Parte única

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Estaba a punto de anochecer aquel día de octubre en el que, a paso apresurado, Yuuri Katsuki salía de la universidad.

Su cabellera, oscura como la noche, se movía con el viento gélido, que ya semanas atrás había empezado a acompañar las tardes de la ciudad.

No se podía acostumbrar al frío, a pesar de habitar desde hacía cuatro años en San Petersburgo.
Trató de calentar sus manos, acercándolas a la boca y soplándolas fuertemente, luego las colocó en los bolsillos de su chaqueta y siguió caminando.

Su atención no se encontraba para nada en la calle, sino en el cúmulo tormentoso de sus pensamientos. Sabía que tenía que estudiar y sabía que necesitaba de un tiempo que, ese fin de semana, no tenía. No podía aunque quisiera porque sus fines de semana los dedicaba para trabajar.

Y justamente se encaminaba, con su enjuto rostro consumido por el cansancio, hacia aquel café que le permitía pagarse sus gastos.

Le había dicho a Phichit que le pasara por foto sus apuntes. Quizás podría verlos mientras esperaba que llegara algún otro cliente más.

Sus ojos, más pequeños y somnolientos que de costumbre, querían cerrarse a media calle, sin importar que tuviera muchas cosas más que hacer. Aún así, su cuerpo seguía caminando sin detenerse, como si estuviera en modo de piloto automático y pudiese caminar esas veredas de memoria.

No había sido fácil la decisión de irse a Rusia a estudiar. Había dejado a su familia y amigos en Hasetsu por una oportunidad brillante en aquel nórdico país.
Pero no se quejaba, estaba terminando su carrera y sus profesores le estaban ofreciendo recomendaciones para encontrar rápido un trabajo. Sabía que lo lograría, sólo tenía que sacrificarse un poco más.

Cuando estaba a punto de llegar a la esquina donde debía cruzar la calle, sintió caer sobre su cabeza un par de gotas de agua. Observó con curiosidad el cielo. Las nubes grises y gruesas parecían cargadas y le anunciaron que tendría problemas. No traía paraguas porque en la mañana no había tenido tiempo de ver el reporte del clima.
Ahora llegaría empapado al café y se resfriaría.

"¡Demonios!" -pensó. Ahora tendría que apurarse.

Las gotas empezaron a caer con más frecuencia y salió disparado, poniendo su mochila sobre su cabeza para cubrirse del diluvio que había empezado a caer.

Las gotas empezaron a caer con más frecuencia y salió disparado, poniendo su mochila sobre su cabeza para cubrirse del diluvio que había empezado a caer

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Las pocas cuadras de distancia que antes le parecían perfectas, ahora le parecían una maldición.
Corrió con toda su alma hasta que, por fin, pudo ver frente a él un café.

Para cuando entró a ese local todos los clientes lo miraron con curiosidad. El pantalón y los zapatos empapados, la casaca, aunque impermeable, ya no resistía una gota más.

Llegó y suspiró. Su mochila no era adecuada para la lluvia y claro, toda ella se empapó.
Los apuntes de todo el semestre estaban borrosos e inservibles.
Quería llorar pero ya el día estaba demasiado triste como para hacerlo.
Contó hasta diez para calmarse. El cuaderno lo dejó cerca de la calefacción. Con suerte y algunas hojas estarían salvadas.

Bajo el paraguasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora