Parte II
La confesión tuvo la reacción, las palabras, expresiones y las emociones que esperaba. Luisita las supo recibir todas sin filtros ni omisiones; los reclamos de su hermana, la decepción de sus padres y los reproches de Nacho.
Aceptó ser expulsada de su propia cama para dormir en el cuarto de visitas, luego de que Amelia se ausentara para estar en la casa de sus padres por unas semanas, y esta regresara decidida a poner distancia. En ese tiempo, Luisita se sentía afortunada de poner permanecer en su casa, pues Amelia la había intentado echar como primera medida.
Aun así, Luisita quería reparar su relación, reconciliarse a como dé lugar, sin importar lo que conllevara. Terminó su amistad con Laia, programó terapias de pareja logrando convencer a Amelia luego de mucha insistencia, y nunca dejó de ser detallista y romántica. Siempre lo había sido, y así continuaría hasta donde su esposa se lo permitiera.
Pero nada funcionó. Amelia estaba demasiado herida y la infidelidad era aquello que más despreciaba.
—No puedo perdonarla. —dijo Amelia en una de las sesiones de terapia.
—¿Por qué? —preguntó la psicóloga.
—Por las razones que la llevaron a... a eso. —contestó dolida.
—Entonces sí sabes el motivo. ¿Cuál es? —indagó con cierta expectativa. Era la respuesta que todos buscaban, que ella quería entender.
—Que le diga ella. —dijo en tono seco mirando al lado opuesto de donde estaba sentada la rubia.
—Amelia... —susurró deseando que esta la mirara, pero no sucedió. Entonces, suspiró profundamente y habló.
Inició relatando sus vivencias en la universidad. La etapa de su vida en la que experimentó una libertad que había descubierto y que abrazaba al igual que su orientación sexual. Vivía una experiencia liberadora, una sensación que era inexplicable pero adictiva.
Eso explicó aquella vez en la que Amelia le había preguntado por qué no tenía una relación estable, y a qué se debía su gusto en estar con tantas chicas.
—Es la adrenalina que siento cuando conquisto a una chica. La emoción que me genera. —contestó Luisita feliz de poder compartirlo por fin con alguien—. A veces, no importa si al final pasa nada. Me basta con la sensación de euforia que... a ver, que hay en la incertidumbre.
—Luisi, parece que hablaras de una droga. —dijo Amelia extrañada.
—Puede ser. Algo así como una adicta al arte de la seducción.
Y ambas rieron.
Ahora, también lo contaba a la psicóloga pero en un ambiente tenso cargado de seriedad. Y esta escuchó atenta como si encontrara la pieza faltante para aclarar sus dudas. Estaba claro el motivo por el que Amelia no la perdonaba.
Ella sabía que en el interior de Luisita, estaba la añoranza de poder experimentar esa sensación de adrenalina. Y Laia era el tipo de chica que había extrañado conquistar, que era prohibida por su matrimonio. Y era algo que Amelia no podía aceptar como justificante, pues le generaba una desconfianza profunda. Nada le aseguraba que Luisita no lo volviera a hacer.
Sabía que la amaba. Creía en que estaban destinadas. Luisita era el amor de su vida. Y aun cuando su familia y amigos le insinuaban que la perdonara, que era hora de empezar a sanar, y que le diera una segunda oportunidad; Amelia no se sentía capaz.
Los sentimientos todavía permanecían como sal en la herida. No importaba que en las ocasiones en que se dejaban llevar por el deseo, Amelia cerraba los ojos dejando que su cuerpo y corazón hablaran, se permitía tocar los labios de Luisita, escuchar su deseo y sentir el amor con cada caricia. Pero nada era suficiente. Los efectos del sexo se terminaban y los pensamientos regresaban. Su imaginación la invadía con la sola idea de Luisita con otra mujer.
—¿No hay nada que pueda hacer? —preguntó Luisita en voz baja y con desesperación. Estaban reunidos en la casa de sus padres por el cumpleaños de su hermana. Ambas se habían alejado del resto, encerrándose en el baño más lejano y dejando salir a flote su pasión.
—Luisita, para ya. —habló mientras se arreglaba la ropa, con el rostro brillando por el sudor.
—Amor, —dijo la rubia en tono suplicante—, solo quiero saber, por favor.
—¿Y crees que esto es un buen momento?
—Tú ni siquiera dejas que te hable en casa. Siempre estás evitándome.
—No quiero hablar de eso.
—¿Entonces cuándo? —exigió impaciente, con molestia.
—Nunca.
—¿Qué?
—Creo que nunca.
—No entiendo ¿A qué te refie...?
—Luisita, no creo que puedas hacer algo. Yo... quiero el divorcio.
Había algo que siempre las caracterizaba cuando hablaban, y eso era el silencio que le seguía a alguna confesión o palabras impactantes. Hubo un instante en que solo se escuchaba el sonido de su familia y amigos, hablando y riendo a lo lejos con voces que se ahogaban entre las paredes. Era como si el tiempo se detuviese en el espacio que compartían ellas dos.
Luisita dejó caer los brazos a los lados con manos temblorosas, observando a la morena mientras esta intentaba peinar su cabello frente al espejo, borrando cualquier evidencia de lo que acababa de ocurrir. Luisita la conocía incluso más que sí misma, las señales eran claras. Su esposa sufría igual o más que ella por decir tales palabras. Sus ojos brillaban reflejando dolor entre su expresión endurecida.
—Amelia... —dijo Luisita con voz quebrada, apenas notaba que las lágrimas salían y rodaban en sus mejillas.
Sin saber exactamente qué hacer, dio un par de pasos para acercarse, dejando escasos centímetros entre las dos. Miraba el perfil de la morena y la veía luchar para mantenerse en su lugar, como queriendo evitar corresponder su mirada.
—Luisit... —Su nombre no alcanzó a completarse. Amelia sollozó queriendo ahogar en vano, el sonido con su mano. Pero ya era tarde, el torrente había salido. Y Luisita solo pudo reaccionar con un abrazo fuerte el cual fue correspondido con la misma intensidad.
Ambas lloraban juntas. Dejaron que el dolor las abrumara, que la rabia, la tristeza y la resignación se hicieran protagonistas.
Las palabras sobraban.
Luisita podía rogar por perdón, pedirle que reconsiderara su decisión. No obstante, por primera vez desde que confesara sobre la infidelidad, ella comprendía que nunca había tenido oportunidad alguna. Cometió el único error que Amelia jamás le perdonaría. La esperanza y la desesperación habían nublado su juicio, tal como el deseo lo hizo aquella noche en que el climax había dado inicio.
Era la primera vez que escuchaba a Amelia con un llanto tan desgarrador. Y aunque Luisita seguía llorando, ahora se dedicaba a consolarla, tomando ventaja del momento para abrazarla, consolarla, acariciar su cabello y tenerla tan pegada a su cuerpo. Porque tenía claridad de lo que eso significaba mientras la sentía temblar entre sus brazos.
Ella sabía que Amelia, al dejarse ver tan vulnerable ante la persona que le provocó tal herida; le otorgaba la oportunidad de tenerla como su esposa por última vez.
Luisita estaba dispuesta a darlo todo, pero solo si Amelia se lo permitía. Era su decisión. Por eso, aceptó su despedida. Esas eran las líneas finales. El punto hasta donde el destino las unía.
Fin.
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Nota: Si se preguntan por qué escribo este tipo de historia. Simplemente no lo sé. Surgen y yo aprovecho esa inspiración para escribir.
Gracias por leer. Comentarios bienvenidos.
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La Gracia del Destino
RomanceEl destino había hecho que sus vidas se cruzaran desde temprana edad. Por eso, Luisita estaba convencida que Amelia era el amor de su vida. Dividida en dos partes.