El tiempo seguía pasando, Samantha y Brian continuaron hablando, compartiendo. Siempre sumidos en la misma indefinición, de ella específicamente. Llegaron a concursar en varias competencias, en las que, por lo regular, resultaban ganadores ambos. Sólo faltaban dos etapas para ser ganadores nacionales. Así, Eu- ropa entera sabría de ellos.
Un día, mientras Samantha estaba sola en su casa, llegó a su mente la petición de Brian hacía ya más de siete meses. Se cuestionó sobre su indecisión, pero esta vez no se mostraba confundi- da; estaba cada vez más cerca de dar el sí. Entonces sucedió, quizás casualidad de la vida o cosa del destino, que justo en ese mo- mento Samantha recibió un mensaje de Brian:
SAMANTHA, SÉ QUE HA PASADO MUCHO TIEMPO, OCHO ME- SES DESDE QUE TE PEDÍ QUE FUERAS MI NOVIA Y, AUNQUE NO HE SEGUIDO INSISTIENDO, QUIERO QUE SEPAS QUE CONSERVO LOS MISMOS... DIGO, NO MÁS DESEOS QUE ANTES DE ESTAR CONTIGO, EL SENTIMIENTO DE APEGO, EL AMOR QUE SIENTO HACIA TI ES DEL TAMAÑO DEL PLANETA, TAN INFINITO, COMO EL NÚMERO DE ESTRELLAS EN EL HORIZONTE. NO DIRÉ QUE TE AMO CON TODAS MIS FUERZAS, PORQUE LA SUMA DE TODAS LAS FUERZAS ES IGUAL A CERO; TAMPOCO VOY A PROMETER AMARTE O BRINDARTE UNA VIDA FELIZ, Y PERFECTA, TE PUEDO ASEGU- RAR QUE HABRÁ MOMENTOS EN LOS QUE QUERRÁS MATARME, VAS A AMARME Y A ODIARME A LA VEZ; TE HARÉ ENOJAR, JUGA- REMOS JUNTOS, PELEAREMOS JUNTOS Y TODO LO HAREMOS JUN TOS. TODO DEPENDE DE TI, POR ESO TE PIDO NUEVAMENTE... ¿ACEPTAS SER MI NOVIA?
Era hermoso el mensaje, y, como tal, conmovió el corazón de Samantha quien, sin pensarlo dos veces, decidió responder el mensaje para el fin de semana. Era miércoles, así que en el trans- curso de tres o cuatro días haría todo lo posible para vencer la incertidumbre y tomar la decisión correcta. Y así fue. El sábado citó a Brian en un café en el mall.
Brian fue el primero en llegar, minutos más tarde, llegó Sa- mantha.
—Hola Sam —dijo Brian entusiasmado, tan pronto la vio asomar.
—Qué tal, Brian —dijo ella en un tono muy casual y algo normal.
Hubo nervios, sonrisas, pausas. Poco a poco fue fluyendo la conversación. Ella lucía tranquila, sosegada. A él, la sonrisa le bro- taba por los poros. Conversaron largamente. De todo y de nada. Después de casi dos horas rondando y dando vuelta a cuanto te- ma se les ocurría, nadie tocaba el tema. Hasta que Brian se atrevió a decir:
—Entonces... ¿qué decidiste, serás mi novia?
Samantha palideció por un rato, sabía la respuesta, pero no cómo decirla; sabía lo que eso provocaría, pero no la forma en la que ella debía reaccionar, así que empezó a decir incoherencias al respecto. Después de un rato, se centró en el tema y la respuesta a la pregunta fue:
—A ver Brian, eres mi amigo desde hace ya varios años — dijo ella algo tensa—, nos conocemos perfectamente, o al menos eso parece, y la respuesta la supe desde hace varios meses atrás, solo que como no tocabas el tema, deduje que habías desistido de la idea, pero ahora que vuelves a reiterar tu proposición, debo de- cir que no puedo prometer que seré tu novia —la expresión de Brian provocó algo de vacilación en Samantha, pensó que el chico había reaccionado sin escuchar completamente lo que ella quería decir—. No sé, no siento lo mismo que tú sientes por mí, pero... —haciendo énfasis en la palabra— debo admitir que siento algo de atracción hacia ti; no de la misma forma que tú, pero sí existe. Así que, si estás dispuesto a que intentemos algo, a que salgamos a ver qué pasa, puedo hacerlo. Esas palabras dejaron a Brian perplejo, y lo peor era que Sa- mantha no sabía si era emoción o tristeza...
Después de un lago silencio, una enorme sonrisa apareció en el rostro de Brian; eso le dio esperanza a Samantha, pues le hizo saber que no le había roto el corazón.
—Eso es suficiente —dijo Brian con los ojos muy brillantes y una sonrisa que iba a tono con la expresión de su rostro—. Es suficiente porque ahora tengo un reto diario, un motivo real: ha- cer que te enamores de mí. Estoy convencido de que, cuando menos lo pienses, me amarás tanto que te dolerá —terminó con una sonrisa aún más notoria, cubriéndole todo el cuerpo.
Samantha sonrió ante la extraña parrafada, no sabía que amar doliera, pero tampoco sabía qué provocaba en realidad, pero esta- ba a punto de conocerlo.
Después, el tiempo pasó, y conforme ella fue creciendo, fue creciendo el amor entre Samantha y Brian; cada vez se enamora- ban más y parecían ser la pareja perfecta. Pasaron tres años, se graduaron de secundaria, se mudaron y cada uno inició su carrera universitaria en una ciudad distinta. Era muy corta la distancia física que los separaba, seguían unidos y a menudo se encontra- ban con Katherine que había elegido otra universidad cercana.
Esa nueva etapa de sus cortas vidas y de su relación venía llena de nuevos retos para ellos. Especialmente para ella, conven- cida de que no podía vivir de sueños imposibles. Su madre tenía dos hijos más que mantener y su padre no estaba en el país. Sa- mantha estudiaba para superarse y al mismo tiempo vivía la mejor etapa de su vida; para ella el amor era algo más que una palabra, era la descripción de felicidad perfecta, con la persona perfecta. Aunque su concepto de amor estuviese más asociado a la ausencia que a la presencia de Brian, pasaba cada momento imaginando qué decirle en el próximo encuentro y cada segundo recordando los momentos felices vividos en esos tres años.
Los fines de semana juntos eran más que una fiesta. Salían a caminar por la playa, charlaban sentados en la arena y se queda- ban extasiados viendo cómo se ponía el sol en el horizonte. Al terminar el día, antes de que las estrellas cubrieran el firmamento, volvían cada uno a su casa. La vida es muy rápida y hace que la gente pase del cielo al in- fierno en cuestión de segundos. Cuando alguien se enamora tiene la impresión de que todo el universo gira alrededor de sí, pierde un poco la perspectiva y se envuelve en su propia burbuja. Aun- que Samantha era bastante sencilla, no era como las demás mu- chachas, prefería lo sencillo: ver las nubes en la tarde, salir a cami- nar de noche, dormir escuchando la lluvia, viajar escuchando mú- sica. Adoraba, sobre todo, sentir cómo le cambia la vida a uno después de leer un libro; abrazar a alguien después de mucho tiempo; sentir una loción que quedó pegada a la camisa de Brian; oler flores; oír el mar; Dormirse temprano, observar las madruga- das, esperar amaneceres, despedir atardeceres, eso era lo que ella amaba: las cosas simples que regala la vida, el alma, y la calma.
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El diario de Samantha
RomanceEscribía sobre las cosas bonitas del amor, incluso antes de haberlo conocido; escribía como era el amor, aun cuando nunca se había enamorado, y relataba sobre los falsos amantes que buscaban solo sexo y no entendían que la vida tiene sus privilegios...