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John se encontraba afuera de una barata habitación de motel llena de humedad en las paredes y con una puerta que si a penas se sostenía de pie, en su mano derecha sostenía por el cuello a una ya medio vacía botella de cerveza barata que no fue la primera ni la última que tomaría esa noche fría y solitaria.

El alcohol hacía pensar a la gente, y John estaba sufriendo sus efectos, pensaba en todo, todo lo que era su vida desde la muerte de su esposa, en cómo cambió la vida de sus hijos arrastrándolo con él a una batalla que ya estaba perdida. John sabía que hacía mal en llevar a su bebé y a su hijito de cuatro años a un viaje sin retorno a esa vida de mierda que era ser cazador, pero no le importó y lo hizo igual.

John, estando sobrio, nunca admitiría que se arrepentía al menos un poco de lo que le hizo a sus hijos, en especial al rubio, pero era necesario, se repetía a sí mismo, era necesario vengar a su querida Mary, tenía que hacerlo a toda costa y si eso significaba arruinarle la vida a Dean y a Sam, él lo haría una y otra vez porque su esposa fue la persona más importante en toda su maldita vida desde que su padre lo abandonó.

Aveces John miraba a Dean, miraba en lo que se convirtió, en lo que él lo convirtió. Dean era un cazador brutal, era fiero, buen tirador, su mano no temblaba cuando debía asesinar a las abominaciones y sobre todo, era un soldadito perfecto, lástima que aveces era tan inútil y estúpido como para encargarse de su hermanito Sammy.

Si John tuviera tiempo se encargaría él mismo de Sam, y estaba seguro de que lo haría mil veces mejor que el idiota de su hijo mayor, pero no podía, siempre debía correr a cualquier estado para seguir el rastro de lo que mató a su esposa, así que no tenía más remedio que dejar a su pequeño Sammy con. . . con Dean, para disgusto de John.

El cazador nunca recordaba todas las cosas horribles que le hacía y decía a Dean estando completamente borracho, o tal vez sí las recordaba, quizás a la perfección, pero no les tomaba importancia diciéndose a sí mismo que eso le enseñaría a Dean a ser un hombre fuerte y que eso forjaría su carácter, no podía permitirse ser sentimental con su hijo porque eso era de maricones.

Al hombre no le entraba en la cabeza que disculparte con tu hijo por dejarlo casi inconsciente por las palizas que le dabas en sus entrenamientos no era hacerlo más fuerte. No le entraba en la cabeza que humillarlo con palabras hirientes no lo haría menos sensible. No le entraba en la cabeza que abandonar a sus hijos durante días por una estúpida cacería no los haría más independientes, porque sus hijos tenían no menos de ocho malditos años.

A John no le entraba en la cabeza que una estúpida venganza no era más importante que cuidar de sus hijos. Que llevarlos a un partido de béisbol, que celebrar la navidad o que aunque sea pasase más de dos días con ellos estando sobrio.

Había veces en que John incluso pensó en abandonar a sus hijos en esos putos moteles baratos e ir por su cuenta a cobrar sus cuentas pendientes, pero luego recordaba que Dean solo tenía nueve años.

Las primeras noches después del incendio de su hogar las pasó bebiendo solo, botella tras botella, y cuando estaba casi inconsciente en el suelo sentía a alguien ponerle una manta con unas pequeñas manitos y una vocecita infantil tratando de calmar el llanto escandaloso de un bebé.

Durante días, semanas, meses, años se repetía a sí mismo que debía detener toda esa locura de la venganza y estar con sus hijos, disculparse con Sam por prohibirle tener una vida normal, disculparse con Dean por arruinar su maldita vida, pero no lo hizo, y nunca lo hará porque no puede parar todo esto porque era un tren que iba a máxima velocidad con los frenos cortados. John no podía parar, John no quería parar.

 John no podía parar, John no quería parar

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No Puedo Parar - J.WDonde viven las historias. Descúbrelo ahora