Cuando uno es apenas un niño, lo normal es que nos cuenten historias bonitas en la que todo acaba bien. Cuentos y leyendas que nos enseñan de una forma divertida y fácil sobre el mundo que nos rodea. Pero no siempre pueden ser tan bellas como pretenden mostrarnos, incluso aunque se cubran de capas y capas de fantasía.
Todos conocemos una en concreto, el cuento que nos previene sobre los lobos feroces y la noche en los bosques. Sobre todo si vestimos una caperuza roja. Incluso entre colores tan brillantes la oscuridad no retrocede, sino que avanza inexorable, esperando su momento para mostrar su verdadero rostro, uno horrible y macabro que haría que hasta el más valiente de los hombres quisiera huir y esconderse bajo las mantas de su cama, aterrado de los monstruos que vagan por la noche.
La verdadera historia no la conoces, aún...
Cuando el invierno calló sobre la pequeña villa y la nieve cubrió los tejados, una joven niña abandonó el calor de su hogar en un viaje a través del bosque. Tenía como objetivo el llevar una canasta con vino y pasteles a su vieja abuela, que se hallaba tendida en su cama sin compañía alguna y aquejada de alguna enfermedad. El problema es que vivía alejada del resto de personas en una cabaña de madera con chimenea de piedra.
El camino hacia allí era largo y tedioso y la niña debía llegar antes de que se hiciera de noche pues, a diferencia de lo que habitualmente se cree, no llevaba más abrigo que el vestido de lana basta que su madre le había hecho el invierno anterior.
La pequeña caminó rápida pero segura, pisando la graba con cuidado de no hacer más ruido del necesario por miedo a despertar a alguna de las criaturas que se decía que rondaban por el bosque. Pero tuvo la mala suerte de tropezar con una piedra y caer al suelo. La canasta desparramó todo su contenido por la tierra del camino. La botella se rompió y el vino desapareció en pocos segundos absorbido por las raíces de las plantas de alrededor y los pasteles acabaron mezclados con el barro y la nieve.
Los ojos de la niña se cubrieron de lágrimas por haber desperdiciado tan jugosos manjares que podrían haber ayudado a su abuela a recuperarse. Avergonzada por su torpeza, se internó entre los árboles alejándose del estropicio que había causado.
La noche hacía horas que había caído en el bosque y la pequeña llegó a una cabaña de madera con una chimenea de piedra. La luz del fuego se veía a través de las ventanas y, si no hubiera estado todo tan oscuro, se hubiera podido ver el humo salir por el hueco de la piedra. La niña atravesó la puerta de la casa, blanca por el frío de la ventisca que comenzaba a formarse en el exterior y el vestido cubierto de barro y hierba.
Se acercó a la cama donde se encontraba su abuela, la cual se encontraba en el medio de la sala sin mucho más mobiliario a su alrededor. La anciana estaba cubierta por las mantas hasta la barbilla y tenía los ojos cerrados. La única prueba de que seguía viva era el sube y baja de las sábanas sobre su pecho.
La niña recordaba cómo había sido la mujer hace años, llena de vida y alegría en sus ojos, ahora llenos de legañas y apagados por las cataratas, según sabía. En definitiva, la pequeña sentía lástima por ella.
Decidió entonces acabar con su sufrimiento de una vez por todas. Si no podía ayudarla con los pasteles y el vino, lo haría de otra manera. Agarró una de las almohadas de la cama y la puso sobre el rostro de su abuela, apretando hasta que el pecho de la vieja dejó de moverse.
Cuando todo acabó, la niña se percató de lo que había hecho y las lágrimas brotaron de sus ojos. En un llanto desesperado comenzó a zarandear el cuerpo de su abuela en un intento desesperado de deshacer lo que había hecho.
Pero era algo irremediable. La amable anciana que tanto había hecho por ella en los años anteriores se había ido. Y era culpa suya.
Solo suya.

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La capucha de sangre
HorrorEspecial de Halloween 2021 La historia de caperucita roja no es como te la habían contado; ni siquiera los hermanos Grimm...