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24 Hours

"No olviden resguardarse en sus hogares, salir fuera podría no ser seguro"

Demonios...

Estaba pasando otra vez.

Sus ojos observaban el canal de televisión donde se estaba transmitiendo el noticiero, sus manos temblaron a sus costados mientras mordía su labio con nerviosismo.

Cada año era lo mismo, para algunos podría decirse que era hasta habitual.

Nadie sabía por qué ocurría, pero ya estaba pasando desde hace tanto tiempo que a nadie le interesaba saber la causa.

Después de todo, era mejor vivir en la ignorancia que sufrir por una verdad que sería incomprensible para todos.

Los seres inhumanos eran un misterio.

Solo aparecían un día en el año, el 23 de agosto para ser precisos y una vez el día acababa desaparecían de la misma manera en que llegaban.

Desvió su mirada, yendo está a parar sobre la pequeña tarjeta sobre la mesa de la sala, un pequeño trozo de plástico con su nombre gravado en ella.

Quiso reír.

De esa idiotez dependía su vida.

No podía romperla, ni perderla, ni mojarla, nada podía sucederle. Aquella cosa era su salvación a la vez que su maldición.

- Yeonjun – holló la voz de su padre a lo lejos, giró su cabeza, buscándolo con la mirada, hallándolo atravesando la puerta de la cocina con una mueca.

- ¿Pasa algo?

- Olvidé revisar la leche de Sunoo y se le ha acabado – Yeonjun lo miró sin entender que tenía que ver él en todo eso.

- ¿Eso es malo? – preguntó.

- Claro que lo es, sigue siendo un bebe, si no tiene su leche no comerá nada durante las veinticuatro horas que estaremos encerrados, tendrás que ir a comprar un poco para él – apenas escuchó aquellas palabras se giró en dirección al reloj.

- Solo faltan treinta minutos para media noche – mencionó.

- Entonces lo mejor será que te apresures – dijo dando media vuelta para dirigirse nuevamente a la cocina.

Yeonjun lo siguió, su madre son su pequeño hermano en sus brazos entraron en su campo de visión.

- No puedo ir, es probable que muera, incluso en las noticias dicen que no debemos salir ¿Qué ocurre si cuando llega la media noche aún no he llegado a casa? – la mujer de mayor edad le prestó atención al escuchar eso.

- ¿Y por tu miedo harás que tu hermano pase hambre todo un día? – inquirió molesta por su actitud.

- Nada me ha pasado en mis cuarenta y dos años de vida, a tus diecisiete jamás has corrido algún peligro, solo te estamos pidiendo que consigas un poco de comida para tu hermano y te estas negando, solo toma tu tarjeta y ve, nada te ocurrirá mientras la lleves contigo – cerró el tema su padre.

El de mayor edad se aproximó a él dándole un poco de dinero en efectivo para que realizara la compra, tocó los bolsillos de su pantalón, asegurándose de llevar su móvil.

Antes de salir de su hogar echó una última mirada al reloj, solo veintisiete minutos.

Salió a paso apresurado tratando de llegar rápido a la tienda más cercana, contando en su mente los segundos que pasaban.

Quiso maldecir al notar que se hallaba cerrado, debía ir más lejos.

El tren subterráneo, no habría mucha gente y podría ir y venir mucho más rápido.

Llegó justo a tiempo para abordar el tren, sus dedos tomaron dudosos el aparato en su bolsillo, dando un largo suspiro antes de animarse a presionar el botón que provocaría que la pantalla se iluminara.

Diecinueve minutos.

Unas tres personas se movieron a su lado, tratando de abrirse paso hacia la puerta de bajada, con su respiración acelerándose los imitó.

Miró hacia todos lados al bajar, caminó unos minutos y su rostro se iluminó al ver una pequeña tienda aun con luces encendidas y un pequeño letrero de "abierto".

Se apresuró a comprar lo que se le había pedido. Debía volver a la estación de tren, tal vez alcanzaría otro que fuera en dirección a donde venía.

Corrió de vuela a ese lugar, mordió su labio con nerviosismo, los segundos pasaban y el tren aun no llegaba, por la pantalla del metro podía ver que estaba próximo a arribar. Subió a toda velocidad apenas las puertas se abrieron dándole paso.

Una vez dentro se atrevió a ver nuevamente su celular...

Diez minutos.

Todo en su interior comenzó a temblar.

Para llegar a su parada faltaban por lo menos seis minutos. Y otros minutos para caminar a su casa.

Trató de regular su respiración, todo parecía pasar en cámara lenta.

Siete minutos.

Un sonido sordo inundó el lugar y tuvo que sostenerse para no caer por impulso que produjo el frenar abrupto del tren, las luces parpadeaban y no sabía que ocurría, estaba entrando en pánico.

Dios, iba a morir, sacó la tarjeta de su bolsillo, observando con impotencia aquel trozo de plástico.

En su otra mano reposaba su celular, el tiempo burlándose de él al hacerle ser consciente de que la media noche no tardaría en llegar.

Solo tres minutos.

Una sonrisa amarga surcó sus labios, quería maldecir a su padre por hacerlo ir a buscar una simple leche, si moría su hermanito también se quedaría sin algo para comer.

Su vista divagó entre las demás personas en el interior del vagón, unas pequeñas niñas aferradas a las piernas de su madre, una temerosa anciana con las manos unidas que al parecer estaba rezando.

Incluso hombres mayores que él a su lado temblaban.

Su celular vibró en su mano al mismo tiempo en que una lágrima de impotencia se deslizaba por su mejilla, aquello solo podía significar algo.

Miró otra vez el pedazo de plástico, arrepintiéndose al instante en que la solitaria lagrima terminaba su recorrido por su rostro y caía, directamente contra la tarjeta.

Esta soltó un resplandor que se apagó en un instante, toda la atención de los presentes se dirigió a él, la anciana que hace unos instantes lo señaló con uno de sus huesudos dedos.

- ¡Él la activó! ¡Todos moriremos por culpa de ese mocoso! – Sus gritos inundaron el lugar haciéndolo temblar.

No quería, pero aun así lo hizo, su mano temblorosa posicionó la pantalla de su celular a la altura de los ojos, ignorando todo a su alrededor.

00:00

Las veinticuatro horas... han comenzado.