Parte 3

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El día en el hospital había sido una locura, comenzarlo con un accidente con cinco automóviles involucrados, era algo bastante usual en New York, pero no creía que lo fuera en Minnesota. Por suerte, él ya estaba en el edificio, porque una paciente estaba embarazada, y era, según los registros, una de las suyas.

Había pensado llamar a sus futuras pacientes, organizar una cita, aunque estuviera fuera del calendario, para conocerse, y ponerse de acuerdo con el plan a seguir en el nacimiento de sus bebés en el caso que no se sintiera cómodo con las medidas planeadas por su predecesor. De modo que, encontrarse con una de ellas en la sala de trauma, no era lo ideal.

Dejó en observación a la señora Evans Prior, todo se veía en orden, aunque su instinto le decía que mejor se quedara al menos veinticuatro horas. Esos golpes de adrenalina, no traían nada bueno ni para la mamá ni para el bebé.

Cuando se hubo quitado toda su ropa, la separó para el servicio de lavandería y fue directo a la ducha, necesitaba alejar toda la tensión del día.

El agua caliente corría por su cuerpo, relajando cada músculo, hasta que, maldita fuera su suerte, su cerebro volvió a la pastelería y a la muchacha de ojos color miel que olía a vainillas. Y se supo en problemas.

Enjabonó su cabeza con velocidad y fuerza para alejar esos pensamientos que lo tuvieron en jaque todo el día. Agregó más gel de baño y comenzó a restregar su cuerpo, con energía, debía terminar la ducha lo antes posible para no sucumbir a sus deseos. No estaba bien, no era lo correcto.

Sus manos fueron bajando poco a poco hasta llegar a su entrepierna, y perdió la batalla casi sin haberla comenzado. Apoyó una mano en los azulejos y la otra la dejó anclada en su nuca, si hubiera podido darse de golpes contra la jodida pared lo habría hecho, solo dejó caer su cabeza con las gotas resbalando por su cuello, y el aroma de su cabello lo envolvió una vez más, nublando cualquier pensamiento coherente.

Se acarició despacio, saboreando el momento, disfrutando de la sensación nueva, a pesar de ser algo tan conocido. El aroma se intensificó y su velocidad cambió, se tocaba furioso, con una desesperación que nunca había sentido. Y era por ella, lo sabía. En cuanto visualizó sus ojos color miel, y esa mirada transparente, se vino con un grito ronco arañando su garganta. No era lo correcto, pero qué carajos, se sentía tan bien.

Como la mañana anterior, dejó el exceso de energía en la cinta de correr y en las pesas. El ejercicio lo centraba, lo ayudaba en mantenerse en el presente, alejado de sus demonios personales. O al menos eso sucedía en New York.

Con el cambio de código postal, llegó el cambio de tormento, ahora el suyo olía a vainillas. Desde que tenía dieciocho putos años no se sentía así por una chica, bueno en este caso ya era una mujer. La resolución de mantenerse alejado por su salud mental, ya había caído en saco roto y todavía no salía del hotel. Si alguien logró que cambiara su eje de esa manera, estaba claro que tenía que averiguar por qué.

Caminó las cuadras que lo separaban de Gardenia's con la mente en blanco, con mil preguntas por hacer y sin derecho a hacer ninguna.


***

La campanilla le dio la bienvenida otra vez, y la empleada era otra. Ocultó su desilusión con un poco de seriedad y cara de pocos amigos, no estaba preparado para no encontrarla. Miraba de espaldas a la caja registradora una vitrina con tortas, cuando escuchó una conversación de fondo que llamó su atención, sobre todo la voz que respondió la pregunta.

—Gwen, ¿te parece que encargo más de las etiquetas de edición especial?

La chica tenía una cartulina o algo semejante en la mano y hablaba con la muchacha de ojos color miel, Gwen.

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⏰ Última actualización: Aug 22, 2021 ⏰

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