Capítulo IV

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Llanto


Thiago caminó por la estancia con Emma en los brazos meciéndola con la esperanza de que dejara de llorar sin éxito. Era su tercera semana siendo el niñero matutino y lo estaba odiando. Empezaba a sospechar que Emma también lo odiaba a él; primera semana había estado medianamente bien, Mateo había aparecido unas horas después y se había encargado de la niña para luego darle paso a súper papá que se había encargado de ella el resto de los días.

Sin duda, Temo tenía ese instinto paterno a flor de piel, a diferencia de él, y eso se hizo patente justo durante la segunda semana a su cuidado de la niña. Había empezado por no tomarse su biberón, lloraba a mares y Thiago no había podido calmarla ni con esa estúpida canción que Temo solía cantarle y que había funcionado la primera vez, así que, después de rogarle durante horas, la niña terminó dormida, casada de tanto llorar. Para su tranquilidad, si comía pero sólo hasta que Temo llegaba.

Sin embargo, ahora estaba solo; Mateo estaba en medio de una sesión en el hospital, Temo había llamado para decir que no llegaría de la oficina hasta pasada la noche y Emma parecía haber captado esa información todo con el fin de torturarlo porque no había parado de llorar en todo el día.

Thiago había usado todos los trucos; había cantado, se había disfrazado, había intentado imitar la voz de Aris... todo, sin éxito. Su último recurso era llamarle a la caballería pero una parte de él se rehusaba, de alguna retorcida manera, quería asegurarse que él también podía hacerse cargo de la niña aunque realmente no le interesaba mucho y tampoco entendía el porqué.

Aunque no pudo evitar la cara de felicidad cuando vio a Mateo llegar, casi con los hombros pesados y los brazos cayéndose, le entregó a la niña en brazos.

—No ha parado de llorar —la mirada de Mateo se tornó preocupada —. Así que no hay nada más celestial que tu presencia en este momento.

—¿Ya le disté de comer? —La pregunta le ofendió. Era un total idiota pero no tan idiota.

—Lo intenté y también le cambié el pañal. También intenté la estúpida canción de Temo y quise jugar con ella pero nada funciona. Creo que se rompió o algo así —Mateo la meció pero Emma no se calmó —. No ha comido más que medio biberón y eso que hice lo que me dijeron —Mateo caminó con la niña en brazo yendo hacia la nevera para tomar otro biberón.

—Puedes calentarlo, por favor. Intentaré dárselo en la terraza. A veces le sirve, siento que le relaja.

Mateo tomó a la niña a su biberón y salió con ella. Suponía que era un buen día porque el sol había estado brillando, aunque a él no se le había ocurrido sacar a la niña. Tal vez Mateo tenía razón y con ese cambio de panorama la mocosa hubiera dejado de berrea. Fuera como fuera, ellos terminaron afuera y él derrumbado en el sofá.

Se sentía desfallecer y eso que solo había estado al cuidado de Emma durante tres semanas, no entiendía cómo se la habían arreglado Mateo y Temo el resto del tiempo.

No se dio cuenta del momento exacto en el que se durmió pero despertó justo cuando Temo iba entrando a casa. Se veía preocupado y estresado, estaba seguro que Mateo ya le había avisado lo que estaba pasando así que era el momento ideal para tener una pequeña charla con el señor arquitecto.

—Llegas temprano —Temo asintió buscando con la mirada a Mateo y a la niña, supuso —. En la terraza —le dijo viéndole dejar sus cosas sobre la encimera como siempre lo hacía. Iba hacia ellos pero Thiago lo detuvo —. Espera, tenemos que hablar. Temo, estamos cometiendo un error, esa niña no se puede quedar aquí.

Tres padres para el bebéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora