𝘱𝘳ó𝘭𝘰𝘨𝘰

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Ryah se sentó en el borde de la acera.

Le dolía poder sentir aún el olor de las cenizas y el calor del fuego. Aunque estuviera lloviendo a cántaros, el incómodo recuerdo de las llamas y gritos de infantes retumbaba en sus oídos. Las esperanzas de crear su propio negocio y poder cuidar a su hermana se habían desvanecido junto a todo su dinero.

No tenía claro si lo que empapaba su rostro eran lagrimas o gotas de agua caídas del oscuro cielo, probablemente un poco de cada. Pero lo que sabía es que estaba perdida en un mundo que no se sentía como su hogar, completamente sola y derrotada. Con una mochila con todavía los cigarros de su hermano, los gorros que su madre había tejido para ella y los antiguos libros de su abuelo.

No sabía que hacer ni a donde ir, pero estaba segura de que la felicidad había cesado para ella. Y lo único que podía hacer era tratar de entregar felicidad a otros.

Era media noche, la calle estaba completamente vacía y el silencio reinaba. La lluvia cesó por arte de magia. Ryah miró hacia los dos lados de la calle. Estaba empapada y muriénsose de frío, pero aquello no tenía importancia.

Se levantó, dispuesta a irse.

Una helada mano le tocó amablemente el cuello. Asustada, giró la cabeza rápidamente.

Un hombre alto, con traje y una sonrisa de oreja a oreja la miraba en la oscuridad.

Secretos de una 114 - squid gameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora