A la deriva

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Estaba en mi camarote observando el techo, no podía dormir. Tras haber dado vueltas y más vueltas sobre la cama, decidí salir a la cubierta a tomar el aire y observar un rato el cielo. Era una noche estrellada, y aunque las luces estaban apagadas, se podían distinguir claramente todos los objetos que había gracias a la clara luz de la luna menguante. Noté una mano encima de mi hombro, me giré, y la vi a ella. Por lo visto ella tampoco podía conciliar el sueño. Nos sentamos juntos y disfrutamos de nuestra mutua compañía y del fabuloso espectáculo celeste.

De repente, y sin previo aviso, el cielo oscureció y las nubes taparon nuestra perfecto paisaje celeste. La marea se empezó a desatar su furia y el cielo empezó a lanzar sus temibles rayos. El gigantesco barco se balanceaba de un lado a otro empujado por el enérgico oleaje.

Entonces me desperté. Me encontraba en la misma isla, la misma playa, bajo el mismo Sol. Había vuelto a tener la misma pesadilla, la misma que cada noche, me atormenta. Ya hacía casi un mes desde aquel naufragio, y solo unos pocos lograron sobrevivir, ella no.

Me encontraba en una isla remota del Pacífico, una isla tropical. Durante este mes he podido sobrevivir gracias a las plantas tropicales y de una mina de agua dulce. A pesar de que no era el único en esa isla, me sentía vacío si ella.

Conmigo, habían sobrevivido seis náufragos más. Éramos pocos pero todos tuvimos suerte de sobrevivir de aquel trágico accidente.
Las posibilidades de escapar de esta perdida isla eran muy pocas por no decir nulas. En un comienzo, nos planteamos la idea de salir de allí con un pequeño bote construido con madera, pero la marea de aquel gran océano era muy imprevisible y la idea quedó descartada.

Por el momento, seguíamos en la isla subsistiendo como podíamos. Esperando a que se pasase algún barco o avión. Pero nada. El tránsito de alguna nave por aquella remota isla era inexistente.

Cada noche deambulo calmo por la blanca arena de la isla recordando nuestro último momento juntos. Bajo la luz de la luna y las estrellas.

La mañana siguiente, volví a despertarme de la misma pesadilla, en la misma isla, en la misma playa y bajo el mismo Sol. Pero esa, para nuestra sorpresa, fue una mañana especial. Por encima de nuestras cabezas sobrevolaba un helicóptero, que al parecer nos había visto. Tras muchos días perdidos y alejados de la sociedad, por fin pudimos abandonar la isla.

Estuvimos un buen rato sobrevolando el Pacífico, hasta que por fin, avistamos tierra; Miami.
El helicóptero aterró suavemente y bajamos. Un conjunto de médicos y enfermeras nos hicieron un chequeo rápido para asegurarse de que estábamos bien, y nos enviaron a casa.

Volví a mi vida anterior.

Hoy de nuevo caminando por la orilla, siento la ligera brisa del mar y la relajante melodía de las olas. Una vez más pienso en ella, la isla, el accidente, mientras el cálido sol del ocaso se oculta de nuevo dejando paso a la fría noche y dejando una vez más al descubierto, mi abatido corazón.


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⏰ Última actualización: Mar 27, 2015 ⏰

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