50.

188 20 0
                                    

Mackenzie pov's.

Nuevamente estaba bajando del tren en compañía de Jean, por fin habíamos llegado a París. La noche anterior, después de la propuesta de Jean, nos la pasamos vagando por las calles toda la madrugada, en ese momento pensaba que dormir era innecesario, pero ahora lo único que necesitaba era una cama, todo gracias a qué insistí en irnos ese mismo día de Milán, mientras más kilómetros me separaran de mi padre mejor.

— Estoy cansada Jean— dije haciendo un puchero al mismo tiempo que me sentaba en una banca.

— Ayer me dijiste que dormir era para los débiles— imitó mi acción.— Pero no tienes de que preocuparte, ya tengo planeado donde pasaremos estos días que permanezcamos en París.

— ¿Te he dicho que eres como mi hada madrina? Siempre estás solucionando mi vida, solo te falta la varita mágica— recargue mi cabeza en su pecho y cerré los ojos disfrutando el sonido de su risa, que por más cansada que esté, me da energía para seguir.

— Preferiría ser tu príncipe, pero creo que el hada madrina es más cool, es decir ¿Quién convierte ratones en caballos?— posicionó su mano en mi cabeza, acariciando lentamente mi cabello.

—  El hada madrina tiene su mérito, pero tú eres una cruza entre eso y un príncipe, simplemente...perfecto para mí—  me sonroje por lo cursi del momento y le di un suave beso en la mejilla, ganándole uno en los labios por su parte.
...

Caminamos con mucho pesar entre las calles de París sin soltar nuestras manos, aunque mis ojos se cerraban solos y mi cuerpo me exigía una cama, me la estaba pasando muy bien junto a Jean. Estando tan lejos de mi padre por fin podía sentirme segura de demostrar mi amor públicamente, sin ataduras ni pensando en el que dirán.

Nos acercábamos a un edificio muy característico de la ciudad, con fachada de color blanco y algunos detalles en verde, las puertas eran de madera, por lo que al abrir la principal se hizo presente el característico sonido de un rechinido.  Frente a nosotros había un recibidor con una señora mayor, sonriendo nos abiertamente.

— ¡Mon Cher!— la mujer que aparentaba unos 60 años de edad se acercó rápidamente a Jean, envolviendo lo en un abrazo efusivo.

— Nana, tanto tiempo sin verte— correspondió al abrazo, yo solo los miraba incomoda al no ser participe de su conmovedor encuentro.

— Eres un desconsiderado, no me habías llamado desde hace mucho tiempo y cuando te dignas a acordarte de tu nana llegas con une jolie dame.— Me señaló, haciéndome desearle a todos los dioses, que jamás se han dignado en escucharme, que me hicieran invisible, me empezaba a preocupar el no saber ni media palabra en Francés, a excepción de Bonjour y Croissant.

— Pues deberías sentirte honrada , estás ante mi futura esposa y eres la primera en saber que estoy comprometido.— Jean entrelazó nuestras manos y beso el dorso de mi mano. Sonreí por el tierno gesto, para después fijarme en la expresión de la nana de Jean.

— Et la bague ?— mire a Jean en busca de alguna idea de que quería decir, a lo que el señaló en reloj que traía en mi muñeca.

— Los anillos están pasados de moda, un reloj es más original.— La mujer lo miro con desaprobación.

— Ne t'inquiète pas chéri, yo me encargaré de que esté niño te pida matrimonio de forma adecuada.— Por primera vez se dirigió a mi, su dulce tono me hizo pensar en mi abuela, quizás esas palabras las pude haber oído de ella. Sacudí la cabeza ignorando esos pensamientos, sonriendo a la agradable nana.

— Nana, ella es Mackenzie Miller, la mujer de mi vida. Kenzie, ella es Alice, mi nana, cuido de mi hasta que viaje a México, es como una segunda madre para mí.— Soltó mi mano y se dirigió a abrazar a Alice, y no se porque esa escena me afectaba tanto, recuerdos con mi abuela llegaban de imprevisto a mi mente, Jean notó mi expresión por lo que se separó un poco de Alice y se acercó a mi.

— ¿Todo bien?— preguntó levemente. Por unos segundos me mantuve en silencio tratando de no llorar, creo que por fin estaba cayendo en cuenta de que al huir de mi casa, estoy perdiendo a mi abuela para siempre.

— La...— mi voz comenzaba a entrecortarse.—  ¿Puedo abrazarla?— pregunté temerosa y dejando escapar unas cuantas lágrimas.

— Oh, petite mignonne— no se que carajos dijo, pero me dio un cálido abrazo que en vez de ayudarme provocó que rompiera en llanto. Ella acariciaba suavemente mi espalda mientras me hablaba en francés, ni siquiera era consiente de lo que me decía pero el tono calido con el que hablaba me hacía sentir como si estuviera en los brazos de mi abuela.

— Lo l-o siento mucho— me disculpé cuando por fin logré calmar mi llanto.

— No tienes de que preocuparte jolie, pero dime ¿Que te tiene tan afligida?— tomó mi rostro entre sus manos y me miró tiernamente.

— No es nada, solamente que...me recuerda mucho a alguien— dije sintiendo como mis ojos comenzaban a acumular lágrimas. Jean me abrazo por los hombros y beso mi mejilla.

— Nana, ¿Podrías darnos una habitación por favor?— la señora me miró intrigada pero no insistió más, cosa que yo agradecí infinitamente.

Nos guío al tercer piso sin decir más, Jean no me soltó en ningún momento, lo cual agradecí internamente, sabía que el siempre estaría apoyándome. La mujer abrió la puerta de un pequeño apartamento, por lo que pude notar ella era la dueña de dicho edificio. Jean se despidió de ella con un tierno abrazo y yo me límite a agradecerle con una sonrisa a la cual correspondió.

— ¿Estás bien?— me preguntó Jean tras cerrar la puerta y encontrarnos completamente solos.

— Si...

— Sé que la extrañas— hizo referencia a mi abuela. Al pensar en eso automáticamente mis ojos se llenaron de lágrimas.

— Solo espero que esté bien...— el se acercó a mi rodeándome con sus brazos, devolviendo me la calma instantáneamente.

— Estará bien Kenzie, te prometo que la verás pronto— el empezó a acariciar suavemente mi cabello, causando un revuelo en mi corazón con el tacto de sus dedos. — Tienes que presentarme ante ella como tu prometido— sonreí levemente.

— Así será...

Secret Love [Jean Carlo León]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora