Prólogo

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1761, Centro de Austria.

—Señor¿Está seguro de lo que quiere hacer? 

El Vizconde tomó un vaso y se sirvió un poco de whisky, su marca favorita desde que era un chico que robaba la bebida de su padre.

—Es lo mejor para la vista de todos.

El mayordomo se acercó y tomó la valija donde se encontraban todas las pertenencias de aquel pequeño ser y se retiró hacia la puerta. 
Decidió voltearse y vio como su señor tenía la mirada perdida y fija en los árboles de la ventana. 

—Con todo respeto, señor—acurruco al bebé más cerca de su pecho—. Una vez que cruce esta puerta espero que no se arrepienta.

Desde su asiento, levantó su vista y recorrió el cuerpo del bebé.
Levantó una de las comisuras de su labio y despectivamente contestó.

—Como podría arrepentirme de alejar eso de la vista de todos, es la mejor decisión que podría tomar—se levantó de su asiento y caminó hacia él mayordomo—. ¿Cómo crees que sería su vida aquí, con nosotros? ¿Cómo crees que se sentirá cuando tenga que presentarse a la sociedad? ¿Crees que Georgina lo aceptaría así nada más y criaría a un bebé del amante de su esposo como si fuera suyo? Esta es la mejor decisión que podría tomar, August, y en el fondo lo sabes. 

August asintió y se llevó al bebé por la puerta de la cocina.
En un viaje a caballo por doce horas, llevó al bebé al castillo diseñado por el Vizconde, de dentro salió una señora de servicio que se haría cargo de él hasta la mayoría de edad.
August lo visitará toda su vida y vería cómo el niño crecía con gracia y belleza, aunque el niño no lo vería así.

A la edad de cinco años, Stefan pasaba las horas mirándose al espejo, contemplándose, preguntándose si alguna vez cambiaría.
August se colocó tras de él y le sonrió mostrando aún más las pequeñas arrugas que aparecían al rededor de sus ojos.

—No importa como seas, algún día encontrarás a alguien que te vea más allá del exterior y descubrirá lo bello que eres, solo el que espera tiene la mayor recompensa.

Stefan creyó en sus palabras pero a la edad de 8 años, se escapó del jardín por una de las vallas rotas y caminó por un pequeño sendero, mientras exploraba se encontró con una mujer que venía cargando una canasta con telas, era muy vieja, la canasta muy pesada y la colina le daba aún más dificultad.
Stefan se acercó a ayudarla y cuando la mujer levantó la mirada pego un grito que hasta el mismo Stefan se asustó, ella comenzó a retroceder y apuntarlo con su dedo diciendo que era el mismísimo diablo encarnado.
Esa tarde volvió a su habitación y recordó lo que había pasado y juró no volver a salir, que era una abominación para el mundo y que todas las veces que August le dijo que alguien vería más allá de él eran mentira.

Él viviría con una cruz marcada para siempre, crecería en los muros de un castillo lejano y así se quedaría hasta el final de su vida.
Nunca sabría el porqué de su existencia y tampoco podría encontrar las respuestas a sus preguntas.
Nunca conocería al causante de su soledad, aunque años más tarde sabría que...

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