El olor a playa es una de esas cosas que te hacen feliz inconscientemente, que inevitablemente asocias al verano, a las vacaciones, a esas escapadas donde la arena se te colaba por debajo del bañador y al llegar a casa te pasabas un buen rato en la ducha para quitártela toda.
Hacía tanto tiempo que no venía a la playa que era incapaz de recordar el sonido de las olas chocando contra las rocas, y por algún motivo eso me pareció terriblemente triste, sobre todo porque era el lugar que más me gustaba de pequeña, recuerdo pasarme horas dentro del mar, hasta que caía la noche y decidía salir porque, irónicamente, me daba miedo no ver lo que había dentro del agua, así que salía y me quedaba en la orilla viendo llegar las olas hasta que mis padres decidían que era hora de volver a casa.
Había pasado un rato desde que habíamos dejado atrás el pequeño pueblo que había al lado de la costa y nos habíamos adentrado en un pequeño camino entre algunas montañas bajas que parecía no llevar a ningún sitio, decidí no preguntar a donde estábamos yendo porque mi madre parecía muy segura con el volante entre las manos y una ancha sonrisa en la boca. Además, sabía que no nos estábamos alejando del mar, aunque las montañas lo taparan.
Tardamos poco en salir del camino, que dio a otro rodeado de un montón de árboles, fue un trayecto corto que desembocó en un aparcamiento casi desierto, donde se podía ver la playa a lo lejos. Bajé del coche y miré a mi alrededor, seguía habiendo árboles que daban una sombra que agradecí mucho, porque a pesar de que el verano acabara de comenzar, ya hacía un calor de los mil demonios. Mamá bajó las maletas de cada uno y echó a andar sin esperar a que la siguiéramos, aunque está claro que lo hicimos. Nos llevó por un camino hasta que dejamos atrás los árboles y el aparcamiento hasta llegar a una pequeña casa de madera, bastante vieja y destartalada, me dio la sensación de que era de esas que esconden una fortaleza sorprendente debajo de lo que parece fragilidad.
— Cómo sople un poco el viento esto se cae —. Mi hermano se había quedado quieto al pie de las escaleritas que daban al porche delantero.
— ¿Y qué vas a hacer? ¿Dormir a la luz de la luna? — dijo mi madre, que estaba peleándose con el bolso enorme que había traído para encontrar las llaves. Mi hermano resopló y subió las escaleras que crujieron a su paso. Yo le seguí y esperamos hasta que mi madre abrió la puerta.
La casa era espaciosa y acogedora, la cocina estaba en una esquina del amplio salón y al lado había un pasillo que daba a las habitaciones y al baño. La pared del frente, que daba a la playa tenía unas amplias cristaleras que dejaban ver una terraza con unas escaleras que daban justo a la arena y a unos cuarenta metros el mar, sentí que el mar estaba tan cerca que las olas llegarían a las escaleras si subía demasiado la marea.
Aquel primer día lo dedicamos a instalarnos en la casita, mi madre puso música en el viejo tocadiscos que había traído y estuvimos toda la mañana y parte de la tarde allí, viendo a mi madre cantar las canciones a todo pulmón y moviéndose por el espacioso salón como si fuera una pista de baile. Mis carcajadas resonaban por encima de la música cuando mi madre saco a bailar a mi hermano y ella le dirigía mientras mi hermano giraba y giraba encantado de la vida, a pesar de que le sacaba una cabeza a mi madre parecía que era una princesita.
Cuando terminamos de colocar todos los trastos que habíamos traído mi madre y mi hermano fueron al pueblo para comprar algunas cosas que necesitábamos y la cena, yo decidí quedarme, me apetecía tumbarme en la hamaca que colgaba entre dos de los pilares que sujetaban la terraza y acabar el libro que estaba leyendo.
Llevaba un buen rato leyendo, tan sumergida en la historia que no me di cuenta de que mi teléfono había estado sonando un buen rato hasta que escuché mi tono de llamada por tercera vez. Me levanté y fui dentro a coger el teléfono, miré la pantalla y vi el nombre de mi mejor amiga y recordé que me había dicho que la llamara cuando llegara, pero lo había olvidado.

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Tu, yo y el mar
Lãng mạnTodo se había desmoronado en la vida de Olivia, de ella, que se consideraba fuerte y tenía las ideas claras. Perdió muchas cosas en poco tiempo, pero sobretodo, se perdió a ella misma. Entonces llegó aquel verano, llegó él, y Olivia supo que a part...