Prólogo

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Los últimos rayos del día se filtraban por entre los huecos de la persiana de la pequeña habitación donde no se escuchaba otro sonido que el pausado respirar de Leo. La luz le daba directamente en la cara y hacía que su cabello dorado brillara en un tono rojizo, como si en vez de cabello tuviera brasas ardiendo.


De repente sonó un ruido muy fuerte que hizo que el rubio abriera los ojos de golpe.


Miro a un lado y vio el despertador que no paraba de sonar. Soltó un bufido y un taco. Lo apago de un golpe justo antes de darse la vuelta y echarse las sábanas blancas por encima de la cabeza mientras cerraba los ojos para volver a dormirse. De repente se dio cuenta de algo y saltó de la cama para ir directo al armario.


Cuando llegó al mueble lo abrió casi rompiendo la puerta de este. El armario era de madera y estaba lleno de posters, sobre todo de motos. Dio un rápido vistazo a su ropa y cogió una camiseta blanca, unos vaqueros de color oscuro y unas deportivas blancas. Se quitó rápidamente los pantalones cortos con los que dormía y se puso los vaqueros, la camiseta y las deportivas. Cuando llego a la puerta cogió una sudadera de color naranja que se encontraba en una percha que estaba detrás de esta.


Se dio la vuelta y echó un vistazo a su habitación. No volvería a esa habitación en meses. Estaba pintada de azul y sus paredes casi ni tenían decoración, tan solo un par de fotos enmarcadas de su padre que había fallecido hace tiempo y algún que otro póster de una moto que llevaba deseando desde que las motos le empezaron a gustar allá a los ocho años. En una esquina de la habitación, a los pies de la cama y entre la ventana y el armario, había un escritorio lleno de papeles con cosas a medio dibujar. A Leo siempre le había gustado dibujar desde muy joven y siempre llevaba su bloc de dibujo con él. Encima del escritorio había una estantería con libros de misterio y terror. El rubio no leía mucho pero sus libros favoritos siempre fueron de ese género, sobre todo Sherlock Holmes.


Después de mirar por última vez su cuarto se dio la vuelta y bajó corriendo las escaleras que separaban la cocina y el comedor de los dormitorios y fue a la cocina para encontrarse con su madre.


-¡Mamá! ¿Por qué no me despertaste? Llegaré tarde. Esto me pasa por querer dormirme la siesta un rato.- Leo se sentó en una de las sillas al revés que estaban en el centro de la cocina y apoyó los codos en ella mientras que su barbilla descansaba sobre las manos.


La mujer dio media vuelta creando ondas con su rubio cabello para ver a su hijo. Sus ojos eran de un tono azul claro como el cielo en un día de verano mientras que los de Leo eran de un tono marrón como la arena mojada. Miró fijamente a su hijo.


-Es imposible despertarte, lo intenté como cinco veces y ni siquiera te moviste- le replicó ella.


-Ah, llegaré muy tarde- dijo él como si su madre no hubiera hablado.


-Tranquilo hijo, todavía tienes un cuarto de hora para llegar al autobús, si te das prisa llegarás a tiempo- dijo tranquilamente.


-¿Sale en quince minutos? Me voy que no llego.- Cuando ya estaba en la puerta de la cocina frenó en seco y se dio la vuelta para darle un beso a su madre en la mejilla-. Que te valla bien, vendré a visitarte un día por semana.

Prometo no decepcionarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora