Aquellos tiernos ojos brillaban cuando lo veía. Era feliz viendo a aquel chico desde lejos.
No entendía su sentir, pero estaba extrañamente enamorado. Extraña y nerviosamente enamorado de un chico con el que apenas hablaba.
Kim Taehyung.
Un joven al que nunca le interesó nada más que pasar tiempo con su inseparable amigo Jungkook.
Un joven que no sería capaz de amar a nadie más que a su consola de videojuegos.
Un joven que jamás desperdiciaría su recreo en estar con alguien.
Simplemente era él en su mundo y yoongi lo sabía.
Sabía que Taehyung jamás sería capaz de fijarse en alguien y hacer algo al respecto.
Yoongi lo sabía.
Pero aun así se imaginó a ellos dos juntos tomados de la mano corriendo de la lluvia.
Aún así se imaginó una tarde en donde aquellos salgan a beber café junto a unos deliciosos pasteles de chocolate.
Aún así se imaginó a un Taehyung que pase tiempo con él en los recreo que daba la escuela. Porque sí, estos jóvenes estudiaban en el mismo lugar, y por si fuera poco, en el mismo salón.
Yoongi sabía que aquel alto joven nunca sería capaz de hacer cada una de las cosas que imaginó, pero aún así, siempre aparecía esa molesta voz en su cabeza que le repetía una y otra vez que Taehyung no era tan despreocupado como parecía y que éste también podía amarlo hermosamente.
Yoongi soñaba mucho y poco pensaba.
Lo que llevó a cabo una humillación que Yoongi sentía que merecía.
Después de muchas charlas mentales con sí mismo, lo decidió.
Le hablaría de sus sentimientos a Taehyung.
No sabía cómo, pero definitivamente lo haría.
Fue por eso que durante toda una semana estuvo viendo si aquel chico le daba una señal más clara, algo más que esas simples miradas rápidas que aunque fueran fugaces, derretían a Yoongi.
Estuvo atento a cada una de sus acciones, pero Yoongi no encontraba nada.
Al finalizar la semana, un día viernes por la tarde, le habló.
Yoongi lo invitaría a salir para que pueda confesarse de manera más cómoda.
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