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Me desperté de una habitación que no era la mía

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Me desperté de una habitación que no era la mía.

—¡Padre! —Grité con todas mis fuerzas, dejando que mi voz retumbara por las paredes

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—¡Padre! —Grité con todas mis fuerzas, dejando que mi voz retumbara por las paredes. —Sácame de aquí. Me necesitas para tu estúpido conjuro.

Un hombre desconocido me interrumpe. —Cállate.

Frustrada, no puedo evitar lanzar un comentario desafiante. —¿Quieres morir? Dime, hijo de perra.

Utilizando mi magia, obligo al hombre a acercarse a la puerta con un movimiento brusco. —¿Dónde estoy? —exijo, furiosa.

—Estás en la reserva. —Su respuesta es pausada, como si intentara mantener la calma.

—¿Y dónde diablos es eso?

—Estás en una manada.

No puedo creerlo. Ese nombre me resulta familiar, pero no puedo asimilar lo que el tipo está diciendo.

Mi padre me ha abandonado.

—Maldito viejo decrépito —murmuro, el enojo palpable en mi voz. —¿Por qué demonios me tienen aquí?

El hombre finalmente da una respuesta más completa. —El Alfa vendrá y hablará contigo.

Después de alrededor de quince minutos, un hombre corpulento, lleno de tatuajes y con una expresión seria se introduce en mi campo de visión.

—Por fin nos encontramos, Eleanor.

No puedo evitar quedar sorprendida por su apariencia. —No sabía que fueras tan guapo.

El hombre frunce el ceño, claramente poco impresionado. —No estoy aquí para perder el tiempo.

Me acomodo, tratando de mantener la calma. —¿Qué quieres saber?

Su mirada intensa se clava en la mía. —Tu padre te dejó desmayada frente a mi manada. ¿Qué pretende?

Mis palabras fluyen con franqueza. —El Lupus Bone ya está libre. Solo falta la llave y la sangre para que pueda tomar forma física y dejar de ser un gas amorfo.

El hombre parece exasperado. —¿Julius no tiene idea del caos que este individuo podría causar? ¿Entiendes que te están buscando para matarte?

No me impresiona su tono amenazante. —¿Quién? ¿Samantha Jensen? —Río con desprecio. —Ella no me matará ni siquiera si lo intenta. Es una simple y estúpida que se cree importante.

Una bofetada repentina choca contra mi mejilla, el impacto me sorprende. —Que sea la última vez que hables así de ella.

Frustrada, hago que se acerque más a mí con mi magia, y mis sentidos captan su aroma a desodorante masculino mezclado con una leve fragancia de lavanda.

—Hueles increíblemente bien. —Mis palabras fluyen antes de que pueda detenerlas. —Y esos ojos tuyos son hermosos.

Sus labios están apretados, y el tono de su voz es rígido. —No intentes coquetear conmigo.

No puedo evitarlo, lo intento besar, pero él resiste con fuerza.

—Para —gruñe.

—Quiero que seas mío —insisto, mi voz adopta un tono seductor.

—Eres una maldita bruja desquiciada.

Utilizo mi magia para acercar su rostro al mío con suavidad, buscando sus labios nuevamente.

Sus labios son exquisitos y sus brazos fuertes me rodean. Puedo imaginar la sensación de sus manos apretándome.

Finalmente, se aparta bruscamente de mí. —Eres una arpía.

Se aleja de mi celda, dejándome con pensamientos muy intensos en la cabeza.

—Pronto serás mío, lo aseguro. Destruiré la vida de esa zorra.

Me sumí en un torbellino de pensamientos, ideando innumerables formas de destruir a Samantha.

Consciente de que Matteo era su pareja, se me abrió un abanico de oportunidades para interferir en su vida.

Los rumores sobre el espíritu que se había apoderado del rey de los vampiros, Owen, llegaron a mis oídos.

¡Qué lástima!

Un olor a perra inundó la celda.

—Parece que no has cambiado ni un poco en todos estos años, Erin.

—Y tú tampoco has cambiado, Eleanor.

—¿No te cansas de causar tanto sufrimiento en el mundo? Tu padre te ha arrastrado por un camino oscuro y tú, en lugar de asumir responsabilidad, echas la culpa a otros por tus desgracias.

—¿Quién te ha pedido consejo? Preocúpate de Arnau y de esa pequeña cosa que tienes en tu vientre.

—No permitiré que te acerques a mi familia. Si intentas tocarlos, te aseguro que te arrepentirás. Acabaré lo que tu madre no pudo hacer en 26 años.

—No menciones a esa perra, te lo prohíbo. No tienes derecho a llamarla madre.

—¿Y tú tienes el derecho de juzgar a alguien que se sacrificó para cuidar de ti? ¿Que puso su vida en peligro por el miserable de tu padre? No puedes negar de quién eres hija, Eleanor.

WolfDonde viven las historias. Descúbrelo ahora