Me follo a mi profe sexy

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Me llamo Javier, tengo dieciocho años, soy alumno de instituto y me gustan las mujeres maduras.

Lo tuve claro desde el momento en que conocí a Tania, la profesora sustituta de inglés, cuando cruzó la puerta del aula y caminó hasta su mesa moviendo esas caderas de infarto. Era el primer día de su sustitución. La semana anterior ya nos habían avisado de que el profesor Tomás estaría de baja por enfermedad durante unos meses y que tendríamos a una sustituta en las asignaturas de lengua inglesa.

De hecho, cuando Tania entró al aula por primera vez ese primer día de sustitución hubo tres tipos de reacciones. La primera fue la de las chicas, que se encontraron a gusto con una mujer de unos cuarenta años, alta, esbelta, aunque corpulenta, inteligente y muy profesional; enseguida fue aprobada por el sector femenino. La segunda reacción fue la de los chicos, más bien de decepción o desilusión. Honestamente, ellos se esperaban una profe sustituta bastante más joven y quizás más inexperta, más... cercana a su edad. Todos tenían las hormonas demasiado revolucionadas.

Finalmente, la tercera reacción fue la mía. No sé muy bien cómo describirla, pero cuando vi aquellas piernas largas y contorneadas bajo unos tejanos negros ajustados, aquellos pechos voluminosos y prietos que se juntaban en un escote impresionante, aquella figura que se movía con soltura, aquellos cabellos oscuros y largos recogidos en un moño alto y aquellas gafas fucsias de profesora sexy que se le deslizaban hasta la punta de la nariz, fui consciente de que aquella mujer me ponía muy cachondo y que sería mi perdición hasta final de curso.

Tania se presentó brevemente. Tenía la madurez propia de una mujer de su edad, pero estaba buenísima. Era, también hay que decirlo, una docente consolidada que contaba con la experiencia de haber impartido muchas clases, incluso en el extranjero, como profesora de idiomas. Creo que dijo que también hablaba portugués y ruso.

Luego pasó lista para ir recordando nuestros nombres y caras. A mí se me pusieron los pelos de punta cuando pronunció mi nombre y me miró con una media sonrisa pícara. Después preguntó a una de las chicas dónde nos habíamos quedado en la última clase y ya entramos en materia.

Su voz era ligeramente grave, aunque eso no le restaba feminidad. Al contrario, le daba un toque atractivo, maduro, incluso había algo en su tono que me imponía y no sabía muy bien por qué. Su acento inglés era impecable, natural y gracioso. Cuando daba explicaciones se paseaba por toda la clase, entre las mesas, para captar más la atención de los alumnos. A mí me recordaba la imagen de una tigresa o de una leona marcando terreno y dominando la región como si fuese la reina indiscutible.

Entonces se puso a explicar el past perfect y las conjugaciones verbales, que es un tema jodidamente aburrido, pero a mí me volvía loco oírla hablar en ese inglés hipnotizante. Me quedé absorto escuchando su voz aterciopelada e imaginándome que me susurraba guarradas al oído cuando...

—Te llamas Javier, ¿verdad? —me preguntó en inglés. ¡Recordaba mi nombre! Sus ojos verdes se clavaron en mí—. ¿Empiezas tú con las soluciones al ejercicio 3 de la página 56?

Mierda, no recordaba que ya habíamos pasado a los ejercicios.

—Ehm... Sí... Esto... El primero es... A ver, un momento... —rebusqué en el libro de texto y pasé varias páginas porque no encontraba los ejercicios. Y no los encontraba porque no los tenía hechos. Soy muy despistado y se me había olvidado.

Los compañeros de clase empezaron a reírse al ver mi confusión y mi avergonzamiento. Tania se dio cuenta y me dijo que no me preocupara, pero que quería los deberes hechos para el próximo día, y a continuación pidió a otra chica que siguiera con las soluciones.

Respiré un poco aliviado. No obstante, noté que tenía un calentón encima que no entendía de dónde salía...

Al día siguiente tuve los deberes hechos y ella quedó satisfecha con mi participación en clase. Y así fueron pasando las semanas. Ahora más que nunca la asignatura de inglés había pasado a ser mi favorita.

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