VII

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Debido a que Marinette agotó hasta la última de sus fuerzas para sobrevivir, durmió por varios días.

Kagami no tuvo de otra que arrastrarla hasta su destino. Después de arrancarse la flecha enterrada en su hombro, subió a Marinette a su espalda. Por suerte, sus heridas eran muy superficiales. La flecha sólo había rozado su hombro y había levantado su pellejo, pero no había entrado en su carne. Las heridas de espada eran meros raspones. Estaba acostumbrado.

Sin embargo, ella misma estaba muy cansada. Varias veces tuvo que detenerse, beber agua y comer las zarzamoras u hongos comestibles que podía recoger. Esas veces también aprovechó para meter comida y agua entre los labios suaves de Marinette.

La primera noche llegó hasta los límites del bosque y se encontró con un gran campo de hierba suave que bailaba con el viento. Había caminado por mucho tiempo y decidió por fin detenerse ahí. Después de acostar a Marinette contra el tronco de un árbol, revisó la zona de hierba y recogió pequeñas flores de manzanilla.

Usando dos rocas, golpeó el manojo de manzanillas hasta que parecieron una pomada. Luego las untó en cada una de las heridas de Marinette. Sin embargo, su pomada de manzanilla se acabó, pero Marinette todavía tenía heridas. Volvió a recoger manzanillas. Por suerte, en esta segunda expedición también encontró tomillo.

Marinette había tenido fiebre desde la tarde, sus labios temblaban al igual que sus párpados. Su rostro estaba cubierto por una fina capa de sudor. Con suerte, el tomillo podría apaciguar su temperatura.

Al regresar, continuó con sus operaciones. Puso su ungüento a cada herida y a las heridas más profundas las vendo con un trozo de su falda. Al final, empujó algunos trozos de tomillo a la boca de Marinette.

Cuando terminó se recargó en el tronco del árbol y acomodó la cabeza de Marinette sobre su regazo. Atendió sus propias heridas en silencio. Al terminar, sus párpados ya se cerraban solos. Acarició el cabello suave y las pestañas de Marinette antes de caer dormida.

Por la mañana Marinette no había despertado aún. Kagami tocó su frente suavemente y seguía igual de caliente. Volvió a darle algunos pedazos de tomillo. Kagami no era una enfermera. Tenía un conocimiento muy superficial de las plantas que podía utilizar de medicina. Sólo esperaba que no estuviera empeorando la situación de Marinette.

La cargó en su espalda de nuevo, cubriendola con su capa.

Por suerte, Kagami había recorrido muchos lugares antes y tenía un gran sentido de orientación. Sabía a dónde podía ir a conseguir ayuda. Caminó cinco días más con muchos descansos de por medio. Hubiera deseado apresurarse mucho más, pero sus huesos estaban adoloridos, su espalda y hombros estaban agarrotados y las antiguas heridas aún ardían. Sólo pudo ser paciente y considerada con su propio cuerpo.

Finalmente llegó a la entrada de un pueblo. En la calle principal había mucha actividad. Los niños jugaban bajo la luz del sol mientras los adultos trabajaban arduamente haciendo negocios y llevando carretas. Sin embargo, Kagami no entró al pueblo, pasó de largo.

Al costado del pueblo había una montaña sembrada con muchos árboles frondosos. Bajo las motas de luz que se filtraban de las ramas, Kagami subió. La montaña no era muy empinada y llegó a la cima sin descansar ni una sola vez. Ahí había una casa de madera que, aunque era grande, parecía bastante vieja. De hecho, un foráneo podría creer que estaba deshabitada, pero no era el caso. Había una señora ciega y sus sirvientas viviendo entre sus paredes.

Marinette despertó en la noche del quinto día. Lo primero que vió fueron las vigas de madera oscura del techo.

Su fiebre había bajado y ya no tenía escalofríos. A pesar de eso, su cuerpo seguía agobiado de mil dolores. Con solo girar la cabeza un poco una centena de dolores se avivó en todo su cuerpo. Incluso no pudo ahogar un jadeo.

Encantos Bélicos [MariGami]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora