Allí estaba yo, esperándolo en la barra del bar. Fuera llovía y estaba muy oscuro, era una fría noche de invierno.
-Perdone camarero, un brandy, por favor.- pedí.
Hizo unas cuantas piruetas con la botella, me lo puso y amablemente dijo:
-Aquí tiene señorita.
-Muchas gracias.
Miré el reloj, pasaban de las diez. "¿Dónde estará? Siempre llegando tarde.", tomé un sorbo y pensé en cómo lo haría. Tenía la cabeza aturdida, sólo pensaba en sus grandes manos y en sus ojos penetrantes.
"Cliiing, cliiing", sonó el carillón de viento de la puerta. Era él. Se dirigió hacia mí, se sentó a mi lado y pidió un whisky.
-Buenas noches, hermosa. Lo siento por haber tardado tanto, discúlpame. No volverá a pasar.
-Lo sé.- dije yo con seguridad.
Tragué otro sorbo de brandy y añadí:
-Tranquilo, mejor tarde que nunca.
Dejé el vaso en la barra, me giré y nos miramos unos segundos. Inclinó su cabeza y yo la mía, puse la mano en mi bolsillo derecho, la moví por dentro señalándole y "¡Pum!".
Ahí acabó todo: mi sufrimiento y su vida.