Héroe

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Me desperté y me di cuenta de que no podía seguir durmiendo. Era otro día, así que tenía que levantarme y actuar como todos los días. Me puse mi uniforme, que me hacia ver igual que todos mis compañeros. ¿Cuál era el objetivo de los uniformes? ¿Crear equidad? Sin duda, no lo habían logrado. Desayuné con mi madre, como siempre lo hago y le di un beso en la mejilla.
-Te espero para comer- me había dicho con una sonrisa.
-Diviértete en el trabajo- le dije, lo cuál no tenía mucho sentido porque ella casi no se divertía ahí.
Me dirigí a mi escuela con paso despreocupado mientras me armaba de valor con algo de música. Cuando llegué a la puerta, no tuve más opción que quitarme los audífonos y comenzar un nuevo día. Pero la entrada, siempre sería igual.

Caminé por los pasillos y dejé que mucha gente me saludará. Me gustaba que tuvieran ese detalle conmigo. La costumbre que se había vuelto misión era pasar por el baño, encontrar a alguien que necesitará un abrazo y entregarlo sin pedir algo a cambio. El día de hoy, me encontré con una chica muy bonita, de cabellos rizados castaños y tez blanca. Su nombre era Bella.
-¿Porqué lloras Bella?- le pregunté. Ella me ignoró, por supuesto, y se dio la vuelta. Suspiré. -No sé que es lo que te suceda, pero te puedo garantizar que no es tan malo. Quiero decir, ahora lo es, pero mañana estarás mejor. Puedes salir adelante por el simple hecho de que tu sonrisa es hermosa y hay gente que te quiere. Y si necesitas que golpeé a alguien, lo haré-. Bella me miró y me sonrió. Era la clase de sonrisas que me gustaba ver, así que le guiñé un ojo.
-Gracias- susurró.
-Sabes donde encontrarme- dije y pasé a la siguiente chica. Se llamaba Alison, y no estaba llorando, sólo tenía la mirada perdida.
-¿Qué te sucede, querida Alison? ¿A quién hay que golpear hoy?-. Alison sonrío y el sol se reflejó en sus cabellos dorados.
-A nadie. Es sólo que.. Estoy triste-.
-Yo a veces también estoy triste. ¿Pero sabes algo? No deberíamos. Porque tenemos la mejor sonrisa y las mejores razones de vivir. Dime, ¿cómo quieres tu mundo?-.
-Quiero una autoestima-.
-Cierra tus ojos-. Cuando lo hizo, tomé sus manos y las apreté fuertemente. -Concedido. Eres invencible y el único ritmo que debes seguir es el de tu corazón-. Abrió sus ojos y sonrió.
-Gracias Debora. Ten un buen día-. Sonreí y salí del baño. Por el pasillo, encontré a las chicas que no tenían nada mejor que hacer que molestar.
-Tal vez su silencio se deba a su retraso mental- dijo una de las chicas, llamada Mirna.
-O tal esté sorda y no te escuche- dije mientras saluda hipócritamente. Mirna y sus amigas, Tania y Dana me fulminaron con la mirada.
-¿Porqué no mejor te vas al cielo de donde debiste bajar?- preguntó Daniella.
-Admiramos tu buena voluntad, créeme que si, pero no hay lugar para ella en el mundo. Así que haz un favor y llévate a este estorbo-. Tania se dio la vuelta y sus amigas la siguieron. Tragué saliva.

El día había transcurrido rápido y sin novedades. Había gente que aún pedía tareas sabiendo que no había esperanza alguna de conseguirla, incluyéndome. Había maestros que lanzaban indirectas sobre la opinión de algunos chicos o la formas de ser de otros, incluyéndome. No había que olvidar los que entraron en pánico después de acabar un examen porque no confiaban en sí mismos, incluyéndome. Había chicas que sólo sentían agradecimiento porque esa chica las ayudó una vez. Esas eran mis amigas. También había que apuntar los chicos que lanzaban chistes y me hacían reír. Mi madre no llegó a comer. Algún amigo del trabajo la había invitado a comer, así que no llegó. Comí sola, nada del otro mundo: pizza. Mi comida favorita. Me puse a hacer la tarea y después decidí llamar a la familia. Mañana era viernes, y era mi cumpleaños, así que quería ver a la familia que no había visto en varios meses. Llamé a mis primos, pero tenían entrenamiento. Llamé a mi tía, pero saldría de viaje al otro lado del mundo. Llamé a otros tíos, pero no tenían tiempo. Pero al final de cada llamada, cada uno decía "Si necesitas o quieres algo, sólo llámanos". Era tan irónico.Tal vez tendría que pasar mi cumpleaños sola.

No lo hice. Muchos me felicitaron hipócritamente o como agradecimiento. Era gracioso como tenía a mucha gente a mi lado de una u otra manera, pero me sentía la persona más sola y dormida del mundo. Al menos eso tenía una ventaja.
-Procuraré llegar a comer- había dicho mi madre, lo cual era equivalente a nada.
-¡Feliz cumpleaños! Ojalá lleves a la escuela al primer lugar- había dicho el director. Lo típico que le dicen a una chica que lleva buenas calificaciones.
¿Cuál era la ventaja de sentirse la persona más sola y dormida del mundo? Todos rumoraban cosas sobre ti y no te importaba en lo más mínimo. Y por cada persona que preguntaba si estabas bien, les decías que sí en ves de darles alguna respuesta sarcástica que les quitará la hipocresía. Así que, en el fin del día, o por lo menos algunos minutos antes, me dirigí a la zotea. Me encantaba la vista.

Querido lector: ¿Encontraste esta cosa arrugada en el piso de un baño? ¿En algún bote basura? No importa, pero gracias por leer. Soy Debora, la que muchos consideran su héroe porque le subió la autoestima, la autora de esto y la que no tiene un héroe que me salve de sus pensamientos y la soledad que la rodea. Te recomiendo que corras a pedir ayuda, porque está es mi carta de suicidio.

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