No soy ella.

Capitulo 2

Casi un día paso desde que Oliver abandonó la habitación, Violet había permanecido gritando hasta que su garganta le empezó a lastimar, lloró hasta que sus lágrimas se le terminaron y finalmente se quedó dormida por el cansancio.

Al despertar, no tenía noción del tiempo, no sabía cuanto tiempo había dormido, no podía identificar si era de noche o de día ya que las ventanas de la habitación habían sido pintadas de negro, la única luz presente en la habitación era la poca que podía entrar por debajo de la puerta, el estómago de Violet empezó a demandarle comida a manera de leves gruñidos y dolores leves, había pasado poco más de un día sin probar bocado alguno, pasó gran parte del día durmiendo tratando de olvidarse de su hambre y el tiempo que no consiguió dormir lo paso tratando sin éxito de liberarse de aquellas esposas que le empezaban a dejar marcas rojas en sus muñecas, ya estaba cansada, su espalda le comenzaba a doler por permanecer sentada en la misma posición por demasiadas horas, empezaba a creer que su secuestrador había cambiado de opinión y simplemente la dejaría ahí para morir de hambre, ese pensamiento se esfumó al ver la puerta de la habitación abrirse y ver del otro lado a Oliver, estaba vestido con una filipina negra con un escudo en forma de León a un costado de su pecho, se veía muy cansado, podía notarse en su respiración y en sus hombros caídos, al ver a la joven enjaulada simplemente sonrió con cariño y entro a la habitación con algo de ropa femenina en sus manos, el muchacho se acerco a la jaula y se sentó frente a su prisionera quedando a su misma altura antes de empezar a hablar.

— Hola... Espero que puedas perdonarme por dejarte sola tanto tiempo... Tuve un turno muy pesado en el restaurante.— Oliver hablaba con algo de cansancio en su voz mientras acercaba su mano a los labios de Violet para retirar la cinta, esta vez de manera delicada y lentamente, procurando no lastimarla igual que la última vez.

— ¿Restaurante?...— Violet habló con debilidad, estaba muy cansada, incómoda y hambrienta.

— Si... Trabajo como cocinero en "El rey de los asados", es un trabajo muy pesado, pero la paga es buena.—

Violet conocía el restaurante, nunca había tenido la oportunidad de ir, pero lo había visto anunciado en redes sociales, presumían ser los mayores expertos en carne de la ciudad, sabía además que era un restaurante caro, por los cortes de carne que ofrecían en su menú, por lo que no le extraño lo que menciono de su sueldo.

— Traje esto para ti... Debes estar muerta de hambre... Prepare una cena especial para ti, ¿Por qué no te das un baño y te cambias? Así estarás más cómoda, después me acompañas a cenar.

Oliver con una sonrisa en su rostro deja la ropa dentro de la jaula y se queda observando a Violet esperando una respuesta a su propuesta.

La castaña en verdad no quería tener que cenar con el, pero su hambre era muy grande y necesitaba saciarla, además pensó que durante la cena podría encontrar la oportunidad perfecta para escapar, quizá con suerte clavarle un cuchillo en el ojo y poder salir corriendo, además claro de que suponía que un baño no le haría nada mal.

— Está bien...— Violet hablo con la misma voz débil de la primera vez, estaba desesperada por sacarse las malditas esposas de sus muñecas y poder estirar las piernas, eso sin mencionar su estómago que no paraba de gruñir internamente, similar a un león igual escudo que su secuestrador llevaba en el pecho.

Oliver estuvo muy cerca de dar un pequeño salto de emoción al escuchar que la castaña aceptó su propuesta, con una gran sonrisa en su rostro se colocó a espaldas de su prisionera y de manera cuidadosa empezó a retirar las esposas de sus muñecas, su sonrisa se borró casi al instante en que se dio cuenta de las notorias marcas rojas que se habían formado en la piel de quien pretendía que fuera su nueva hermanita, su sentimiento de culpa aumentó al escuchar el suspiro de alivio que salió de la misma en el segundo en el que por fin sentía libertad en sus manos, inmediatamente llevó sus manos a su pecho para poder frotar sus muñecas tratando de aliviar el dolor que le habían causado las esposas.