Hace muchisimos años, cuando en este lado del mundo no ecistian mas que dioses que los astros, las fuerzas y los elementos naturales, el Sol gobernaba sobre todos ellos y era amo y señor de toda America india.
Su sola voluntad desataba tormentas o secaba mares. Cuando se le rendia culto, fecundaba los campos y bendecia los hogares; ¡Pero ay del insensato que se atrevia a desafiar su colera!: no podia esperar sino hambre, frio, dolor y muerte.
El dios Sol acostumbraba a tomar la forma de un apuesto guerrero para visitar las islas de su preferencia en el Oceano Pacifico.
Cierta vez, mientras caminaba sobre la blanca espuma tendida sobre las olas de la arena, logro divisar a un hermosa doncella que emergia desde el apacible mar, sentada sobre el caparazon de una tortuga gigantesca. Le cautivo su figura eabelta, su talle delicado, su tez cobriza y fresca, su pelo mas negro que la noche y la extraña dulzura que derramaban sus ojos.
El joven soberano se acerco para hablarle; mas, al notar la desconocida presencia, la tortuga se sumergio en las ondas verdiazules, llevandose consigo a la misteriosa doncella.
Al verla desaparecer, el Sol se entristecio tanto, que lloro sin parar durante muchas horas, provocando una descarga de sombras sobre las indefensas islas.
los animales y personas que habitaban en esa isla parecieron, por el rugir del viento que resoplaba con destruir la vegetacion, y las olas erisadas probocando maremotos.
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