Un regalo inesperado

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El portal del tiempo se abrió ante ellos, luminoso, lleno de misterios; rodeado por una infinidad de cuadros multicolor que señalaban la ruta hacia nuevos destinos. Boruto se talló los ojos por última vez, no creyéndose las aventuras que había vivido los últimos días. Sintió pena por su papá, el sharingan de su maestro había borrado la memoria de quien ahora consideraba un amigo, más que su progenitor.

—¿Entonces desean regresar a su tiempo? —inquirió la tortuga con voz mecánica—. Tengo energía suficiente para un viaje más —les señaló.

—Porqué no buscas…

—Quiero hacer un viaje más —enunció el Uchiha con seriedad, interrumpiendo a Boruto.

—¿Qué está diciendo, Sasuke? —cuestionó Boruto confundido. Si algo había aprendido de su reciente experiencia, era que los viajes en el tiempo eran un peligro.

—¿Sabes que día es mañana? —le retrucó esbozando una sonrisa diminuta.

Boruto frunció el ceño, y aunque le dio la impresión de que era una pregunta retórica, respondió señalando lo obvio:

—Diez de octubre.

¿Por qué repentinamente pensó que esa fecha era importante?

Sasuke no se inmutó ante su respuesta y se limitó a dirigirse hacia la tortuga nuevamente, como si no lo hubiese escuchado.

—Quiero que regreses a Boruto al mismo tiempo y lugar del que partimos. —El pequeño Uzumaki hizo amago de protestar, pero fue nuevamente interrumpido por su maestro—. A mí me llevarás al diez de octubre, año…

Por un momento la voz de Sasuke pareció distorsionarse, perdiéndose en ese infinito portal del tiempo donde se encontraban. Entonces, Boruto lo recordó. Y sin poder evitarlo, los ojos se le anegaron en lágrimas. Que injusto había sido con su viejo cuando mandó un clon de sombra al cumpleaños de su hermana, cuando él mismo había olvidado una fecha tan especial.

—Sasuke —gritó mientras lo envolvía una espesa capa de niebla blanca, mientras la imagen de su maestro se desdibujaba en el tiempo—, por favor. Felicita a mi papá por mí…

Konoha, 10 de octubre.
Veintiséis años antes.

A Naruto nunca le había gustado el otoño particularmente, prefería las estaciones cálidas, la vista de las flores en primavera, el calor reconfortante del verano. De esa forma le era más fácil ignorar el frío y la soledad que lo atormentaban cada noche.

Su pequeño cuerpo tiritó ante el inclemente clima, removiéndose entre sus frazadas, le temblaban las manos. Su austero sistema de calefacción había fallado nuevamente, y el poco gas que quedaba en su modesta hornilla había perecido en un intento por proveerle calor. Exhaló resignado a seguir padeciendo las bajas temperaturas de la mañana y se levantó, mientras jugaba con la difusa nube de vaho que se derramaba de sus labios. Se talló los ojos y trató de abrigarse lo mejor que pudo. Aún con sus dientes castañeando, esbozó una hermosa sonrisa de dientes blancos.

—Lo bueno del frío, es que la leche no se echa a perder —se dijo con ánimos renovados, bebiendo un generoso sorbo del bote que había destapado el día anterior.

Después de su desayuno (que básicamente consistió en leche y una sopa ramen instantánea), se acomodó la bufanda y se dispuso a salir, no sin antes revisar la fecha en el calendario, deseando que el tiempo avanzara rápido para las inscripciones en la academia. Pero tan pronto constató la fecha, deseó no haberse levantado.

Era su cumpleaños. El número seis, para ser exactos.

Cualquier niño se alegraría en ese día, pero ese no era el caso de Naruto. Porque su cumpleaños era el mismo día en que la aldea se vestía de luto, conmemorando el aniversario luctuoso del cuarto Hokage.

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