Otro día más despertando en aquel hogar, ese sitio frío, sin vida, opacado por la maldad que lleva consigo ese hombre. Ese horroroso ser se hacía llamar padre, aunque para empezar, un progenitor siempre se ocupa del bienestar de sus hijos y de hacerlos felices. Muchos de los valores que deben de tener van completamente dirigidos hacia el cuidado y crianza de sus pequeños.
San llevaba desde muy temprana edad sin sentir ese calor y adoración por parte de su progenitor, un señor frío, despiadado, sin escrúpulos y sobre todo, cruel. Choi Dongju, la pesadilla del pequeño San.
Todo comenzó cuando el pelinegro era apenas un niño. La niñez, la mejor época de la vida, tu mente está plagada de inocencia y felicidad, pero no todo era de color rosa para el pequeño. Su madre recibía todos los días numerosos golpes en su cuerpo propinados por parte de ese ser, pero eso no se comparaba en nada con el daño psicológico que le provoca a la pobre mujer. Ese hombre llegaba todos los días a su casa embriagado y a altas horas de la noche. La dulce pelinegra aprovechaba todo el tiempo en el que su marido no estaba en su hogar, para así cuidar de su pequeño bebé.
Cada día empeoraba todo. Con el paso del tiempo San fue creciendo hasta llegar a la edad de ocho años, vaya año más abrumador y solitario pasó el infante. Su amada madre no pudo aguantar más todo el daño que tenía y que le ocultaba a su hijo. En un frío día de invierno, la señora Choi acabó con su vida, dejando atrás a su abusivo marido y a un inocente niño.
San recuerda a su madre siempre, en todos los momentos, incluso cuando ese desgraciado le ponía una mano encima con la estúpida excusa de parecerse a ella. Pero, ¿Cómo puede una frágil criatura convivir en ese infierno?
El menor nunca supo con detenimiento ordenar y razonar sus sentimientos, ya que un padre siempre guía y enseña a sus hijos a controlar y llevar sus emociones. La única manera en la que Dongju lo enseñaba era a base de golpes, maltrato sin descanso hasta dejar al pequeño en un estado deplorable. En primero de secundaria descubrió que mantener una pequeña cuchilla enterrada en su piel le relajaba, y le ayudaba a evadirse de su dura realidad. Lo hacía todos los días, en los descansos para comer él no se alimentaba, evitaba convivir con sus compañeros y que se dieran cuenta de los moratones que tenía en su delgado cuerpo, así que se encerraba en uno de los cubículos del baño para llevar a cabo su plan. Una mañana antes de irse a clase, le robó al señor Choi una de las afiladas cuchillas que utilizaba para afeitarse, y tras guardarla en un pequeño bolsillo envuelta en tela, emprendió camino al instituto.
Era su único momento de relax en todo el día, pasaba el trozo de metal afilado por sus pálidos y huesudos brazos, sintiendo al principio una especie de ardor por la sensación de estar cortando su piel, pero a los pocos segundos iba disminuyendo hasta entrar en un trance, guiado por la hipnotizante vista de ese líquido rojo brotando de su dermis.
Poco tiempo duró su tranquilidad, uno de sus compañeros de clase había entrado en el lavabo, y para colmo golpeó repetidas veces la puerta de ese cubículo, hasta llegar al punto de asustarlo unos segundos, pero San seguía metido en su trance, tan dentro de él que terminó cayendo al frío suelo inconsciente, él no contaba con que perder tanta sangre todos los días era algo dañino.
Odiaba llamar la atención, otra de las muchas cosas que escondía para evitar enfadar a su "padre". El mayor de los Choi al enterarse de que su hijo fue llevado al hospital, solamente soltó una risa seca y sin ninguna pizca de humor, le importaba una mierda lo que ese chaval hiciese, y todo para llamar la atención. El adolescente pasó varios días en observación no solamente por las numerosas heridas y moretones de su cuerpo, si no el estado de su masa corporal, se estaba quedando en los huesos.
No podía volver a su casa, simplemente no podía, ese señor no dudaría en pegarle tan fuerte a tal punto de llevarlo al borde de la muerte. San se sentía asustado mientras caminaba lentamente a su hogar, pasando por uno de los tantos puentes que conectan ambas orillas del río Han.
Acabaría sin dudarlo con su sufrimiento, con esa vida que simplemente no podía aguantar más. Su vista se detuvo al igual que sus pies, una zona muy tranquila pero a la vez con un largo trágico historial de decenas de suicidios. Caminó hasta ese tramo del puente, su cabeza tan sólo tenía un pensamiento, reunirse para siempre con su adorada madre y descansar en paz con ella.
Soltó su mochila y con la poca fuerza que le quedaba se alzó por encima de las barras de seguridad, por fin lo haría, después de tanto tiempo.
Cerró sus ojitos ya preparado para lanzarse al vacío, por última vez suspiró de forma profunda, todo se terminó.
O eso creía él.
-¡Oye, no lo hagas! -
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Save me [HwaSan]
FanfictionDesde ese momento no has sido capaz de salir de mi cabeza... No sabes lo mucho que me has ayudado sin ni siquiera pensarlo. Te amo, te amo de una manera tan exagerada, que no creo capaz de decírtelo. -Contenido homosexual. -Temas delicados: autolesi...