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Lo que es sentirse de luto sin siquiera ser pariente de la persona fallecida. Lo que es estar en una casa para acompañar a quienes sufren, pero no querer moverte o hablar para que el momento no sea más incómodo de lo que ya es. Lo que es pensar en cómo ayudar a que todo pase más fácilmente, pero al mismo tiempo, no saber reaccionar porque nunca estuviste en una situación como tal. Hoy en día lo vivo, diez de agosto.
Diez de agosto, estar parada, esperando, moviéndome de un lado a otro porque mis pies duelen y no hacer más que mirar por la ventana. Y pensar que he pasado por tantas casas sin saber si en algún momento estaban sufriendo lo que en este hogar está pasando. Tal vez me vea como una mal educada al estar con el teléfono en este instante, pero solo estoy con dos familiares, esperando en el primer piso a que nos digan qué hacer.
Afuera se escucha cómo dos hombres están hablando, quién sabe de qué, pero se los escucha medianamente motivados, a pesar de que la situación afectó bastante. Ver a todas esas personas llorar mientras bajaban del auto, vernos y abrazarnos esperando que así se sientan, aunque sea, un poco acompañados, me rompió el corazón. No puedo explicar las ganas de llorar que me llegó cuando lo escuché decir "pude haber hecho más" cuando en realidad hizo todo lo que pudo y todo lo que se podía hacer.
Era irremediable la situación desde el momento cero, todos sentíamos desde el comienzo que no iba a sobrevivir, pero aún nos manteníamos con la esperanza de que tal vez, solo tal vez, pudiese volver. En su lugar, ahora ya no sufre más; tantos años de amor incondicional por la gente que lo rodeaba, de trabajo y dedicación que no fueron en vano; todos aprecian su esfuerzo por todo lo que hizo, incluso yo siendo que lo conocía muy poco, pero soy consciente de que fue un gran hombre.
Lo que debe ser querer ser fuerte en esta situación, pero también querer llorar a cántaros porque es lo que tu cuerpo, corazón y alma te están pidiendo. Ver todo eso desde mi punto de vista es algo desgarrador, no quiero imaginarme lo que va a ser cuando llegue el momento de que alguien muy cercano a mí se vaya. Pero no quiero pensar en eso, quiero averiguar qué es lo que puedo hacer para acompañar a todas estas personas que sufren a cada segundo que pasa.
Pasan los minutos, mis piernas se cansan y busco un lugar donde sentarme. Sillones. Sillones tan cómodos de colores anaranjados, con soporte de madera oscura. Hacen la vista de este lugar tan brillante que es tranquilizador. Lo veo inquieto, ir y venir, la puerta abriendo y cerrando, la llave gira una, dos veces; ¿Qué pasa? Su nerviosismo se siente a donde sea que vaya, sus respuestas cortantes, monosílabas, sus ojos decaídos y los dedos de sus manos danzando a un ritmo acelerado.
Le dedico una mirada normal, levanto las cejas, él me responde de la misma manera; hago un ademán con la cabeza, él me imita. Me río un poco, desvía la mirada, se va a su habitación, cerró la puerta y ahí se quedó un rato. Silencio, absoluto y desanimado. Decido levantarme, estilo las piernas, los brazos, la espalda; el dolor me estaba matando. Me quejo un poco, suspiro. Camino por ese pequeño pasillo lleno de fotos y dibujos que, con tanto esfuerzo, él había creado. Doy pequeños golpecitos en esa muralla de madera; uno, dos, tres.
No me dio tiempo y repentinamente abrió, me miró con ojos lagrimosos, al borde del llanto, y se descontroló. Cayó rendido al piso, tapando su rostro con sus enormes manos, y los sollozos que alguna vez fueron silenciosos, se dejaron escuchar. Me arrodillé en mi lugar y puse una de mis manos en su cabeza, empecé a sobar; la otra la puse en su hombro, apretando.
—Está bien —. Susurré cerrando mis ojos, agachando mi cabeza; escuchando lo que estaba descargando.
—Nada está bien, ¿sí? Nada de esto está bien. ¿De verdad te creés que esto está bien? —Elevó la cabeza de pronto, y se veía, se sentía su dolor a través de esos ojos color café. Sus ojeras bajo esa capa de agua salina, y sus labios rojizos de la impotencia. —¿Vos me ves bien acaso? ¿¡Estar así está bien!? —Y, de repente, se levantó. Sus piernas temblaban y su cuello estaba hinchado. Aguantaba la respiración para no gimotear.
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Lo que es
Teen FictionLas sensaciones de la pérdida siempre son duras. Ver cómo la lluvia se convierte en algo tan significativo, al igual que los pequeños rayos de sol que atraviesan esas oscuras nubes. Al final de todo, siempre pasa. El arcoíris reaparece después de mu...