La niña y el ciervo.

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¿Quien era yo? No sé quién era yo y creo que no importa, solo recuerdo cómo era yo y qué tenía a mi alrededor. Conocía muy bien mis sensaciones, unas eran positivas como una buena comida o el dulce aroma de las flores y como olvidar el calor del sol amarillo en el cielo. Otras eran muy malas sensaciones como la del hambre, la sed, el frío, el cansancio, el dolor de alguna herida o golpe. Conocía mis necesidades como la de comer esas jugosas bayas y las dulces hojas de hierbabuena y menta. Pero también tenía que hacer pipí y popó, siempre y cuando la llenara de tierra para no llenar de malos olores mi hermoso campo de juegos.

Mi entorno era bellísimo, mi hogar era un enorme campo con un estanque para beber y refrescarme rodeados por un bosque, recuerdo que mi madre antes de desaparecer misteriosamente me había traído a este campo para buscar más hierbas y vegetales para comer, pero poco después de que llegamos desapareció al sonar un trueno sin que estuviese nublado. Pero mi parte favorita del campo era una estructura extraña en medio de él, al principio me daba curiosidad y miedo acercarme a aquella cosa tan grande y extraña pero cuan pronto descubrí que estaba hecha de la misma cosa que estaban hechos los árboles y que de ahí provenían las bayas más dulces, pronto le perdí todo miedo. Sabía muy bien cómo me veía, tenía patas traseras fuertes y grandes, y unas delanteras no tan fuertes ni tan grandes como las traseras pero tenían dedos prénciles para poder sujetar cosas como el césped, ramas, o acercar mi comida o bebida a mi boca. Tenía pelo que solo me crecía por la cabeza y cubría mi espalda, esa era mi única protección contra el frío. 

Un día muy lluvioso, estuve escondida a un lado de la estructura extraña buscando calor y refugio, abrazando mis piernas, distribuyendo mi pelo por mi espalda y brazos para protegerme del frío que me hacía temblar. Me sentía muy mal, hasta el punto en que para calmar el frío desee morir. Pareciera que este sería mi final hasta que uno de los lados de la estructura parecía abrirse cómo cuando la criatura que me regalaba las bayas todos los días me fuese alimentar en medio del vendaval, lo dudé un poco pero me acerqué, la criatura se hizo para atrás metiéndose más hacía la estructura, nunca había notado que estaba hueca. Con cautela y en cuatro patas caminé hacia adentro de la estructura. ¡Oh vaya! Estaba caliente gracias a una pequeña porción de fuego dentro de una de las paredes de la estructura. La criatura me puso mis dulces bayas en el suelo y, antes de dar mi primer bocado noté que el suelo sobre el que estaba posada parecía estar cubierto por una cosa que me resultaba muy familiar. ¡Ah sí! Era la misma cosa de la que estaba hecha yo, tenía una forma muy peculiar pero tocar esa cubierta era como tocar mi cuerpo pero mucho más frío. No le dí importancia así que por fin me dispuse a comer. Esto era lo mejor, comida, calor. Solo me faltaba una cosa más, mi madre. ¿Qué? ¡Increíble! También estaba ella ahí, estaba solo su cabeza pegada en la misma pared en la que estaba el fuego que calentaba el lugar. No se movía pero me alegraba tanto verla de nuevo, aún que no tuviera ya su cuerpo.

Estaba tan feliz.

La criatura nuevamente se acercó a mi con más bayas y algo de agua. Nunca había notado sus astas en su cabeza.

LA NIÑA Y EL CIERVO.  Por Joahan E. De La TorreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora