Inexistencia (fragmento de Tobio)

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    Se esperaría que el cielo acompañe las emociones fuertes. O a veces acompañe los gritos del alma. Hoy no fue el caso. El cielo apenas mostraba mantos blancos, una corriente fresca rozaba todo lo que se ponía en pie en la tierra. Era el perfecto día de primavera. Claro que la perfección no puede ser absoluta. El cementerio generaba una ironía poética.
     Parecía mas una tierra fértil y verde que un lugar de desdichas. Donde los cuerpos inhabitados tenían por lo menos 2 metros de distancia del vecino. Pero como dije,  la poesía se presentaba acá. Las flores marchitas en esa colina se peleaban por rayos de luz. Esa mezcla de piedra y maleza generaba informalidad. Desde ahí, se podía ver la ciudad a la lejanía. Veías el ruido lejano de la paz que se sentía ahí. Una paz llena de todo.
      Caminamos bastante, aunque la piedra pulida que buscábamos que encontraba en lo más alto de la colina. Sostuve los claveles contra mi cuerpo, mientras mi otra mano guiaba el camino para ambos. Algo nos llevó a hacer un pequeño paseo de camino; esos nombres con dedicatorias y enseñanzas siempre captan la atención de alguien que es ajeno al final de una vida. Cruzamos ancianos pasando el día con sus amados, niños curiosos e inocentes de manos de padres con miradas nostálgicas. Cada tanto, quienes parecían visitar algún asunto inconcluso en sus vidas.

     Se frenó en seco y supe que llegamos.
                                                    "Kazuyo Kageyama..."

     No necesité de una obra para ver la definición de tragedia que su mirada me daba. Tobio miraba fijamente el nombre, tenso y relajado, sin emitir emoción alguna. El viento suave sopló. Su pelo se movió y sus ojos se humedecieron con la misma velocidad; y yo ilusa, creyendo que su falta de emociones podía ser lo peor que ocurriría en nuestra visita. Una tras otra caían las lágrimas, sin esfuerzo ni sollozos. Su alma simplemente rebalsaba. Después de tantos años, esa imagen y ese nombre nunca terminaban de materializarse. Tampoco el estado actual de ambos.
    Me desprendí de su agarre quieto y saque los claveles de su envoltorio. Quince claveles rojos en un ramo mediano se posaban a nuestra vista. Con una tela algo húmeda limpie el nombre y los años, que se cubrían de una capa no tan fina de tierra. Acomode el ramo frente a la lápida, suficientemente ordenado para que adorne este día de sol pero también lo suficientemente centrado, para no tapar ni un detalle de la lápida. Hacía mucho tiempo que ni Tobio ni Miwa venían. Ella por trabajo, y por suerte con un dolor más llevadero. Pero Tobio... ni siquiera él sabe por dónde empezar a escribir las emociones, contextos, insomnios y explosiones que esta ausencia creó. Creía que si se daba el espacio sanaría lo suficiente para que no doliera tanto. O tal vez mejoraría lo suficiente para hacerlo orgulloso del jugador que era, aunque ambos sabemos que el peso más grande que tenia caía en quien se había convertido. Pensar en la idea de llegar y que la memoria de su abuelo viera al chico irritable, malhumorado, con mal genio y arrogante en que se había convertido, lo aterraba. Había hecho que el deporte que ambos amaban se convierta en una monarquía absoluta, aunque sin súbditos, ni plebeyos. Solo un Rey que anhelaba todo gritando órdenes a nadie.
     Claro que hoy la historia se cuenta diferente. Hoy el Rey entiende de alianzas, amistades, apoyo y cambios. Hoy el Rey volvió a ser un modelo de persona al que el pequeño Kageyama-kun seguiría y anhelaría ser. Se convirtió en alguien que hace las paces con su alter ego y negocia los términos de sus acciones. Yo sabía bien, después de tantas historias y fotos de su abuelo (de las cuales Miwa me contaba las partes que Tobio omitía por vergüenza) no le hubiera importado como sería su nieto hoy. Le hubiera iluminado un camino que el Kageyama del pasado creía inexistente. Según como me lo describieron y los hechos que escuché, puedo afirmar que él hubiera visto la chance perfecta para enviarle una señal divina a Tobio que lo ubicara en la cancha .
    Luego de acomodar el ramo, le sostuve la mano. Me apretó firme mientras lo sujeté del brazo y le hago caricias al mismo. Él respira profundo y mira hacia la ciudad. Estaba hipnotizado del paisaje y de sus propios pensamientos. Luego de una hora, nos despedimos de este cementerio floreado y volvimos al auto. En el camino no se necesitaron palabras. Esas respiraciones profundas que tomó en la colina que le abrieron los pulmones, y un poco el alma, fueron suficientes para entender. Entendimos que el perdón es pacifico, y aún más cuando te ganas el perdón más difícil. Que no era el perdón de su abuelo o sus ex compañeros de equipo. Ni de nadie al que haya dañado sin intención. El perdón a uno mismo es el que mantiene a los humanos despiertos, desconcertados y perdidos.

    Y hoy, contra cualquier pronóstico, Tobio se perdonó.

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⏰ Última actualización: Aug 24, 2021 ⏰

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