- Desde que esta mierda empezó, no he parado de decirte que debíamos entrenar a nuestra gente para lo que hay ahí fuera, Diana- le medio grito una vez cierro la puerta de su despacho. Ella está sentada tranquilamente en su silla, mirando por la ventana hacia las calles de Alexandria.- Llevo ayudando a la comunidad desde el principio, ¿que he recibido a cambio?- su cuello gira como un látigo en mi dirección- Cada vez que doy una idea que puede ayudarnos a seguir sobreviviendo es como si no existiera-
-¿Te parece poco recibir una casa en la que quedarte y un sitio entre nuestras murallas?- abro la boca indignada.
-De verdad no sé si eres tonta o te lo haces, vives en tu puta burbuja donde todo es un cuento de hadas, y , ¡sorpresa!- golpeo el escritorio con ambas manos, bajando mi cara hasta su altura.- Hoy han muerto dos personas, pero tú estas aqui tan tranquila porque yo te he salvado el culo. De no ser por mí, esa pareja de ancianos se hubieran servido en bandeja a toda la puta comunidad mientras que descansaban tan tranquilos en sus camas.- Veo en su cara el reproche y el desagrado ante mis palabras.
-Mira, Laia...- sonrío con arrogancia y vuelvo a cuadrar los hombros, la espalda recta.
-Sí, sí, no hace falta que me sueltes el rollo de que quieres que la gente aquí viva y no sobreviva, pero ya no somos lo más alto en la cadena alimenticia, sobretodo con estos habitantes de brazos delgados y estómagos llenos que solo son capaces de sujetar un cuchillo para cortar verduras.- Me mira escéptica mientras yo sigo con mi monólogo.- Esos dos zetas estaban rompiendo la puerta de la casa de tu queridisimo hijo Spencer. El día que pierdas a alguien que te importe más que tu propia vida vas a saber que tengo razón, pero entonces ya no voy a estar aquí.- Con esto, salgo del despacho sin dejar que responda, entre enfadada y decepcionada.
El señor Murray habia muerto esta madrugada por causas naturales. Cuando volvió a levantarse, lo hizo como uno de ellos, un zeta. Y le mordió un lateral del cuello a su esposa, luego supongo que le abrió el estómago mientras aún vivía, a juzgar por el intestino que encontré en el porche de su casa mientras hacía guardia.
El rastro de sangre era solo una mancha bajo mis pies, que se movían rapidamente por el asfalto, siguiendo la pista de los cadáveres.
Cuando los encontré, la señora Murray estaba pisándole la cabeza a su marido, mientras que golpeaba con fuerza la pequeña ventana de la puerta de Spencer, y él arañaba el suelo, buscando desesperado otra victima a la que morder.
La frialdad de la escena me dejó conmocionada un instante, luego desenfundé mi daga.
Me miro las manos mientras camino, recordando la sangre que habia quedado impregnada en ellas hacia ya unas cuantas horas, encontrando aún algún resto bajo mis cortas uñas. Las sacudo y vuelvo a guardarlas en mis bolsillos.
Camino silbando hasta la casa de mi hermana, que me abre la puerta con una sonrisa radiante que no le llega a los ojos. Le devuelvo una media sonrisa.
-Hola, pasa cielo- sacudo mis zapatos en el felpudo y paso a la casa cerrando la puerta detrás de mi, mientras que mi hermana camina rapidamente hasta la lavadora, comenzando a sacar prendas hacia un cubo, para después tenderlas. Me acerco hasta ella para ayudarla.
-¿Están mis sobrinos en casa?- pregunto tensa mientras coloco las pinzas en una camiseta blanca.
-Pete no está en casa- mis hombros se destensan y giro a mirarla, ya tenía la cabeza agachada.
-Jessie, en mi casa hay sitio para ti- antes de que abra la boca continúo- también para Ron, y para Sam. No tenéis por qué seguir aguantando esto. Me tienes a mi, soy tu hermana Jess.- Veo sus ojos azules empañados en lágrimas y la abrazo con fuerza.- Puedes hacerlo.