único.

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Sana suele ver la vida desde lo alto.

No desde una posición de poder, sino a una altitud que le ofrece dejarse caer o volar entre las nubes y acariciar las estrellas con la punta de sus dedos.

En una corniza, adherida con los pies a el pedazo de cemento que le evita dormir en el piso.

Muchas cosas la angustian, le angustia quedarse en aquella corniza para siempre, le angustia que derriben el edificio, le angustia que al emprender vuelo caiga como Ícaro. Hirviente cera derritiéndose sobre sus hombros mientras el agua helada del mar enfría sus heridas segundos después del impacto que terminará por hundirla.

Y se balancea cual funámbulo entre una jungla de cables que amenzan con dejarla caer. Hay días en los que se sintió tentada a retarlos. A jugar con la suerte y ver qué tan fuerte sería el golpe contra el concreto.

Hasta que miró hacia abajo y vio a Nayeon con los brazos abiertos, dispuesta a amortiguar su caída. Y entonces Sana decidió entretenerla, en lugar de perder la batalla contra la incertidumbre que le cellaba el estómago al vacío.

No es hermoso, para nada. Aunque pueda parecerlo cuando se pinta en rebuscadas metáforas. Porque a la hora de arrancar las costuras del caballete; cuando el edificio se vuelve polvo y los cables no son más que plástico y metal despedazados entre escombros, y las alas con las que alguna vez soñó no son siquiera de cera; entonces queda solamente Sana.

Minatozaki Sana, de carne y hueso, que le cuesta ser vulnerable y que ruega todo el tiempo que no le hagan daño porque no sabe por cuánto tiempo podrá contener cartas de picas en lugar de corazones.

Aunque también sea orgullosa y no quiera perder la mano de cartas, incluso cuando al final de cuentas, será mayor la pérdida que su victoria.
Pero la vida no es un casino y Sana definitivamente no juega al póker.

A veces se enajena como una bañera, ocupa todo su ser con pensamientos muy lejanos, que van poco a poco llenándole hasta que ella se quiebra, porque al dolor le han crecido ramas, raíces y espinas, que se clavan internamente en su ser, y la desgarran; es ahí cuando rompe a llorar.

Y Nayeon, Oh, Nayeon. Siempre está ahí con una toalla y un chocolate para secarla y decirle que todo está bien, que de vez en cuando hay que vaciarnos totalmente para completamos de nuevo. Y Sana a veces siente que Nayeon es el sol en esas películas distópicas grises. A veces siente que Nayeon huele a limón y cuando la besa se siente como escuchar sus canciones favoritas y sonreír.

Siente. Es humana. Se siente alegre y quiere vivir, no sólo tomar oxígeno y expulsar dióxido de carbono. Quiere ir a la playa y sentir el sol en su piel aunque sea unos minutos e ir a una montaña y ver el vapor de su boca en el aire.

Y cuando hacen el amor, Sana en serio puede sentir las estrellas. Podría ver a Saturno y todo el puto sistema solar en el cuerpo de Nayeon si quisiese, porque se siente como un sueño.

Cuando Nayeon se va, no se siente como un día gris, es diferente de hecho. Es como recostarse en tu cama luego de estar en el mar, con el oleaje en tu espalda.

Sana podría dejarse caer en los brazos de Nayeon con los ojos cerrados, porque sabe que estaría ahí para atraparla. Y de no estarlo, por alguna u otra razón, dejaría un colchón gigante con una nota diciendo "Te amo."

Porque Sana puede ser un papel arrugado tirado por ahí, pero Nayeon siempre escribirá poesía en ella.

FINE LINE | SANAYEON.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora