Promesa y Picasso

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Estamos aquí, tal como prometimos —susurra Elena para sí misma, mientras aprieta fuertemente el dije, con forma de unicornio, de su collar. Este no cuadraba mucho con su vestimenta, en su mayoría gris, pero aun así era algo que jamás se quitaba.

Por fin había logrado asistir a una exposición de las obras de Picasso, por ello contempló sin prisa las decoraciones, los blancos muros, la rojiza alfombra, las puertas de madera oscura que daban paso a diferentes secciones de la exposición y la amplia escalera de baranda en piedra que le instaba a ir a planta alta.

Desconocía mucho con respecto a cómo recorrer correctamente una exposición, por lo que, folleto en mano, se decidió comenzar desde las últimas salas que quedaban subiendo la escalera.

Pasea por las distintas salas, deteniéndose el tiempo justo para leer el nombre y contemplar con cierto cuidado cada obra, mas no les encuentra un significado ante sus ojos; es que ella de Picasso y su arte casi no sabe nada, era su pequeña hermana la fanática de esas obras. Elena prefería más las obras teatrales, allá sentada en la cazuela, debajo de la tertulia, puede perderse en la magnífica música del teatro y separarse del mundo para sentir en su piel las emociones de la obra. Aun así, con Verónica siempre compartían todo.

En eso, una tos la saca de sus cavilaciones y añoranzas para recién notar que ha dejado de mirar el cuadro, llamado "Los segadores", frente suyo. Silenciosa y lentamente mira a su alrededor, por si alguien ha notado aquello, pero todos están sumidos en sus propios mundos. Antes que suspire con alivio el sonido de la tos vuelve a aparecer y distingue, a dos personas de distancia, una mujer ya mayor que cubre su boca con un pañuelo mientras este se tiñe de rojo. Vuelve su vista al frente para no incomodarla, esa es una de las tantas secuelas que quedó en quienes sobrevivían a la enfermedad que había asolado el mundo hasta hacia unos meses. La misma maldita que le había arrebatado la vida, de una forma dolorosa, a su querida hermana, dueña del dije y con quien prometió asistir al menos una vez a la exposición del arte de Picasso.

Elena mira a su alrededor como intentando ignorar aquellos recuerdos que están haciendo aparecer lágrimas en sus ojos, mas esa tos que pareciera querer desgarrar la garganta a la vieja mujer sigue y las máscaras africanas no ayudan, así que se decide por salir de esa última sala y comenzar su recorrido por la planta baja.

No llega a ingresar a una de las salas cuando un fuerte grito le hiela la sangre, y para desgracia no fue el único, inmediatamente otros se le unieron pareciendo como si el mismo infierno se estuviera abriendo paso en la planta alta, quemando con sus ardientes llamas todo lo vivo.

Una mujer aparece y se lanza por el hueco de la escalera, estrellando su cuerpo contra la alfombra que se vuelve más roja al absorber la sangre de aquella desdichada. Sin darle tiempo a reaccionar uno tras otro se fueron lanzando hasta formar un colchón de carne, huesos y sangre. Los sobrevivientes de la caída se retorcían y otros sencillamente se lanzaban hacia quienes, horrorizados, estaban viendo tal grotesco espectáculo. Los gritos junto al pánico y las corridas no se hicieron esperar, pero Elena seguía congelada en el mismo lugar, sin siquiera respirar porque la escena ante sus ojos era una carnicería atroz que la paraliza y la lleva a sentir todo irreal.

Entonces un sonido como de maracas, no, como una serpiente de cascabel, la trae de regreso a la realidad, desvía la vista a su izquierda y se encuentra con unos ojos tan negros como la tinta, que la observan por medio segundo como si recién notara ese ser vivo que su ansia de carne puede llegar a calmar. Vuelve a producir aquel sonido con su boca manchada de la sangre de quien estaba, segundos antes, devorando para inmediatamente lanzarse hacia Elena como un perro rabioso.

Es cuando sus sentidos se activan y la adrenalina comienza a circular por su sistema, con dos pasos al costado logra evitar aquel maldito ser con una pierna rota y, antes que logre levantarse, Elena comienza a correr.

Todo a su alrededor es un caos y las blancas paredes se han manchado con la roja sangre de los que no escaparon a tiempo, pero ella sigue corriendo aunque no sabe a dónde.

Detrás escucha los pasos que la siguen. El hombre que corría al frente de ella ahora queda a su lado y pasa a ser derivado por uno de los perseguidores.

Ella sigue corriendo, siguiendo a la multitud, pero al llegar a la puerta la misma carnicería se ve desatada, así que gira a la izquierda con desesperación, pero un muro con varios cuadros se le aparece delante. La ha jodido, ha entrado a una de las salas de exposición.

Gira sobre sus talones con la respiración entrecortada... Pero ya es tarde.

Uno de esos reanimados salta sobre ella y la bloquea en el suelo, muerde uno de los brazos con los que intenta quitarle de encima y arranca un pedazo que degusta con placer mientras que las lágrimas y gritos se unen al coro de fuera.

Aprovecha la distracción que ha generado el deguste de su carne y logra lanzarlo a un costado, pero el trance en ese ser se rompe y atrapa sus piernas volviendo a tirarla al suelo. Otro cuerpo la inmoviliza y entre ambos la devoran viva sin contemplaciones de sus dolorosos gritos.

Con su cara apretada al piso comienza a ahogarse con su propia sangre, y antes que el negro logre consumir por completo el brillo de vida en sus ojos, Elena logra leer el nombre del cuadro ante ella, y suena a una cruel burla que se llame "La alegría de vivir".

M.D.D.
(986 palabras)

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