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Pasaron los siguientes cinco minutos dándose pequeños besos, la euforia fluyendo entre ellas. Las manos de Luisita no habían abandonado la cara de Amelia, y las de ésta se apoyaban en la cintura de la rubia. No podían reprimir sus sonrisas ni siquiera con los labios apretados. La habitación se llenó de sus ligeras risas.

"Chicas", escucharon a Marcelino llamar desde la otra habitación. "¡El desayuno está aquí!" Luisita apartó sus labios de los de Amelia pero siguió rozando sus narices.

"Un minuto", dijo Luisita, su voz hizo que Amelia se estremeciera un poco. "Lo siento", dijo Luisita con una risita. 

"No pasa nada", rió Amelia. Se levantó, pero Luisita la agarró del antebrazo para mantenerla cerca.

"Espera", susurró. "Gracias", dijo Luisita.

Amelia sonrió. "Gracias a ti. Por el diario, el gorrito. Son perfectos. Además, has sido valiente para decir lo que a mí me daba pánico. He tenido que escribirlo, joder".

"Amelia". Luisita apretó su mano con fuerza. "Ha sido lo más bonito que he leído. Ojalá fuera capaz de decirte lo que siento así". Amelia volvió a sentarse junto a Luisita, sus manos ahora entrelazadas. "¿Te digo la verdad? Realmente no quería dejar esa nota ahí", golpeó el interior del diario que estaba al lado de ambas. No puedo dejar de pensar en ti. Amelia sonrió. Tenía que admitirlo, eso era muy lindo de su parte. "Me encantaba tener algo tuyo. Algo que escribiste. Pero", continuó Luisita, "esta carta es diez mil veces mejor". Se inclinó y besó a Amelia. "Es el mejor regalo que he recibido. Así que sí, gracias". Luisita se inclinó de nuevo, pero Amelia se apartó un poco.

"Mierda", susurró. "Me olvidé de algo", volvió a meter la mano en la bolsa.

"¿Hm?" Las cejas de Luisita se juntaron.

"Me he quedado tan atontada con los 'te quiero'... Te quiero, por cierto", sonrió de forma cursi, sacando la lengua entre los dientes. Luisita soltó una risita.

"Yo también te quiero".

"Las he hecho yo", dijo Amelia mientras le tendía una bolsita. Luisita la cogió y sacó dos pulseras ensartadas, cada una un poco más ancha que el pulgar de Luisita. Una era de color azul celeste y la otra era de color amarillo.

"He pensado que yo podría llevar una y tú otra", dijo Amelia con dudas. No estaba segura de si a Luisita le gustaba o no. Le dio la vuelta a las pulseras para mostrarle a Luisita que en la azul celeste había una L negra ensartada. En la amarilla, una A negra a juego.

"Mi amor", dijo Luisita. "Jo..." A Luisita le encantó. Se parecían a las pulseras de la amistad que solía hacerle a sus amigas en el instituto, sólo que éstas eran mucho más bonitas. Luisita no estaba segura de cómo Amelia las hacía tan anchas, ni de cómo la L y la A estaban cosidas perfectamente justo en el centro.

Amelia cogió la celeste con la L y la colocó en la muñeca izquierda de Luisita. Tiró de los hilos y empezó a atarla.

"Espera", la detuvo Luisita. Apartó la muñeca de Amelia y se quitó la pulsera de la muñeca. Agarró la muñeca de Amelia y comenzó a atar los hilos celestes alrededor de ella.

"Quiero que lleves ésta", dijo suavemente. La sonrisa de Amelia no decayó, pero su frente se arrugó. Luisita extendió la muñeca y le entregó a Amelia la pulsera amarilla. "Y yo quiero llevar ésta". Amelia sonrió mientras ataba la pulsera amarilla alrededor de la muñeca de Luisita. Se miraron las muñecas, Luisita con una A y Amelia con una L.

"Me encanta", sonrió Luisita mientras rodeaba el cuello de Amelia con sus brazos y le plantaba un beso en los labios. "Es perfecto", susurró contra su boca.

Val de NeuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora