|Prólogo|

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La luz del amanecer se coló por el ventanal de su habitación, iluminando los anillos de platino que residían sobre su mesilla de noche hecha de la mejor madera del mercado, creando destellos plateados que se esparcían en todas direcciones. Aquellos destellos fueron lo que lo despertaron. Aún medio dormido, se fijó en la blanca luz con la que bañaban la habitación. Era una mañana soleada, fresca e impersonal. Sin embargo, la responsabilidad a la que se había comprometido para Boten aquella mañana no tardó en asaltar su mente y arruinar la perfección del momento. Se planteó arrebujarse entre las sábanas y volver a dormirse, pero el estrés había hecho efecto en él y fue incapaz. Envuelto en una sensación amarga, dejó soltar un suspiro y volteó su cabeza hacia un lado, encontrándose con par de ojos curiosos que lo observaban con detenimiento. Aquellos ojos revolvieron sus recuerdos de la noche anterior; luces de neón, música a todo volumen, alcohol por doquier, éxtasis, cocaína y otras sustancias, y para terminar la noche; sexo con una preciosa rubia.

Él pensaba que para entonces ella ya había cogido el dinero y se había ido cuando él se quedó abatido y adormilado, como ya habían hecho en otras ocasiones. Koko y ella habían mantenido relaciones sexuales en cuatro o cinco ocasiones más, pero Koko ni siquiera recordaba su nombre. Ni lo sabía ni le importaba, solo recordaba que empezaba por la letra H y la seguía la vocal A. ¿Quizá su nombre era Hatsumi? ¿Haruyo? ¿Hamaco? Bah, ¿qué más le daba saber el nombre de una prostituta con la que solo follaba para desfogarse un poco? Para él solo era una puta más que se había llevado a la cama. Solo era sexo pagado, las formalidades estaban de más, como por ejemplo el despertar a su lado. Algo que realmente no le agradó, y no precisamente por tener mal despertar.

La chica que había permanecido en silencio, hizo el ademán de acercarse a sus labios para besarlo, a lo que Koko con una mueca de desagrado en el rostro le hizo la cobra con la rapidez de un ave rapaz.

—Ya te lo dije. Sin besos.—dijo tajante, cumpliendo conscientemente aquella promesa que le hizo a Akane muchos años atrás.

—Ya... pero yo pensaba que tú y yo...—comenzó a decir la joven, en un tono de voz lento y seductor, mientras se apegaba al cuerpo semidesnudo de Kokonoi.

Aquella insinuación le hizo gracia al albino. Hajime solo se acostaba con ella porque le recordaba a cierto rubio de ojos azul turquesa. Y no era la primera vez que se acostaba con alguien por seguir un canon de belleza semejante al de Inui, se había acostado con infinidad de hombres y mujeres por esa simple razón. Se podría decir que era su fetiche. Pero el atractivo de ninguno de ellos se podía comparar a la belleza angelical de Seishu. Su belleza era incomparable.

El albino supuso que aquella mujer debía ser nueva en su oficio, porque no cualquiera de su calaña hubiera pensado que las cosas irían por ese camino. Y menos con él, Hajime Kokonoi, ejecutivo de Bonten, un asesino sin escrúpulos y el dueño del mejor club nocturno de toda Shibuya; el LUXURY. Donde la música alta, el alcohol, las drogas y la prostitución brillaban en su establecimiento al caer la noche.

—Esto es sexo por dinero, no pienses ni por un segundo que tú me interesas lo más mínimo.—respondió impasible, sin importarle la clase de veneno que había desparramado en aquellas palabras.— Vístete y vete.—añadió, separándose bruscamente de ella y saliendo de la cama.

Al levantarse se dio cuenta del caos a su alrededor. Había rastros de cocaína en la mesilla de noche, unas esposas y un lubricante tirados en el suelo, un condón usado al borde de la cama, unos tacones de aguja que habían sido arrojados a una esquina de la habitación, sus pantalones sobre una silla de roble y un sujetador sobre su tocadiscos favorito. Pensó que probablemente el resto de la ropa debería de estar desparramada por el pasillo que daba a su habitación, realmente no lo sabía, recordaba bien poco de lo sucedido aquella noche.

—¿Quién es Inupi?—preguntó entonces la joven, que había hecho oídos sordos a lo que le había ordenado Kokonoi y seguía metida en la cama.—Anoche le llamabas en sueños.

Aquella pregunta removió algo doloroso en Kokonoi, que entristeció la mirada. Su mente le traslado al pasado. Cuando ambos se toparon el uno con el otro. Cuando se despidió de él. Cuando las lágrimas brotaron de sus ojos al notar que el rubio estuva lo suficientemente lejos de él. Le dolió, pero sabía que hacía lo correcto al cortar las cadenas que le ataban a él. Aquel día una aparte de Hajime se fue con Inupi. Fue como si, al irse, se hubiera llevado consigo una pequeñísima pero irremplazable parte de Kokonoi, que quizás antes no necesitaba, pero que con los años había estado echando de menos.

Y cómo no. Su musa había vuelto a asomarse en sus sueños otra vez. Para Kokonoi lo de soñar con Seishu no era una sorpresa, de hecho, se había convertido en su rutina. Que Seishu asaltará sus sueños era algo que ya sucedía desde hacía años, pero se habían multiplicado a lo largo del año cuando le vio a lo lejos, en el centro de Shibuya, junto a Takemichi. Se obsesionó con él desde que le vio por primera vez en aquel cruce de cebra, con su cabello largo recogido en una coleta baja y con una sonrisa entre sus labios, la más amplia sonrisa que él le había visto jamás.

Desde entonces no pudo dejar de pensar en él. Pensaba en él todo el dia. Pensaba en qué vestiria, en que estaría haciéndo y con quién. Pensaba en qué amigos tendría, en qué trabajaría, en qué champu utilizaba. Incluso pensaba en qué desayunaria por las mañanas. Quería saberlo todo. Seishu estaba tan metido en su cabeza que era por ello que había soñado infinidad de veces con Seishu; soñaba en cómo había sido su día, en cómo sería su reencuentro, sobre recuerdos del pasado, en cómo sería todo si nunca le hubiera dejado y para que mentir, también había tenido sueños explícitos y obscenos con él. Muchos. Demasiados. Escuchar a Seishu gemir su nombre era su mayor tesoro, pero no solo eso, también lo era volver a ver sus preciosos orbes color vida, volver a ver sus finos labios de porcelana, contemplar su fina sonrisa y también lo era escuchar su liviana voz, aunque fuera una mentira. Aunque solo fuese en eco en su cabeza.

—No es de tu incumbencia. —respondió sin más, mientras se dirigía nuevamente al cuarto de baño para tomarse un baño.-Lárgate de una puta vez. Y no vuelvas a pasar la noche aquí.—añadió malhumorado antes de cerrar la puerta tras de sí.

Koko se dirigió entonces al espejo que había sobre el lavabo y se recogió el cabello en un moño rápido y mal hecho. Se observó reflejado en el espejo. Se le veía tan mal que apenas se reconocía. Intentó entonces sonreírle a la imagen que le devolvía el espejo, pero sus músculos faciales no parecían querer obedecerle. No pudo hacer más que hacer una mueca ante su tristeza y soledad.

Dicen que el dinero da la felicidad. Kokonoi sabía que eso no era cierto. Sí, el dinero te permitía todos los caprichos que quisieras, te daba poder y estatus. Pero ni con todo el dinero que tenía podría comprar lo único que él quería, lo único por lo que podría volver a ser feliz; volver a tenerle en su vida. Era irónico, podía tener todo lo que quisiera, pero lo único que quería era algo que no podía tener.

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⏰ Última actualización: May 26, 2022 ⏰

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Ghost Town©|| Kokonui [Pausada] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora