Capítulo 2: Bienvenida a Cerlia

8 0 0
                                    

Sintió con placer la tibieza del día.

Se despertó extrañamente satisfecha, sin pesadez ni blancura mental.

Estaba hecha un desastre. Su largo pelo enmarañado, tapándole la cara y enredándose en sus dedos.

Luego de arreglarse se dirigió hacia la puerta de su casa. Sin embargo no pudo evitar mirar a su derecha, a su madre de espaldas leyendo un libro.

Por más tiempo que se quedase ahí detrás suyo, no parecía que le fuese a devolver la atención.

Simplemente se resignó a abrir la puerta y salir.

Veliria entonces cerró el libro, entrecruzando los dedos y quedándose cabizbaja.

Una hora después Sheila viajaba dentro de un automóvil pequeño en el que cabía solo ella. Ya estaba en una zona bastante más concurrida, nunca había menos de otros cinco vehículos a su alrededor.

Desactivó el piloto automático para manejar un rato ella misma, como sugería el gobierno. Los papeles de su comida rápida amontonados dentro de una bolsa de tela al costado derecho del asiento.

Por fin llegó a la estación. Se dirigió hacia una parcela en la que había muchos autos idénticos estacionando, intercambiando lugares al igual que yéndose. Sheila tomó su mochila y salió del vehículo.

Mientras caminaba hacia la entrada se pudo ver que otra persona entraba al vehículo que estuvo conduciendo hasta recién, lo encendía y se marchaba.

"Estacionamiento especial - vehículos comunitarios de un pasajero"

Un cartel grande arriba de la parcela que esclarecía aquello prevenía cualquier malentendido.

Se acercó a la entrada, uno de los grandes arcos por los que decenas de personas pasaban cada segundo.

Entró a la sección de aduana, siempre vigilada por multitud de cámaras. Apoyó su equipaje frente a un hombre vestido con ropajes extraños de color negro que tenían tres líneas a cada lado del torso, otra más gruesa bajando del cuello por el esternón y un óvalo en la punta de cada hombro, todos estos detalles eran blancos. Poseía también guantes de una tela sintética, del mismo color que sus adornos.

Abrió la mochila con suma delicadeza y comenzó a inspeccionar todos sus contenidos. Sheila estaba de brazos cruzados, parada del otro lado del puesto sin mucho que hacer.

Observó a ambos lados: primero a su izquierda, donde pudo ver un conjunto de bracitos mecánicos haciendo la tarea de un aduanero que no estaba presente pero de manera mucho más rápida y concisa, podría decirse estandarizada.

Alejó la mirada con inquietud. Fue entonces cuando al girar la cabeza hacia su derecha tuvo una situación mucho más interesante de ver.

Un hombre robusto y ligeramente gordo vistiendo una chaqueta de cuero marrón se paraba frente a su respectivo puesto levantando una larga y pesada valija negra, que apoyó con las trabas hacia la mujer aduanera para que ella la abriese.

Destrabó la tapa para revelar un moderno fusil AK dentro de su molde de gomaespuma. La aduanera lo tomó, sacó y levantó ligeramente, sosteniéndolo con cuidado.

Mientras su compañero desarmaba un bolígrafo u olía un frasquito de colonia ella tocaba tanto el seguro como el selector de fuego antes de tirar del cerrojo un par de veces.

Sheila se apoyó sobre sus antebrazos para ver más claramente tal tarea. La aduanera sacó cinco cargadores llenos de la valija al igual que dos contenedores: una caja de cartón en la que había ciento cincuenta balas adicionales y otra metálica más grande. Dentro había cuatro granadas de fragmentación.

Humanidad ColateralDonde viven las historias. Descúbrelo ahora