Regalo inesperado

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En una isla en alguna parte entre el océano Índico y el Pacífico que ni siquiera aparecía en los mapas (a pesar de estar habitada), las fuerzas espirituales y cósmicas protegían a los lugareños de amenazas extranjeras. Sin embargo, cada tanto debían recurrir al Santuario cuando las cosas se salían de control. Una de esas veces que ocurrió Shion pensó que los más capacitados para la tarea eran Shaka y Mu.

Los dos arribaron una mañana clara. Apenas bajaron del barco entendieron por qué no habían podido teletransportarse: la fuerza de la naturaleza de la isla le habría complicado hacerlo hasta a la mismísima Athena.

—Algo me dice que esto va a ser más difícil de lo que pensábamos —comentó Mu, mirando las montañas a la lejanía.

—¿Podemos buscar un lugar para dejar las cosas? —preguntó Shaka— Todavía tengo el estómago revuelto.

—Tal vez si no hubieras comido cinco mangos en el desayuno no te habrías mareado.

—Fue la marea. No le eches la culpa a los mangos.

Mu rodó los ojos y luego de suspirar entraron al pueblo. No tardaron en hallar una posada donde los recibieron con pulseras hechas de flores autóctonas. Apenas pusieron un pie en el cuarto que les asignaron, se pusieron a discutir por el tazón de mangos que había como regalo de bienvenida.

—¿No te sentías mal hasta hace cinco minutos?

—Los mangos son frutas, así que son saludables y me van a hacer sentir mejor.

—No.

—Mu de Aries, ¿acaso yo te digo algo cada vez que te empachás con mayonesa?

—¿Q-qué?

—Aldebarán me lo contó. Te levantás en medio de la noche a comer medio frasco de mayonesa. ¿De dónde pensás que consigue el té de hierbas digestivas?

—Traicionado por mi mejor amigo —dijo entre dientes y le dio el tazón a su compañero—. ¡Tomá! Pero no pienso sostenerte el pelo cuando vomites otra vez.

Shaka sonrió y se sentó en la cama a mirar detenidamente las frutas. Entonces habló:

—Bueno... ¿Por dónde empezamos?

—¿Te referís a la misión o a comer los mangos?

El santo de Virgo apartó la mirada de la fruta para posarla en su compañero. Mu se tiró el pelo hacia atrás. Entonces sacó del bolsillo un papel que leyó.

—Hace semanas los isleños notaron la ausencia de las cigüeñas que tienen sus nidos en la montaña más alta.

—¿Por qué les preocupan tanto?

—La gente acá cree que bendicen a las parejas que no pueden concebir, para tener hijos.

—O sea... ¿La cigüeña trae a los bebés?

—Si es verdad o no es lo de menos. Los habitantes están preocupados, especialmente desde que la reina misma se vio afectada. Necesita una hija para que la familia real no se desintegre; la línea de sucesión al trono es de las mujeres.

Shaka se levantó de la cama y giró un mango en la punta del dedo.

—Bueno, vamos a buscar pajaritos.

—¿Pensás llevar los mangos?

—Ajá. Por si me da hambre en el camino.

Mu no insistió con el tema de las frutas y salieron rumbo a las montañas. En el camino varios de los lugareños les dijeron que tuvieran cuidado cuando llegaran al nido de las cigüeñas: era muy poca la gente que lograba regresar con vida. Sin embargo, al par de santos de oro no les importó demasiado.

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