La niña que veía a la luna

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En el mundo en el que abundaban la codicia y el materialismo, vivía una niña de nombre peculiar, y con una buena razón lo portaba.

Ella era distinta, pero no como los demás. Sentía cosas, cosas que no sentían los demás, cosas que los demás no podían comprender, porque ella era distinta, era "la niña que veía a la luna".

Todas las noches la verías caminar, aquella gran colina la verías escalar, y todo ¿Para qué? Si ya tenía eso y más en su humilde pero lujoso hogar, ¿Por qué gastar tanta energía, tanto esfuerzo emplear, para escalar una colina y llegar... Llegar a qué?

- ¡Deja de gastar tiempo en eso, tienes cosas más importantes que cumplir aquí! ¿Y aún así prefieres irte, y dejarme sola a mí? - Le reprochaba la madre, que era tan indiferente al resto y, por ello, tampoco podría comprender la verdadera razón del tiempo gastado.

- Que niña tan extraña, ¿Por qué no solo se dedica a jugar, en vez de malgastar fuerzas en cosas que no le servirán? - Susurraban por el barrio cuando a la niña veían pasar, pero ella sabía que eran tan indiferentes, que no hace falta gastar fuerzas explicando la verdadera razón por la que en realidad la gastaba.

- ¡Que rara aquella niña! De seguro, ni siquiera sabrá lo que es jugar - Se burlaban los pequeños, que, iguales a los adultos, no entendían la necesidad de la rutina de la niña.

Pero lo que nadie entendía era el valor que ella le daba, o más bien, el valor que su abuelo le había transmitido. El anciano había sido muy similar, y, continuando una especie de "tradición", la rutina seguía de derecho y de revés, al pie de la letra, como decía que debía de ser.

Cuando la pequeña nació, el viejo se entusiasmó, y, debido a la carencia de ideas para un nombre digno que pudiese portar la muchacha, fue directo a la luna en busca de su sabiduría, y con la voz rota, quebradiza, como si fuese a romper en llanto, le comentó lo que sentía.

- Oh, querida, sabia Luna. Tú, que reflejas tus ideas en el lago. Tú, que iluminas lo más oscuro de la noche. Tú, incomprendida e infravalorada, que sabes tanto y amas de verdad, que haces que se me haga tan fácil venir y decirte la verdad, ilústrame, dime cómo se debe llamar mí pequeña nieta, aquella a la que nadie sabe describir y, por ello, la olvidan, justo como a tí...

Y la luna exclamó, con calma, en paz.

- Tú, ser mortal, qué eres el único que me aprecia de verdad, que te tomas el trabajo de venirme a admirar, que comprendes mí valor y deseas mí verdad, trae a aquella jovencita, y cuando vea su rostro encontraré un nombre perfecto para ella.

Y, de hecho, así fue. Al día siguiente, al caer la luz del día y abrirse paso la oscura y fría noche, el pobre anciano llevo consigo a la niña, y, empleando la misma rutina, la expuso ante los sabios ojos de la luna. Y cuando ella la vió, dio a conocer lo que había decidido.

- Ahora que la veo comprendo tu desesperar. Esta pequeña emite una luz muy difícil de explicar, pero que aún así puedo comprender, porque, de una manera extraña, pero cautivadora, es esa misma luz la que yo irradio al pasar...

El abuelo, sorprendido pero extrañado, escuchaba con atención las palabras de aquella sabia, que, haciendo una pausa que, suponía, era para pensar, continuó con la revelación de esa verdad.

- A está bebita ponle por nombre Aysel. No voy a explicarte mis motivos, porque son secretos que no se pueden revelar, pero ten por seguro que a su luz hará brillar con mucha más intensidad.

El anciano obedeció. Aysel sería el nombre de la niña. Enseguida fue a comunicarlo a sus padres, pero tras la indiferencia de este par, y como las sospechas espetaban, aquellos dos enamorados no comprendían lo que acababa de pasar, y tildaban por "loco" al viejo. Pero a este, poco le importaba.

A partir de ahí, se llevó a la niña consigo todas las noches para llevar a cabo esa rutina. Le transmitió esa "tradición" que creyó perdida en los tiempos actuales, llenando de un poco de esperanza su melancólico y débil corazón, que al poco tiempo le jugó en contra, y le costó todo el amor.

Pero Aysel no se olvidaba de aquellas enseñanzas, todas las que su abuelo le había inculcado, y, con motivo de honrarlo, mantuvo la tradición. Así durante 1 año; 2; 3; al tiempo ya 4, 5 y 6; aguantando por 7, 8, 9, o capaz 10; todo hasta los 11; luego 12; hasta los 13 y los 14, y, finalmente, los 15 años.

No sabía exactamente que hacía de la luna algo tan especial, algo tan mágico, pero tampoco se lo cuestionaba. Simplemente no sentía esa necesidad. Tampoco la luna lo hacía.

Las luces de ambas estaban conectadas, emitían la misma energía. La luna lo sabía, más que nadie la entendía, y todas las noches a si misma se repetía la misma oración que daba lugar a sus fantasías.

- Cada vez que venías me decías que no creías en la fuerza del legado de su familia, y me rogabas por la presencia de alguien especial para su clan. Oh, cuánta decepción es la que siento sobre mí misma, que me diste todo lo que nadie me daba, pero en cambio yo no fui capaz de permitirte el disfrutar con lo único que me suplicaste... - Decía el satélite mientras de sus ojos invisibles brotaban lágrimas de pura culpa - La pequeña que me admira, que me aprecia, que no me olvida, es tu nieta, es de tu sangre, y por ello tú alma ha de alegrarse, pues eres pariente de Aysel: La niña que veía a la luna.

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No quedó como esperaba en un principio, pero al menos espero que se haya entendido lo que quise transmitir 🤧

Aclaro, como siempre, que no tengo intención alguna de ofender o incomodar a nadie. Todo este relato fue escrito por y para simple entretenimiento. Del mismo modo, no me basé en ninguna otra historia para su creación, por ello, trama y personajes son de mí autoría y queda prohibido utilizarlos sin el crédito correspondiente.

Espero hayan disfrutado de esta historia, que hace mucho que no publico nada...

Nos leemos, espero, pronto <3

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⏰ Última actualización: May 09, 2022 ⏰

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