba a ellas. Paso a paso se acercó a la caseta. Abrió la puerta con sigilo y se adentró en la casa. Entró en una habitación y se acercó al camastro, iluminó la silueta que estaba recostada en el lecho. Le acarició la mejilla y le sonrió tiernamente a pesar de que tenía el corazón encogido. La anciana había muerto debido al estrés que le habían producido los aldeanos. Siempre peleaba con ellos para que no le robaran sus ofrendas, incluso la llegaron a agredir como había ocurrido la noche anterior a la visita de su compañero. Dulcemente le cogió el corazón y lo transformó en un pastel, tan dulce como lo era la anciana con él.
Al día siguiente los aldeanos se comieron el pastel y murieron de la peor manera posible, sufriendo así la ira del Dios. Se les quemó el esófago, se les derritió lentamente el estómago, su intestinos se evaporaron. El Dios satisfecho se echó a llorar por la pena de haber perdido a su única compañera que velaba por él cada noche. Y así volvió a convertirse en una Luna solitaria.Cada vez que alguien hace daño a un ser querido, el Dios de la Luna le entrega un pastel para castigarlos como hizo con los aldeanos.
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El castigo del Dios de la Luna
Tiểu Thuyết ChungBreve fábula que narra un doloroso final para las ruines personas