Segunda parte.

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Berlín

Envuelvo los arreglos florales que me encargaron y mi ayudante se guarda algunas en su bolsillo delantero de la camisa. Uso los alambras para crear los ramilletes, y utilizo la cinta y los cuchillos para sacar los restos. 

Una clienta entra y me pide dos ramos de clavel, y y otros tres de Narciso.

Ella sonríe al pequeño, que está a mi lado y, cuando le cobro, le decimos que tenemos una atención para ella.

—¿Me haces los honores?— le digo a mi sobrino y este se resaca de su pequeña camisa, una que lo hace ver adorable, una flor amarilla y se lo tiente a la mujer.

Ella se muere de amor, como todos los clientes cuando mi sobrino "trabaja" conmigo cuando mi hermano no puede cuidarlo. 

—Gracias, pequeño. 

Este se sonroja, y se esconde en mi delantal sucio; masajeo su espalda, y le deseo un buen día.

—Así, cuando crezca, vas a romperla. —sus manitas me abrazan, y, por mi, lo adopto. Pero como tiene padre, no tengo chance. 

La campana suena y sé, por la hora, quien es el que entra.

—¿Cómo anda mi hombrecito?

—Bien, amigo, un poco cansado; pero bastante llevadero. —le comento, bromeo.

El sonríe. 

—Ahh, al otro hombrecito, lo siento, es que me pongo celoso. — le digo a mi hermano. 

Emil, es el mayor. Su pelo rubio, hasta las cejas, se lleva toda la atención de la familia; es alto, y musculoso. Trabaja en informática. Todo lo que entiende, para mi es idioma extraterrestre. Por eso, me puse esta florería que tengo ya hace cinco años. Siempre fui fanático de los aromas, y siempre creí que la naturaleza era mas que mera decoracion,sino un modo de vivirla. 

—¿Qué tal estas?—me pregunta cargando a su hijo, observándome preocupado.

Me zambullo en esa punzada que me da en el pecho, me hace temblar; que me hace querer acurrucarme en un rincón y no levantarme. Paso por su lado, y cambio el cartel por uno cerrado. Inhalo el perfume de la vida, de la única vida que parece mantenerse, sin reemplazar la que ya no está. 

—No se va, no se me pasa.—le digo, aguantando las lagrimas, veo al niño; no quiero que piense que me tiene que consolar, mi sobrino sufre mucho cuando me ve mal. 

Mi hermano le da unos juguetes y lo pone en una silla baja, él se entretiene enseguida. 

Me agarra por los hombros y me acerca a su pecho; me desangro en silencio.

gota a gota.

El viaje a Argentina es uno a donde no quiero regresar. 

Nunca.

—Fue horrible. me trabo, mi lengua se me enmudece; su imagen me penetra en las retinas y no la puedo sacar. —tuve que reconocer el cuerpo...yo...era él. Era él.

me aferro con los puños a su camisa, como si la tela fuera el ultimo hilo que me mantiene en el aire. 

—Shhh...—me susurra y me aprieta, como cuando éramos chicos. 

Mi boca le excede saliva, mi cabeza le excede la realidad.

—Estaba destrozado, Emil. La mitad del rostro...su cuerpo. Es como si hubieran hecho de su carne, un freezer, tan pálido. 

—Lo lamento tanto. 

Hace una semana, exactamente, recibí una llamada de un numero desconocido con un prefijo del exterior, en otro idioma; castellano. Me preguntaban si era Paul y si conocía a   Klaus Schneider. Era mi amigo, él había quedado solo porque la única familia que tenia era su abuela, pero murió hace años, su padre se borró del mapa, y su madre murió en el parto. Lo único que tenia era yo. No era un hombre sociable, pero tenia el corazón de oro. Poseía una inocencia que pocas veces se mantiene a los treinta y dos.  Era viajero, había visitado un montón de paises con su mochila, y practicaba deportes extremos.  Se había ido a Argentina, a los países fríos, para hacer snowboard, y pasear por esas tierras tan ricas que tiene ese pais; a comer empanadas y probar el mate. El me dijo que me iba a traer uno.  Salió temprano un martes a deslizarse por las montañas. Esquiar era su pasión. Perdió la vida a causa de una avalancha. Él alud fue porque una placa de nieve se desprendió por la tabla. No pudo lograrlo. 

Relato: "Donde el río cae"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora