1.- La pluma de halcón

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Se desperezó mientras se incorporaba de su sueño confortable.  Esa tarde nublada y fresca fue perfecta para tomar su único transporte, una pequeña y vieja canoa de buena madera que a pesar de los años, lo llevaba de una orilla a otra, a veces transportando artículos, otras a personas quienes le pagaban algo por el servicio.

Tuvo sed, con sorpresa notó que dejó su odre en su casa por lo que no tuvo más remedio que estirar la mano y tomar un poco de agua para aliviar la sequedad de su garganta, al hundir su mano, sintió que algo lo pellizcó o golpeó con violencia por lo que se incorporó extrañado.

—¿ Es broma verdad?—murmuró para si—yo que sepa, aquí no hay peces mordelones ni peleones...

Ahora su canoa fue agitada, si no fuera por sus reflejos, caía al agua. No mostraría temor pero le intrigaba de sobremanera ese acontecimiento que si los viejos del pueblo lo sabrían, dirían que las leyendas de existencia de seres mágicos y hermosos en el río eran verídicas.

Probaría de nuevo hundiendo su otra mano, pero antes lanzó un trozo de pan para ver qué pasaba con él, casi se atora con su saliva cuando fue devuelto limpiamente y otro golpe a su canoa que ya le hizo pensar que algo ocultaba ese río.

—¿ Jugando a las bromas?, bien que tal si...

Entonces fue que advirtió algo rojo dar vueltas en círculos, a pesar de que el agua era clara, sus formas eran difusas por lo que podría ser un pez desconocido o una mala broma de sus ojos aún adormecidos.

Imposible contenerse, su curiosidad era tal que pensaba lanzarse y ver quién era ese que amenizaba su tarde aburrida, más lo pensó mejor y se quitó una pluma de halcón, infalible amuleto que colgaba en su pecho descubierto sujeto a un nudo rojo y lo dejó sobre el agua.

Nada. Corrió un ligero viento que levantó la pluma y la devolvió a su sitio. Desanimado suspiró y se dispuso a marcharse.

Quizá fue un pez travieso que quiso jugar con él un rato.

Tomó el remo y se dispuso a remar a la orilla ante la cercanía de la noche en la cual decían los lugareños, traía consigo a los seres acuáticos en forma humana quienes si veían a un descuidado humano, se lo llevaban al río donde se transformaría en uno de ellos.

Jamás notó que una cabellera rojo sangre se asomó junto a una mano que atrapó la pluma.

Al final de cuentas, tal vez se llevaría una sorpresa mucho después.

2.- Rubíes

Al día siguiente, la sombra de una pequeña ave se interpuso en su visión, de sus manos resbaló una pequeña flauta que usaba cuando ya no tenía nada más que hacer. La recogió molesto por la interrupción, el ave con sus ojos azules ladeó su cabeza y luego emprendió el vuelo hacia un árbol cercano.

—¡ Horus!—alguien lo llamó, su madre Isis venía apresurada con un tarro pequeño en sus manos—si vas a salir hacia los cultivos o vas a transportar cosas, lleva este ungüento.

Con una sonrisa lo tomó, a veces se cortaba con espinas o cosas entre los cultivos o los sacos de mercaderías u objetos le dejaban golpes o heridas. Isis satisfecha se marchó ignorando a la alta y esbelta figura que estaba sentada en una gran roca cerca al árbol de cabellos rojizos que jugueteaba con la pluma de un halcón.

—Ahhh—-musitó Horus, pero se calló abruptamente  dejando caer con estrépito el tarro, al ver la figura cuyo perfil perfecto embellecía el paisaje, tragó grueso cuando el cabello lacio y rojo se levantó con elegancia a su alrededor tal cual un velo. Eso tenía que ser una ilusión.

El ave voló hasta los hombros de aquella belleza y soltó otra pluma que fue a parar a manos de Horus. Quizá fue producto de la imaginación, pero le pareció que una voz le dijo.

Una melodía para SethDonde viven las historias. Descúbrelo ahora