Plumas y Papel

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Por mí lo conociste a él.

Es algo irónico y problemático.

Mi rival en batallas y guerras, mi contrincante en un tablero de blanco y negro, el enemigo más fuerte del clan, el competidor más prometedor de tu amor.

Él ganó todas.

Mi diosa, mi soberana cuya luz brillaba más que el vanidoso sol en mi mano. Mi estrella ardía en brazas, el tuyo daba calor entre tus brazos.

Tanta luminosidad me cegó, la divinidad me insensibilizó. ¿Quién dijo que las diosas no éramos crueles y arrogantes?

Todo como en aquél fatídico día que, con mi luz, logré iluminar los cielos plagados de oscuridad y almas de diablos, enfrentándome a los poderosos peones y exterminándolos de un solo golpe sin mostrar compasión ni dar explicación. Di por ganada esta batalla; sin embargo, fue cuando él apareció.

El tan temible líder de los diez mandamientos.

Una ardua pelea equitativa entre luz y oscuridad, el ying-yang de la tierra de Britania, el cielo e infierno apostando el dominio de la tierra, los perfectos opuestos dispuestos a acabar uno con el otro; sin embargo, fui muy soberbio como el sol y ardí en él. Me eclipsó sin percepción.

Iluso fui al creer que lograría derrocar a Meliodas de este mundo, pero su oscuridad me atrapó. Me sentí tan débil e indefenso como en esas épocas en las que no podía matar ni al más mínimo demonio: torpe e inocente, con la cuchilla infernal en el cuello, mi sangre nublando mis párpados y su cínica sonrisa ante ojos hastiados, pero entonces, llegaste tú y en un aleteo despejaste el cielo.

Tu sola presencia fue suficiente para iluminar esa impenetrable oscuridad que esos seres no tardaron en huir con el mínimo roce de calor. Tan hermosa y pacífica que hasta Meliodas quedó anonadado.

Era la primera vez que sus ojos se cruzaban. ¿Quién no caería ante tu luz, mi diosa?

Fue un efímero momento en que cielo y suelo se conectaron antes de que la luz y oscuridad comenzaran a pelear. Ninguno pareció cesar.

Jamás vi tal batalla colosal y venusto entre una hermosa diosa y un vil demonio.

Me quedé perplejo en como el tan temible demonio de la más peligrosa élite quedó sometido a tus pies: adolorido, temblando con una mirada de miedo, dolor y odio, sus heridas sangraban y parecía que ya no tenía más para dar; por otro lado, tú eras tan intocable que el único dolor que mostrabas era el de tu mirada. Sé lo mucho que odiabas pelear.

Sin embargo, tu, cuando creí que lo matarías y darías fin a esta guerra, solo trataste sin vacilar sus heridas y saliste a mi rescate, dejándolo con una expresión que la principal razón de mi odio me causó.

Él... suspiró por ti.

"¿Estás bien, Mael?" Preguntaste.

"¿Por qué lo sanaste?" Cuestioné.

Tu volteaste a ver como débilmente se marchaba y ahí supe que, en esa batalla, algo más se presentó: resignación.

"No valía la pena." ¿No valía la pena o valía lo suficiente para que lo dejaras vivir?

Jamás respondiste. Por primera vez te escuché mentir.

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Pondré esto como "completo " ya que aún no sé si continuarla o no. Anyways...

Cartas De Un Corazón RechazadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora